martes, 14 de octubre de 2008

CUANDO LA ÑIÑA CONOCIÓ A UN INGLÉS

CUANDO LA NIÑA CONOCIÓ A UN INGLÉS

Calais, agosto de 1904
Querido Joachim:
Perdóname por haber tardado tanto en escribir. Tuve un problema del que no me sentía capaz de hablar. Y si te escribiese sin contártelo, no te estaría siendo sincera completamente, por eso he esperado.
Cuando terminaron esas maravillosas semanas que pasamos en Irlanda, mis hermanos y yo volvimos a Calais. Mis padres dijeron que yo había crecido mucho, y Guillaume se enfadó y quiso que nos midieran a los dos, para demostrar que también él había crecido. Nos medimos y yo le llevo veintitrés centímetros. Él se enfadó más y me insultó delante de todos (luego lo castigaron).
Estuve pasándolo bien en Calais con mis hermanos. Iba a la playa con ellos y jugábamos, era divertido. Muchas veces, Guillaume se iba a jugar con unos amigos que tiene, y yo paseaba a la orilla del mar con Auguste y Georges. Pero Auguste se hizo amigo de unos chicos de su edad, y comenzó a andar con ellos en vez de con nosotros. Y a partir de entonces, yo anduve con Georges. Siempre paseábamos juntos, hasta que un día él me dijo:
-Jacqueline, yo voy a acompañar a Guillaume a casa. Ya sabes que está castigado, pero como se vaya solo de la playa, igual se marcha por ahí, a cualquier lado, en vez de ir a casa. Por eso voy con él, en media hora estoy aquí.
Me quedé sola, sentada en la arena, hasta que se acercó un chico guapísimo. Era rubio, de ojos azules, y sus gafas le daban un aire interesante. Era alto, pero no tanto como tú.
-Hola, rubita, por fin estás sola –me dijo.
-¿Eh?
-Digo que... siempre te veo rodeada de chicos, hasta ahora, que por fin te has quedado sola –explicó.
Sonreí y no le dije nada.
-Así todo, déjame que cuide de ti –añadió, pasándome un brazo por los hombros, y acariciándome la mano-. A tu novio no le importará, sólo deseo que nadie te haga daño.
-No tengo novio –respondí.
-¿No? ¿Ninguno de esos chicos...?
-Son mis hermanos.
Sonrió.
-Bueno, yo tengo que confesarte algo. Te vi por primera vez la semana pasada, y... desde entonces te observo, y quiero que formes parte de mi vida. Antes creía que tenías novio, y pensaba: “Bueno, esa chica guapa será una buena amiga”. Pero ya que no lo tienes, las cosas cambian. Eres... pareces dulce y agradable, una chica muy buena .Y eres guapísima. Me muero de ganas de conocerte mejor. Venga, cuéntame algo sobre ti.
-Ahora... no se me ocurre nada -contesté.
-¡Venga, mi niña! Llevo una semana obsesionado; soñando contigo por las noches, buscándote por la ciudad, viniendo a la playa para verte... por lo menos dime tu nombre.
-Jacqueline.
-¿Qué más, cómo te apellidas?
-Lebon.
-¿Ves? Ahora ya sé algo. ¿Qué gustos tienes?
Me pareció indiscreto que me lo preguntase. No me conocía de nada.
-Los de todo el mundo, supongo –respondí, para no decir nada concreto, y para que al mismo tiempo, él no se ofendiese.
-Pues no lo parece. Para mí eres diferente. Eres especial, Jacqueline. Seguro que... te dedicas a algo divertido ,¿no? Porque debes de ser increíble.
-Estudio. Y no es divertido.
-Ya, lo supongo. Pero... te gusta más una cosa que otra, ¿no? Dentro de lo que estudias, aunque sea algo de fuera del instituto –supuso.
-Lengua está bien. E Inglés.
-¡Pues qué casualidad, porque yo soy inglés! Ya sé que no se me nota en el acento, pero eso es porque mi madre es de aquí. El inglés es mi padre.
Empecé a mirarlo con otros ojos desde entonces. Me pareció mucho más interesante.
-¿Naciste en Inglaterra? ¿En serio? –le pregunté.
-No. Nací aquí, en Calais. Ahora estoy de vacaciones, pero sí que vivo siempre en Inglaterra. Por cierto, me llamo Daniel Brian Thompson, pero por favor, llámame Danny. Ya nos veremos. Mañana a las once de la mañana, aquí en la playa, por ejemplo. ¿Te viene bien?
-Sí.
-Bueno, pues hasta entonces.
-Adiós.
Yo siempre había querido tener un amigo inglés, y parecía que entonces iba a cumplirse mi deseo. Yo consideraba un poco raro que un chico de su edad se fijase en mí (si yo tenía quince, él pasaba de los veinte), pero no me preocupé por eso. De todas formas, preferí no contarle a nadie que había conocido a un chico inglés en la playa, ni que había quedado con él para vernos al día siguiente. Imaginé a mi madre poniéndose histérica al oír eso, lo de Danny, y por eso no le dije nada.
A la mañana siguiente, mis hermanos se quedaron jugando al fútbol en el jardín de casa, y yo les dije que me iba a la playa.
-¿Quieres que vayamos contigo? –me preguntó Georges.
-No, no hace falta –respondí-. En la playa se levanta toda la arena, no es muy divertido jugar al fútbol allí. Quedaos aquí, puedo ir sola.
Y me fui antes de que Georges decidiese acompañarme. En la playa había poca gente y vi a Danny enseguida, en la entrada.
-Hola, guapa, menos mal que has venido –me dijo.
-Hola, Danny.
Me cogió del brazo y añadió:
-Vamos a otro lado. Eres maravillosa, por supuesto que no me avergüenzo de ti. Pero la gente siempre empieza a hablar, y a juzgar. Por eso prefiero que no nos vea todo el mundo, para protegerte de esas críticas.
Salimos de la playa y anduvimos por las calles hasta llegar a una taberna. Allí sólo se encontraba el camarero, no había nadie más.
-¿Qué quieres, nena? –me preguntó Danny-. ¿Qué te apetece?
-Nada. No hace falta...
-Venga, no me digas eso. Pídeme algo.
-Un helado.
-¡A ver; un helado para la señorita! –le gritó Danny al camarero.
Este último se encogió de hombros.
-No tenemos –respondió-. Puede pedir... café o licores. Nada más.
-No me apetece nada de eso –le dije a Danny.
-No me extraña, cariño. Yo pediré un café para que podamos quedarnos aquí y hablar, pero no te preocupes, luego iremos a otro lado y te compraré lo que quieras.
Al empezar a hablar con Danny me sentí muy incómoda, ya que era consciente de que el camarero no perdía palabra de la conversación. Él no tenía nada qué hacer, más que escucharnos.
-Oye, Danny, tengo una pregunta –declaré.
-Dime.
-¿De qué parte de Inglaterra eres?
-De Dover. Está muy cerca de aquí, como ya sabrás. Si quieres, te llevo un día, ¿nunca has estado?
-No, nunca he estado en Dover. Pero sí en la Isla de Wight.
-¿Y no te gustaría ir a Dover?
-Sí.
-Pues te llevo un día en mi barco. Se llega enseguida.
-¿Tienes un barco?
-Sí. Me dedico a eso, a la pesca.
Ése fue uno de los pocos datos que me dio sobre su vida. Seguimos hablando de distintos temas, y de mí, pero él casi no me contó nada sobre sí mismo. Y cuando le pregunté cuántos años tenía, él contestó:
-Prefiero no hablar sobre mí. Soy muy reservado.
-Yo también soy muy reservada, y sin embargo, respondo a tus preguntas.
-Vale, está bien. Tengo veintidós.
-Me llevas...
-Sí, te llevo siete años. Pero no me importa la edad.
Yo ya suponía que Danny me llevaba unos cuantos años. Él tenía aspecto de simpático, aunque también algo misterioso, al no querer hablar mucho sobre sí mismo. Pero ese último detalle no me pareció digno de desconfianza, ya que a mí tampoco me gusta nada contar mi vida.
Salimos de la taberna y Danny me compró un helado en otro lado.
-Quiero verte otra vez esta tarde –me dijo él-. Estar sin ti es vivir a medias. No me siento completo cuando no estás. Así que... ¿dónde nos vemos, y a qué hora? Dímelo tú, quiero que sea todo como a ti te apetezca.
-¿A las tres en el puerto?
-Sí, de acuerdo. Allí estaré.
-Hasta luego.
-Adiós, mi niña, cuídate.
Al mediodía no tuve hambre por culpa del helado. Mis padres y mis hermanos me preguntaron en dónde había estado esa mañana, y les dije que en la playa y por las calles, y que había comprado un helado.
A las tres de la tarde me reuní con Danny, y volví a ver al joven en sucesivas ocasiones durante la semana. Yo me sentía especial, por eso seguía viéndolo, y acudiendo a nuestras furtivas citas. Él me hacía sentir apreciada. Él era lo más similar a un novio que yo había tenido. Y a mí me parecía bien, sin embargo, me entraron dudas.
-Danny, nosotros somos amigos, ¿verdad? –le dije una tarde en la que nos hallábamos los dos en la playa, sentados sobre las rocas-. No somos novios, ¿no?
-¿Por qué me lo preguntas? ¿Te da miedo iniciar un noviazgo?
-No lo sé. A lo mejor es eso. O tal vez sea que no te conozco lo suficiente.
-Yo te vi y me enamoré de ti. Y no conocía ni tu nombre. No sabía nada de tu vida, Jacqueline.
No respondí a eso.
-¿Nunca has tenido novio? ¿Si me aceptases, yo sería el primero? –me preguntó.
Asentí con la cabeza.
-¿Y tú has estado alguna vez con una chica? –quise saber.
-Sí. Pero no eran como tú. Me decepcionaron. Sin embargo...sé que tú no lo harás. Pareces inocente y sincera. No obstante, si tienes dudas, te dejaré que te aclares. No quiero presionarte, seguiremos siendo amigos hasta que cambies de opinión. No te voy a meter prisa.
Volvimos a vernos unas cuantas veces desde entonces. Yo no sabía qué disculpas inventar en casa para que nadie sospechase nada. Y a todos les estaba pareciendo algo raro que saliese sola, teniendo tres hermanos que podían acompañarme.
-Jacqueline, tengo que hacerte una pregunta –me dijo Guillaume una mañana, justo antes de que yo saliese para ver a Danny.
Yo me puse nerviosa. A ver si no era nada acerca de mis sospechosas salidas.
-¿Tú qué haces para crecer? –dijo Guillaume.
Me quedé aliviada.
-No lo sé. Nada en especial –respondí.
-Eso digo yo, porque yo como más que tú, ¡y no crezco! ¡Y tú comes poco y sí que creces!
-Ya, pero no te preocupes por eso. Eso no importa. Ahora... me voy, ¿vale? Adiós, Guillaume.
-Adiós.
Salí de casa y me encontré con Danny en un bar del puerto. Habíamos decidido vernos allí. Observé que Danny siempre me invitaba a “tabernitas baratas”, pero él ejercía una fuerte atracción sobre mí, así que no le di importancia a eso. Otro dato del que me percaté era el hecho de que a veces Danny desviaba la vista, evitaba mirarme a los ojos en ciertas ocasiones. A mí a veces me pasa eso por timidez, pero Danny no parecía tímido. Si lo fuese, no habría venido a hablarme aquel día que me quedé sola en la playa.
Hablamos en el bar, y Danny se portó conmigo mejor que nunca, así que mis sospechas acerca de él se borraron. Me compró bombones (yo, al llegar a casa los guardé en un cajón de mi mesilla de noche, tapados con papeles para que mi madre no los viese); me invitó a una limonada y me dijo cosas bonitas. Y al final añadió:
-He esperado a este momento para decírtelo, para que no te preocupases antes, pero... mañana me voy para Inglaterra y tardaré bastante en volver. Pero antes tengo que pedirte un favor.
-Dime, ¿qué quieres que haga?
Me cogió de la mano.
-Sé que te va a costar, pero tienes que hacer un esfuerzo, Jacqueline. Por favor. Necesito que vengas al puerto esta noche, sobre las once y cuarto.
-No puedo. A esa hora, no.
-Jacqueline, por favor. Es muy importante. Escucha, tienes que hacer un pequeño trabajo, nada más.
-¿En qué consiste el trabajo?
-Verás, un amigo mío tiene que clasificar unos libros según la época histórica, o algo así. No se lo entendí muy bien, pero él te lo explicará y seguro que tú sabes hacerlo perfectamente. Él no sabe y yo tampoco, y es muy importante que le ayudes. Tardarás menos de cinco minutos. Luego podrás marcharte.
-Pero... esa hora no me viene bien. ¿Por qué no a otra?
-Él vendrá a esa hora, cariño. Llegará de Inglaterra sobre las once, en barco. Sólo puede ser entonces. Te necesitamos. Y... por cierto, quiero que me digas qué decisión has tomado, si quieres que seamos novios. Pero no me respondas ahora, piénsatelo hasta la noche y luego me lo dices, cuando se marche mi amigo.
-Danny, no puedo venir por la noche, ¿de acuerdo?
-¿No? ¿Pero por qué? –me preguntó-. ¿Me tienes miedo, desconfías de mí?
-No es eso.
-Pues mira, niña, me estoy cansando. Te trato lo mejor que puedo, siempre con respeto, ¡y ni así gano tu confianza! Me tomas por un... sinvergüenza que te quiere hacer daño.
-No.
-¡¡¡Sí!!! ¡¡¡Ni se te ocurra negarlo!!! ¡Se trata de eso, y si no, es que no quieres ayudar a mi amigo! ¿Pero sabes una cosa? Que estoy harto. Me voy a ir a Inglaterra, seguro que allí encuentro a una chica que confíe en mí y que me preste ayuda cuando la necesite. Va a ser verdad lo que decía un amigo mío: “Las inglesas son mejores que las francesas”. Pues sí, él tenía razón. Ahora lo que quiero es olvidarte, Jacqueline. Adiós.
-No. No, no te vayas.
Pero él se marchó. Y yo me quedé mirando al mar con los ojos humedecidos, mientras la rabia se apoderaba de mí al recordar lo de: “ las inglesas son mejores que las francesas”. Me sequé las lágrimas antes de que me llegasen a las mejillas, y me di cuenta de que estaba enamorada de Daniel Brian Thompson. Pero él ya no lo estaba de mí.
Esa tarde intenté que todo volviese a la normalidad, que mi vida volviese a ser igual que antes de conocer a Danny. Pero me estaba resultando difícil. No podía evitar preguntarme qué habría pasado si yo hubiese confiado de verdad en el joven inglés, y si hubiese aceptado quedar con él esa noche en el puerto. Y me sentí culpable por no haberle hecho caso.
Se me hacía durísimo tener que guardarme todo lo que sentía. Yo miraba a mi hermano Georges, pensando: “¿y si se lo cuento?” Sin embargo, no lo hice. No sabía por dónde empezar, ni cómo se lo iba a tomar él. Sólo le comenté:
-Hoy voy contigo y con los otros. Me he cansado de salir... como antes.
Él se dio cuenta de que me pasaba algo.
-¿Estás bien? –me preguntó.
-Sí, ¿por qué?
-Porque estás un poco rara últimamente, pero si tú dices que nos es nada, no lo será.
Más tarde, después de la cena, mi madre también quiso hablar conmigo. Me preguntó qué me pasaba, y yo no le conté nada. Me dijo que quería saber lo que me ocurría, porque que algo era. Me ordenó contárselo, pero no accedí. Discutimos y gritamos, y yo me marché de la habitación, enfadada. Eso es porque siempre, excepto esta vez, le cuento lo que me pasa. Por eso está acostumbrada a que lo haga, y cuando no actúo así, se lo toma a mal.
Yo me quedé peor que antes, por la discusión y porque no olvidaba el tema de Danny. Me negaba a creer que el joven se había marchado ya para Inglaterra, y que yo ya no significaba nada para él. Yo lo quería, y deseaba pedirle perdón y explicarle mis sentimientos antes de que él se fuese para Inglaterra. Por eso a las once y diez de la noche salí de casa, esperando regresar lo antes posible. El gato, Kaiser, me vio marchar y maulló un poco. Lo acaricié para que no llamase la atención de los demás.
Me encaminé al puerto. En el fondo, yo albergaba alguna esperanza de que Danny se encontrase allí, tal como me había dicho por la mañana antes de enfadarse. Yo deseaba que así fuese, y aunque, ciertamente, la razón me indicaba que él no iba a estar, sí que lo encontré, a la entrada del puerto. Nos abrazamos y le pedí perdón por no haber confiado en él.
-No importa –me dijo-. Eso no va a cambiar nada, te sigo queriendo igual o más que antes. Fui muy duro contigo, tienes que disculparme.
-Danny, quiero que seamos novios –declaré-. Ya lo he pensado, estoy segura.
Me acarició en las mejillas y dijo:
-Me alegra mucho que digas eso. ¿Bueno, qué tal estás?
-No muy bien. Me he peleado con mi madre.
-Vaya, ¿y eso por qué?
-Me... me quedé muy triste cuando creí que te había perdido para siempre. Ella me preguntó qué me ocurría, no se lo dije, y... nos enfadamos.
-Tranquila, ya lo arreglaréis. Mira, ya no tienes que ayudarme, lo de mi amigo ya lo solucionamos. Pero te voy a enseñar una cosa.
Seguimos andando por el puerto hasta acercarnos a un barco de tamaño mediano.
-Mira, es mi barco –dijo Danny-. ¿Qué te parece?
-Es bonito.
-Sí. Y aunque no sea muy grande, está bien equipado. Tiene botes salvavidas. He pensado que a lo mejor te apetece dar una vuelta.
-Ahora no. Tengo que irme enseguida.
-Bueno, me ha costado traerlo, ¿sabes? Mi hermano estaba con él en Dover y no me lo quería devolver hasta mañana. Pero al final he conseguido tenerlo hoy, para dar una vueltecita contigo. Piénsatelo, haz lo que quieras. Mientras tanto, te traigo una limonada, sé que te gusta.
Danny se subió a un bote pequeño y navegó con él unos pocos metros, hasta llegar al barco. Luego vino de vuelta, con un vaso en la mano.
-Vente al bote –me dijo-. Si quieres, puedes tomarte aquí la limonada.
Le hice caso, y él remó hasta acercarnos al barco, aunque en principio no subimos a él. Yo bebí, pero lo que contenía el vaso no me supo a limonada.
-¿Qué me has traído? –le pregunté.
-Limonada, ¿no?
-No. Sabe... distinto.
-¡Ah! Perdona, me he confundido, es... bueno, son unas plantas. Saben bien, a mí me gustan. Venga, bébetelas. Al principio sí que saben raras, pero luego te acostumbras y te saben muy bien.
Él me siguió hablando, muy amablemente, y yo le dije:
-Llévame de vuelta, tengo que ir al baño.
-Espera...
-No puedo, me corre prisa.
-Pues entonces... hay aseos en el barco. Son los que más cerca te quedan. Sube –respondió Danny.
Él trepó por unas escalerillas y a mí me llevó en brazos. Una vez en el barco, me dijo:
-Vete recto y luego a la derecha.
Yo iba a seguir sus instrucciones, sin embargo, mientras continuaba recto escuché un grito parecido al de un bebé llorando, o al de un gato que maúlla. El sonido provenía de una habitación situada a la izquierda, y me detuve allí durante un instante.
-¡Eh, chavalita, te he dicho que el baño estaba a la derecha! –gritó Danny.
-Ya, pero...
-A la derecha, ¿no me entiendes? ¿Y no decías que tenías prisa? ¡Pues corre, vete a aliviarte!
Asentí con la cabeza y obedecí, a pesar de que el sonido continuaba en uno de los departamentos de la izquierda. Me resultó extraño que Danny hubiese sido brusco conmigo.
No había pasado ni un minuto cuando noté que el barco se movía más. Sin duda, estaba en marcha. Eso no me gustó; Danny no me había pedido permiso para dar vueltas. Y al salir del baño vi que el joven se hallaba al fondo del pasillo.
-Tengo que irme a casa –le dije-. No quiero dar vueltas.
-Ven –respondió.
Me acerqué un poco a él y añadí:
-Por cierto, ¿quién pilota?
-Mi amigo –me dijo.
-Pero, oye, tengo que irme a casa. Quiero volver.
Danny negó con la cabeza.
-Jacqueline, entra ahí, haz el favor –me pidió, señalando uno de los camarotes situados a la derecha.
-¡Pero Danny, que me tengo que marchar!
-¡¡¡Te he dicho que entres!!! –bramó.
Me tapó la boca con una mano, y con la otra me agarró y me empujó a la habitación. Después me soltó completamente y yo me quedé temblando, temiendo por lo que Danny me fuese a hacer.
-Déjame marchar –le pedí-. Y no me hagas daño. Por favor, no me toques.
-Nos vamos a Dover –respondió.
-¡¡¡No!!! ¡Quiero irme a casa! ¡Da la vuelta!
Danny negó con la cabeza. Yo corrí hacia la puerta y salí del camarote. Me dirigí a uno de los cuartos de la izquierda, del que había provenido el sonido. Pero Danny me alcanzó y me agarró antes de que yo pudiese entrar.
-¿Qué era lo que hacía ruido? –le pregunté.
-Mi gato –declaró Danny-. Y no andes metiendo las narices en todo.
-¿Puedo ver el gato?
-¡¡¡No!!! Tiene... sarna. Por eso lo encierro.
Logré abrir la puerta y hacerle cosquillas a Danny. Éste me soltó durante un instante que aproveché para entrar en el camarote, iluminado por una lámpara. Sobre el lecho se hallaba una caja, sin tapa por arriba, y un bebé durmiendo dentro. Eso me extrañó enormemente, y no volví a fiarme de Danny.
-¿Qué hace este niño aquí? –le pregunté-. ¡No será hijo tuyo!
Danny entró en el cuarto y negó con la cabeza.
-No lo es, pero delante de mi padre tendré que aparentar que sí. Al igual que tú tendrás que fingir que eres la madre del bebé.
-¡¿Qué?! ¡No cuentes conmigo!
Danny cerró la puerta.
-Jacqueline, cálmate. No va a pasar nada –dijo-. Déjame que te lo explique. Mi padre está en Dover, en su lecho de muerte. Y en vez de dejarme a mí la mayor parte de la herencia, tenía pensado dejársela a mi hermano mayor, ya que él está casado, y según mi padre, necesita el dinero más que yo, porque él debe mantener a la esposa. Por eso he ideado un plan para quedarme con la mayor parte de la herencia.
>> Le he dicho a mi padre que estoy casado y que tengo un hijo. Estuve años sin verlo, por eso puede resultar creíble. Él estaba en el norte de Inglaterra, es que ahora lo he traído a mi casa. Eso sí, le he contado que lo invité a mi boda, pero que la invitación debió de extraviarse por el camino. Y él quiere conocer a sus supuestos nuera y nieto. Por eso tú debes ir conmigo a nuestra casa de Dover, con el bebé en brazos. Mi padre tiene que veros, y ya está. Luego te dejaré marchar. Esto es lo que quiero de ti, lo que siempre he querido.
Me quedé muy aturdida.
-Entonces... ¿me has mentido todo el tiempo? –pregunté, conteniendo las lágrimas.
-Haz lo que te pido.
-¿Me has estado utilizando, no me quieres de verdad?
-¡¡¡Haz lo que te pido!!!
Él no me respondía, pero, aunque yo me negaba a aceptarlo, estaba claro que Danny me había estado utilizando todo el tiempo. Y era para engañar en el lecho de muerte a un pobre hombre que además era su padre. Me había seducido para eso. Todas las palabras bonitas que me había dirigido habían sido mentira, una tras otra. Yo no podía creerlo. Deseaba que todo fuese un sueño.
-No... tu padre no se va a creer que yo tengo un hijo –comenté a la desesperada, para ver si Danny me dejaba marchar-. Soy demasiado joven, y tengo cara de niña, aún aparento menos edad de la que tengo.
-A los quince años, una chica ya puede tener hijos –rebatió Danny-. Además, mi padre no ve muy bien. No se fijará demasiado en tu cara. Así todo, tú eres la apropiada, Jacqueline. Me gustan las chicas rubias y delgadas. Y mi padre lo sabe. Y también eres muy adecuada para esto por tu discreción. Te conozco mejor que tú a mí, y sé que no le has hablado a nadie de mi existencia. Eres... demasiado tímida como para contárselo a alguien, y si no es eso, es que temes lo que te puedan decir tus padres. Pero ahora, hazme un favor. Te necesito.
-No –dije, simplemente.
Danny se apoyó en la puerta.
-Mira, niña, si me obedeces, todo saldrá bien. Pero si no, puedo resultar un poco peligroso. Soy inteligente. He logrado hacerte aparecer hoy aquí, de noche, para que nadie te viese por el puerto. Si bien no has caído en la trampa de, supuestamente, venir a ayudar a un amigo mío, he sabido enfrentarme a ti para que vinieses corriendo a hacer las paces. Y... como no parecías muy dispuesta a hacerme caso, te he servido un producto apropiado para que te entrasen ganas de ir al baño, y así tuvieses que subir al barco. Además, físicamente te gano en todo. Aunque tú seas más guapa, yo soy más alto y más fuerte que tú. Tú eres una chavalita, y yo, un hombre. Puedo hacerte daño de un montón de maneras, aunque... si me obedeces, seguiremos llevándonos bien.
-Me has engañado –murmuré.
-No. Excepto en esos detalles que te acabo de comentar, nunca te he mentido.
Se me acercó.
-Y excepto también en la edad. Tengo veinticinco, te llevo diez años. Pero eso no importa –añadió Danny.
Me agarró de la cintura, y aunque lo intenté, no pude evitar que me besase en los labios. Debió de hacerlo para fastidiarme, para ponerme de los nervios. Cuando terminó, le escupí en la camisa y me limpié los labios con el dorso de la mano. Y él me empujó, haciéndome apoyar la espalda en el armario. No separó sus manos de mis hombros, para impedir que yo me moviese.
-Eres el mayor maleducado que he conocido en mi vida –le dije-. Sé que no te importa lo que pienso, pero quiero que lo oigas.
Fue lo primero que me vino a la cabeza, pero bueno, los ladrones con los que nos encontramos en Suiza, en aquella excursión del instituto, también eran grandes maleducados.
-Cállate –respondió Danny-. Te repito que te puedo en todo. ¿O quieres que te dé una paliza?
-No, por favor.
Me soltó y se acercó a la mesilla de noche. Sacó un cigarro y se puso a fumar. Era la primera vez que fumaba delante de mí.
Yo miré al bebé, que seguía durmiendo en la caja. Era muy rubio. Me dio pena de él, de que hubiese caído en las manos de Danny.
-¿De dónde lo has sacado? –le pregunté a Danny.
-¿Al niño? De un orfanato de Le Havre. Y dime, ¿fingirás ser su madre o no?-quiso saber-. ¿Fingirás ser mi mujer?
-Oye ,Danny, déjame marchar ahora. Por favor.
-Así que no quieres fingir, ¿eh? Te estás arriesgando, Jacqueline. Mucho.
-¿Has sacado al niño de un orfanato? –insistí-. ¿Lo has adoptado?
-No, claro que no. Me puse en la puerta del orfanato. Vi a una mujer que llevaba al niño, y yo le dije: “Déjemelo aquí a mí, yo soy uno de los encargados”. Y ella me hizo caso.
-Entonces lo has robado –comenté.
-Tranquila. Sus padres no lo reclamarán. ¡Es huérfano! –exclamó Danny, entre risas.
Me pareció deplorable que eso le hiciese gracia.
-¿Está bautizado? –le pregunté.
-Sí. Se llama Paul. Me lo dijo esa señora que lo llevó al orfanato. También me contó que el bebé había nacido el diecisiete de abril, y que la madre había muerto. Del padre no se sabe nada.
-Tiene cuatro meses –murmuré-. Creí que tenía aún menos, no está creciendo mucho, no lo estás alimentando bien.
-¡¡¡Pues quédate con él desde que lleguemos a Dover!!! ¡Adóptalo como hijo! –gritó Danny-. A ver si te gusta cambiarle el pañal, como yo, hace unos minutos.
El bebé se echó a llorar.
-¡Bah, yo esto no lo aguanto! –dijo Danny-. Y el barco está yendo lentísimo, voy a hablar con el piloto.
Danny abandonó el camarote. Yo me acerqué a la puerta pero no la pude abrir, Danny me había encerrado allí. Me senté en la cama y cogí al niño en brazos. Lo acaricié, susurrando:
-Tranquilo, Paul, no llores. No llores, Danny no nos va a hacer daño.
La habitación olía a tabaco y yo empecé a sentir náuseas, no me gusta nada ese olor. Observé que en vez del típico ojo de buey, el camarote contaba con una ventana más grande, de forma rectangular. Corrí un pasador y la abrí con la intención de que entrase aire fresco. Me asomé y descubrí que a muy poca distancia se hallaba el piso de abajo, con un bote allí mismo, en la cubierta, cosa que me produjo extrañeza. Y se me ocurrió escapar por la ventana.
El llanto del bebé había cesado. Lo cogí en brazos y lo apreté contra mi pecho cuando salté por la ventana, para que no se precipitase contra el suelo. Caí de cuclillas en el primer piso, haciendo ruido con los zapatos, y el niño volvió a llorar. Yo lo acaricié y le hablé con dulzura. Y él se quedó en silencio, se notaba que estaba falto de cariño.
El faro y las estrellas iluminaban la noche. Yo desaté el bote y dejé al bebé suavemente sobre el suelo. Agarré el bote con las dos manos, y costándome mucho trabajo, lo lancé al mar. Cogí de nuevo al bebé en brazos y bajé por las escalerillas del barco. Luego, armándome de valor, me lancé al agua (friísima) y me agarré con una mano al bote, mientras que con la otra sujetaba al bebé. Logré que él no se mojase, pero no pude evitar que se echase a llorar. Me subí al bote, con el niño, y me froté el cuerpo, temblando de frío. Dejé a Paul sobre mi regazo y cogí unos remos que había en el bote. Nunca había remado hasta entonces, sin embargo, sí que había contemplado competiciones de gente que lo hacía, e intenté imitarla.
Pensé que me iba a cansar menos. De todas formas, no entré mucho en calor. Me sentía como si estuviese soñando. Sólo deseaba llegar a casa, pero para eso, antes había que remar. Comprobé que podía hacerlo más rápidamente si me levantaba un poco sobre el bote, en vez de ir completamente sentada. Y remé así a partir de entonces, dejando al bebé sobre el suelo de la lancha.
Yo me guiaba por el faro. Me encontraba muy incómoda, entre la mojadura, el frío y el esfuerzo de remar. Parecía que el puerto se encontraba muy cerca, pero yo remaba y remaba, y no conseguía llegar. Descansé un poco, no podía más, y luego continué. No sé cuanto tiempo me llevó llegar, pero a mí me parece que como mínimo tres cuartos de hora, hasta que al final vi el puerto.
Fui con la lancha hasta la orilla, para no tener que nadar, cogí al bebé en brazos y me bajé del bote. Casi no me aguantaba de pie. Hice un esfuerzo y fui andando hasta una de las casas cercanas al puerto. Yo quería dejar al bebé en una de esas casas, a pesar de me daba mucha vergüenza pedirle a alguien que lo admitiese allí durante esa noche. Pero yo no sabía qué pensaría mi familia si me presentaba allí con el niño, seguro que me hacían un montón de preguntas, y lo único que yo deseaba era acostarme y dormir; sin dar explicaciones.
Golpeé la aldaba de la puerta más próxima y al cabo de un tiempo considerable, un hombre dijo al otro lado:
-Identifíquese.
-Soy... Jacqueline Lebon –respondí, extrañada de lo mucho que me temblaba la voz-. Perdóneme, pero he encontrado... un bebé abandonado. Necesito ayuda.
El hombre abrió una rendija de la puerta, dejando que una cadena mediase entre nosotros.
-Por favor, tiene que quedarse con el bebé esta noche –añadí-. Sólo ésta, le prometo que mañana por la mañana me lo llevaré a... otro lado. El niño es... tranquilo. Apenas llora.
-¿Dónde lo has encontrado?
-En... el puerto. Luego se lo explicaré mejor. Mañana. Pero ahora debo irme.
El hombre abrió la puerta y lo vi con más claridad. Era algo mayor, y el poco pelo que conservaba era de color blanco. Sostenía un candelabro.
-Está bien, tráeme al niño –respondió.
Se lo di y lo cogió en brazos.
-¿Y tú estás bien?- añadió-.Te veo pálida, mojada y temblorosa. Pareces muy cansada, ¿seguro que no quieres pasar?
-Tengo prisa, sólo...
-¿Sí?
-¿Puede traerme un vaso de agua? Por favor.
-Claro, hija, claro.
Bebí, le di las gracias y le pedí disculpas por haberlo molestado a aquella hora (eran, más o menos, las doce de la noche).
-No pasa nada, no te preocupes –dijo él-. Tú no tienes la culpa, es... esa gente desalmada, la que abandona niños, la que debería disculparse. Tú eres una buena niña, estás haciendo lo que debes. Venga, hasta luego, buenas noches, Jacqueline.
-Buenas noches.
Él cerró la puerta y yo intenté seguir andando. Pero comencé a encontrarme mal, a marearme, y me acerqué a la casa más próxima. Se trataba de la que estaba pegada a la de aquel hombre, a la derecha. Agarré el pomo y llamé, sintiéndome desfallecer.
-Me voy a desmayar –dije, mientras llamaba a la puerta-. Que alguien me ayude, me mareo.
Noté algo extraño, como si mi voz sonase desde lejos, y no recuerdo qué sucedió inmediatamente después, ya que perdí el conocimiento.
Más tarde vi gente a mi alrededor. Yo estaba acostada, y los demás armaron revuelo, exclamando que yo había abierto los ojos. Esto no lo recuerdo con gran claridad, no me encontraba bien del todo. Luego, un hombre me metió algo en la boca y me mandó tragar. Supongo que él era un médico.
Volví a despertarme por la mañana, y desde la cama, contemplé la habitación. Me pareció que era la misma que la de hacía unas horas, en la que había estado aquella gente. Ahora, una mujer que tendría aproximadamente la edad de mi madre, se hallaba a mi izquierda, en una silla. Me senté en la cama y ella se incorporó también.
-¿Cómo te encuentras? –me preguntó.
-Bien –declaré-. ¿Pero dónde estoy?
-Anoche te encontramos desmayada ante la puerta de casa. Te trajimos aquí, a esta habitación, y avisamos a un médico.
-Gracias por ayudarme –dije.
-¿Y qué otra cosa íbamos a hacer? Venga quédate aquí. Vuelvo enseguida.
Observé que yo no llevaba puesto el vestido mojado, azul oscuro y blanco, de la noche anterior; sino uno seco de color amarillo, uno que no me pertenecía. Oí unos pasos acelerados y en mi habitación entraron un niño y una niña pequeños.
-¡Mira, Sophie, ya está despierta! –le dijo el niño a su hermana.
-¡Dejadla! –les pidió su padre-. Dejadla tranquila, tiene que descansar.
Los niños de fueron y el hombre entró en el cuarto.
-¿Estás bien, te molesta que te hable? –me preguntó.
-Estoy bien, no me molesta.
Se sentó en la silla.
-¿Qué te pasó? ¿Te caíste al mar, o algo? –se interesó-. Porque estabas mojada, mi mujer tuvo que cambiarte el vestido.
-Sí, estuve remando y me mojé algo –respondí.
-Bastante.
-Sí, bastante. Me caí de la lancha. Remé y me cansé mucho. Luego empecé a encontrarme mal.
La mujer entró en el cuarto con una taza de chocolate caliente para mí. Al terminar me marché de la casa, tras haberles asegurado a ellos que me encontraba bien. Me dieron una bolsa para que llevase allí mi vestido mojado, y seguí con el otro puesto (me lo regalaron). Entonces, me dirigí a la casa de al lado y llamé a la puerta.
Esta vez abrió una mujer, no el hombre de la noche anterior.
-Soy... la de ayer, Jacqueline, la que ha traído al niño –expliqué.
-¡Ah, pasa! Pero... mira... nuestro hijo y su mujer desearían quedarse con el bebé. No sé qué te parecerá a ti...
-Muy bien. Yo no sabría qué hacer con él, ni adónde llevarlo.
Les di, a ella y a su marido (el hombre de la noche anterior), los pocos datos que yo conocía sobre el bebé. Y lo peor fue cuando ellos me hicieron la pregunta ineludible de: “¿Dónde decías que lo habías encontrado?”
-Subí a un barco, y... un chico lo tenía allí. El chico pretendía quedarse con el bebé para hacer unas trampas y cobrar una herencia –expliqué-. En Le Havre se hizo pasar por un encargado del orfanato, y se quedó con el bebé. Pero ese chico no lo cuidaría bien. Menos mal que pude quitárselo.
-¿Y cómo lo hiciste? –preguntó la mujer.
-El chico se marchó un momento, y entonces me escapé con el niño.
-Y eso sucedió anoche, ¿verdad? –intervino el hombre.
-Sí –respondí.
-¿Y qué hacía una chica tan joven como tú, una niña, sola a esas horas? –quiso saber la mujer.
Me puse colorada.
-¡Por favor! No le hagas esas preguntas a la pobre niña, que parece formal –dijo el hombre-. Sus motivos tendría, y no nos interesan.
Sonreí en señal de agradecimiento.
Si eso había sido un mal trago, en casa no lo pasé mejor. Procuré ir rápido, deseando que aún siguiesen todos en cama, meterme yo en la mía, y así aparentar que había permanecido allí toda la noche. Pero no lo logré. El primero en verme fue Guillaume, desde la ventana. Eso ya me dio mala espina, pues, aunque los demás se hallasen durmiendo plácidamente, él se mostraría encantado de informarles de que yo venía de fuera. Entré en casa y escuché a Guillaume diciendo:
-¡...sí, viene ahí, la he visto!
Él, Auguste y Georges bajaron las escaleras corriendo.
-Le has hecho llorar a mamá –me acusó Guillaume-. Estaba preocupada por “la nena”, es decir, que se volvió loca y nos despertó.
-¿Cómo?
-¡Que dijo que no estabas, y se sentía culpable porque acababais de discutir, y ella creía que te habías ido por eso!
-¡No, no me fui por eso!
-Ya veo –añadió Guillaume-. Ese vestido es nuevo, ¿no? ¿Te has marchado para comprarlo?
-¡No! Fue... un accidente. ¿Y dónde está mamá?
-Está buscándote por fuera, con papá– respondió Auguste-. Georges y yo salimos a las seis de la madrugada para ver si te encontrábamos.
-¿A las seis?
-Sí. A las cinco y media hubo un ruido. Era un cuadro que se había caído, pero mamá se levantó, entró en tu habitación y no te vio. Se puso toda nerviosa, lloró, y papá tuvo que intentar tranquilizarla a pesar de que él tampoco estaba tranquilo.
Me quedé pensativa. Yo nunca había visto a nuestra madre llorando.
-¿A qué hora te marchaste? –me preguntó Georges, suavemente.
-A las once y diez –admití.
-¡¿Has pasado toda la noche fuera?! –bramó Auguste-. ¡Tendrás una muy buena explicación que darnos acerca de lo que te ha sucedido! Mira, hermanita, esto es una vergüenza. Menos mal que tu tontería ha coincidido con los días de permiso que le hemos dado a la criada. Sería bochornoso que ella se enterase de esto.
Yo iba a responderle, no de muy buena manera, pero Georges me preguntó:
-Jacqueline, ¿qué te pasó? Eso no es propio de ti.
-Me fui porque... –empecé a decir.
Pero no continué. Antes tendría que explicarles que yo había estado quedando con un chico llamado Daniel Brian Thompson, que él había fingido un enfado para que yo lo echase de menos, y así atraerme a la cita nocturna... Yo debería admitir también que, anteriormente, Danny había ejercido una fortísima atracción sobre mí, que había estado enamorada de él... y yo no quería contarles eso a mis hermanos. Seguro que me reñían. Y yo ya había aprendido por mí misma, no me hacía falta que ellos me reprendiesen para que escarmentase.
Anímicamente, yo no me encontraba bien del todo. Hasta hacía horas, Danny había sido una persona admirable para mí, pero de repente, las cosas habían cambiado y comencé a sentir lo contrario. Y eso es difícil de asimilar.
-Sí, ¿por qué te fuiste? –añadió Georges.
-Fue un error –dije-. Cometí un error, nada más.
-No te entiendo, explícalo mejor –me pidió Auguste.
Pero no tuve que responder en aquel momento, ya que llegaron mis padres. Me abrazaron los dos, y yo me di cuenta de que tenía que explicarles lo que había pasado. Ellos querían saberlo, seguro.
-Yo... iba a volver pronto –dije-. No pretendía pasar todo ese tiempo fuera, pero...se me complicaron las cosas.
-¿Qué te pasó, cariño? –preguntó mi madre.
-No le da la gana de contarlo –intervino Auguste, notablemente enfadado-. Y eso que estuvo fuera de once y diez de la noche a nueve menos cuarto de la mañana.
-Puede que se quedase muy afectada y que no se sienta preparada para afrontar los hechos –respondió Georges-. Por eso, no la fuerces.
-Pues si no está preparada para hablar de eso, es una cobarde –dijo Auguste.
-¡¡¡Si hubieras pasado por lo que yo, a lo mejor no decías eso!!! –grité.
-A lo mejor, pero... se me hace muy difícil ponerme en tu lugar e imaginarme lo que has vivido, porque, como no lo cuentas... –dijo Auguste, con burla.
-No le hagas caso –me susurró Georges al oído-. Yo quiero ayudarte, y cuando te decidas a contarlo, sea lo que sea, no me voy a burlar. Y... tranquila. Ya ha pasado todo, ahora estás a salvo.
Todos, excepto Guillaume y yo, entraron en el salón.
-Jacqueline, si no te da la gana de contarlo, haces bien en callarte –opinó Guillaume-. Porque si lo cuentas, ya sé que te vas a echar a llorar; que los demás van a decir: “¡Oh, pobrecita nuestra niña!” ; y empezaréis a hablar de un tema que tú quieres olvidar. Es mejor ahorrarse toda esa tontería.
Por una vez, las palabras de Guillaume me hicieron sentir cómoda. Me fui a mi habitación, y precisamente él, mi hermano pequeño, se acercó a llamarme unas horas después.
-Están hablando de ti –me dijo, con un tono educado que yo a él le había escuchado muy pocas veces hasta la fecha.
Me tomó del brazo y bajamos juntos las escaleras. Nos quedamos de pie, al lado de la puerta (cerrada) de la cocina y escuchamos lo siguiente:
-... no, ¡no está loca! –decía Georges.
-Ya, pero si tiene problemas, a lo mejor le viene bien hablar con un psiquiatra –respondió Auguste-. Aunque, creáis lo que creáis vosotros, yo pienso que es todo tontería, que no lo quiere contar para hacerse la importante, como diciendo: “Paso la noche fuera pero no me digno a explicar por qué”. Y para eso, lo mejor es ponerse serios y obligarla a que lo cuente. No dejarla en paz hasta que lo explique. Y si eso no funciona, entonces sí, amenazarla con llevarla al psiquiatra. Y como no va a querer ir, lo va a contar, ésa es la solución.
Me irrité al oírlo. Me entraron ganas de pasar a la cocina a discutir con Auguste, pero me contuve, pues lo mejor era seguir escuchando.
-Lo que menos conviene es forzarla e intimidarla – lo contradijo mi padre-. Ya habrá sufrido por la noche, ¿no?, ¿no lo pensáis? Pues que no sufra ahora por nuestra culpa.
-Sí, algo debió de pasarle por la noche, para tardar tanto –supuso Georges-. Pero antes ya estaba mal, por la tarde la noté... distinta. Lo que no entiendo es por qué se marchó por la noche, a las once.
-Fui demasiado dura con ella –intervino mi madre-. Yo creía que ocultaba algo, la noté muy rara. Por eso le pedí que me contase qué pasaba. Ella se enfadó mucho, y... seguro que se marchó por eso. Sólo es una niña –añadió, con voz temblorosa-. Le exigí demasiado.
-No me fui por eso –susurré, aunque la distancia le impidiese oírme.
-Nunca se exige lo suficiente –declaró Auguste.
Definitivamente, me enfadé con él. Sólo lo decía para hacerse el interesante.
-Seguro que no se fue por eso –intervino mi padre-. La niña no es así. Igual salió al jardín un momento, por lo que fuese, y... luego le pasó cualquier cosa, se la llevó alguien...
-Pero ha vuelto, y no tiene heridas –respondió Georges-. Eso es lo que importa.
Luego, el propio Georges sacó otro tema de conversación; y Guillaume y yo salimos al jardín.
-¿Ves? Por detrás hablan de ti –me dijo mi hermano pequeño-. Y yo, cuando me burlo de ti, te lo hago por delante, a la cara.
-Es que ellos quieren saber qué me pasó, pero... si se lo cuento, van a juzgarme, a decir que fui una tonta por haberle hecho caso a una cierta persona... y yo ya sé que me equivoqué; no quiero que me lo anden reprochando todo el tiempo. Además, ellos... seguro que se preocupan al oírlo, y que... lo consideran un problema grandísimo, mayor de lo que ha sido realmente.
El gato se acercó y Guillaume lo cogió y lo dejó sobre los muslos mientras lo acariciaba.
-Sí, son bastante pesados –comentó-. Al igual que cuando yo rompo un jarrón, ¡es un jarrón, vamos a seguir viviendo todos maravillosamente sin él! Pero hay que ver cómo se ponen.
Yo también acaricié al gato.
-¿Dices que te metiste en un lío por haberle hecho caso a quien no debías? –preguntó Guillaume-. Tranquila, no te pido que me cuentes nada, sólo es un comentario.
-Sí, fue por eso. Mira, Guillaume, tú no eres así drástico, ni depresivo. Ni me reñirías, claro. Así que si supieses guardarlo en secreto, te contaría a ti lo ocurrido aquella noche. Y digo en secreto porque no quiero que Auguste se entere por ahora. Ya que me quiere forzar, que se fastidie.
Guillaume sonrió.
-Sí, habló de ti con poco cariño –admitió-.Y... yo normalmente no tengo secretos que guardar. Los guardan los demás a mi espalda, porque me consideran un niño pequeño al que no se le puede contar nada...
-¡Eh, que a mí también me pasa eso!
-Bueno, pues ahora vamos a ser los pequeños los que guardaremos el secreto ante los grandes. Ya verás, nos vamos a divertir. Le diré a Auguste: “Sé algo que tú no sabes y no te lo voy a contar”. Ya verás cómo se pone.
Cogí al gato, y mientras lo acariciaba, empecé a contarle a Guillaume lo que me había ocurrido. Comencé hablándole de Danny, le confesé que había quedado con él muchas veces y que me gustaba. Y mi hermano pequeño se rió, casi se lo tomó a broma, pero yo prefería eso antes de que me reprendiese y se pusiese serio, como harían mis padres si se lo contase a ellos.
Seguí hablando y Guillaume volvió a reírse cuando le conté el motivo por el que yo había subido al barco de Danny. Así se encontraba Guillaume, riéndose, cuando vino nuestra madre a pedirnos que fuésemos a comer.
-Mamá, no me marché por estar enfadada contigo –expliqué -. Fue... una cosa mía, no lo volveré a hacer.
-¿Ahora estás bien? Mira, no sé qué te ha pasado, y temo que haya sido algo muy grave por no querer contarlo. No te voy a forzar a que me lo expliques si no te sientes preparada, sólo quiero saber cómo te encuentras ahora.
-Estoy bien. No me pasó nada grave. Te lo explicaré... después.
Guillaume estaba escuchando y sonrió.
-Le llevo ventaja –me dijo él al oído-. Yo ya sé quién es Danny.
Y al terminar de comer entré en el cuarto de mi hermano pequeño a contarle la historia completa. Al final me sentí mejor, como si me hubiese liberado de un peso que me oprimía. Y esa sensación me duró unas horas, pero por la noche me asusté, temí que Danny hubiese averiguado mi dirección y se acercase a hacerme daño. El miedo se apoderó de mí y no pude dormir hasta que le pedí a mi madre que viniese a dormir a mi lado. Creí que me sentiría mejor si les contaba lo ocurrido también a los demás, no solamente a Guillaume. Y al día siguiente me decidí a hacerlo. Entré en el salón con Guillaume, y él les dijo a Auguste y a mi padre:
-Yo ya sé lo que pasó, y vosotros no. Lo sé desde ayer al mediodía.
-¡Pero bueno, se lo cuentas a él, que apenas se preocupó cuando te marchaste; y a nosotros, que te fuimos a buscar de noche, nada! –gritó Auguste.
-¡¿Qué sabrás tú si me preocupé o no?! –respondió Guillaume-. ¡Lo que pasa es que tienes envidia porque yo estoy enterado de un secreto y tú no! ¡Pues te aguantas, Auguste!
-No me voy a aguantar, porque tengo derecho a saberlo. A ver, Jacqueline, déjate de tonterías y cuéntame ahora mismo lo que pasó. Ahora mismo.
-Pues te lo iba a contar, pero ya que te pones así, no lo haré.
Auguste profirió un insulto contra mí, y mi padre soltó el periódico que estaba leyendo y se levantó para reñirle. Yo cogí el periódico, con la intención de pasar las páginas mientras los demás discutían, y me sorprendió enormemente ver allí una foto de Danny. El título de la noticia era: “Detenido ladrón de barcos”. Leí la noticia y descubrí que el barco que Danny hacía pasar por suyo propio, era en realidad robado. La misma noche que yo había pasado fuera, , la policía lo había descubierto en alta mar, casi al alba. La noticia explicaba que Danny había declarado: “Mi barco está averiado y necesitaba otro para transportar a unas personas a Dover. Pero iba a devolverlo”.
Yo no me creí que fuese a cumplir esa última frase, y me pregunté si esas personas seríamos el bebé y yo. Además, el periódico explicaba que Danny pasaba la mayor parte del tiempo viviendo en Le Havre o en Dover, por lo tanto, me quedé tranquila al saber que seguramente no me encontraría con él por Calais. Por cierto, el que pilotaba el barco, el amigo de Danny, era un cómplice del robo. Los dos estaban ahora detenidos.
Miré la foto de Danny. No aparecía mientras lo arrestaban, sino que era un retrato de cara, no de cuerpo entero, de Danny en otro momento. Salía sonriendo, con esa sonrisa que tantas veces me había dedicado a mí en falso. Llevaba la raya al lado, como acostumbraba a hacer él, y no se había quitado las gafas para la foto.
Guillaume se hallaba a mi lado, haciendo botar una pelotita mientras papá y Auguste gritaban.
-Eh, mira esto, es Danny –le susurré.
-Vaya, tiene cara de tonto –observó-. Tal como me lo imaginaba.
-No. Es guapísimo y tiene pinta de interesante. A mí me volvía loca. Parece un estudiante universitario, pero... ya sé que no lo es, y que se trata de un grandísimo sinvergüenza.
-¡Mira que robar barcos! –exclamó Guillaume tras haber leído la noticia-. Los piratas lo hacían con más estilo.
Auguste y mi padre se hallaban ocupados discutiendo, entonces recorté la noticia de Danny del periódico. Abandoné el salón y me encontré con mi madre y con Georges, que estaban hablando en las escaleras. Auguste y mi padre se calmaron, y se fueron con Guillaume al puerto. Mi madre y Georges no quisieron ir. A estos dos últimos les enseñé la foto de Danny, tapando el titular de la noticia, y les pregunté qué les parecía el joven.
-Tiene cara de listo –opinó Georges.
-Sí, ¿quién es? –dijo mi madre.
-¡Un sinvergüenza, un estúpido! –respondí, vehementemente y conteniendo las lágrimas.
-Jacqueline, ¿qué tiene que ver contigo? –quiso saber mi madre-. Te prometo que me mostraré comprensiva, no me voy a enfadar, pero tienes que contármelo. ¿Te hizo algo aquella noche? ¿Por eso lo dices?
Me respaldé en una butaca del salón y declaré:
-No, excepto... que me decepcionó muchísimo. Me engañó.
Y expliqué todo lo que había sucedido. Fue más difícil contárselo a mi madre y a Georges de lo que había sido a Guillaume. Mi madre y Georges se horrorizaban con facilidad. Ella casi se atraganta con el agua (es que estaba bebiendo) cuando conté que para meterse conmigo (supongo yo), Danny me había besado en los labios.
-¡¿Le dejaste?! –me preguntó.
-¡No! –grité-. ¡Me dio... asco! ¡Después le escupí! Pero él me tenía agarrada y... no pude impedírselo.
La mirada de mi madre no me gustó demasiado y añadí:
-Es la primera vez que me pasa eso. Y además, yo no quería, no creas que...
-Sí, ya sabemos, ¿qué más pasó? –apremió Georges.
Seguí relatando lo ocurrido, y más adelante mi hermano comentó:
-Podías haber traído el bebé a casa.
-Pero si nos quedásemos con él... bueno, es que le llevamos muchos años-expliqué-. Seríamos como hermanos, pero... no sé si nos íbamos a entender, si íbamos a estar compenetrados dada la diferencia de edad. No me gustaría tener un nuevo hermano ahora.
Georges miró a mi madre, y me preguntó a mí:
-¿Ni siquiera si fuese una niña?
-Sería lo mismo –dije-. ¿Pero qué pasa, es que...?
-No pasa nada –declaró mi madre-. Es normal que pienses eso, yo te entiendo.
Continué contando la historia y ellos volvieron a alarmarse cuando les dije que me había desmayado. Esa fue la última vez que me interrumpieron, luego seguí contándoles lo ocurrido hasta el final. Se quedaron callados y pensativos hasta que Georges me dijo:
-Los hombres no somos todos así, como Danny.
-Ya lo sé –murmuré.
-De esos hay... unos cientos en toda Francia, supongo. Pero hay millones de hombres legales. Lo que pasa es que los delincuentes llaman más la atención, y a veces parece que son mayoría. Sin embargo, no es así –explicó Georges-. Y eso sucede en todos los países igual. En todos. No le tomes manía a Inglaterra. Allí también hay gente que vale la pena.
Georges nos miró a mi madre y a mí. Él debió de pensar que mi madre quería decirme algo, por lo tanto, se fue.
-Escucha, quiero que sepas que... –empezó a decir ella.
-Ya sé. Ya sé lo que debo hacer. No debería haber salido de casa a esa hora sin decírselo a nadie. Fui una tonta.
-No. No digas eso. Sé que vas a tener más cuidado si te sucede algo parecido. No te preocupes. Seguro que personas más maduras y con más experiencia que tú han tenido también la mala suerte de ser engañadas por Danny. Entonces no me extraña que hubiese sido capaz de engañarte a ti. Pero yo estoy muy orgullosa de lo que hiciste. Esa noche no podrías haberte portado mejor. Estoy muy orgullosa de ti.
-¡Pero si me marché sin avisar!
-Me refiero a lo que hiciste después. Claro que te marchaste, sin embargo tú querías volver pronto a casa. Nunca tuviste la intención de irte lejos con Danny, ni siquiera cuando creías que era de fiar. Y al descubrir sus intenciones, te negaste a colaborar con él, a pesar de sus amenazas. Y liberaste al bebé. Todo eso contrarresta tu travesura de irte de casa a las once sin avisar.
-Bueno, puede ser. Y... esto, lo que me pasó, ¿se lo cuentas tú a papá cuando vuelva? Yo ya se lo conté a Guillaume, y estoy cansada de hablar de eso.
-Sí, claro, ¿y a Auguste?
-Bueno, sí, como quieras. Total, está enfadado conmigo.
Le dejé el recorte de periódico con la noticia de Danny y me marché.
Auguste llamó a mi habitación después de comer. Creí que era para incordiarme.
-Guillaume es pequeño y se lo perdono, pero es una vergüenza que un chico de veinte años ande en estas tonterías de molestar a los demás –le dije.
-Ya, me porté mal –admitió-. Te llamé cobarde... y no lo eres. Mamá me ha contado lo que te ocurrió en el barco... bueno, lo que pasó esa noche, ya sabes, y... ¡estuviste tan bien...! Yo no habría sido capaz de hacer nada, me habría asustado, y...
-Yo estaba muy asustada. Muchísimo. Por eso me escapé del barco, por miedo a lo que me pudiera pasar dentro.
-Así todo eres muy valiente, Jacqueline. Y ahora comprendo que antes no estuvieses preparada para hablar de lo ocurrido.
-No era eso, es que no quería que me riñeseis.
Él sonrió.
-Por eso empezaste contándoselo a Guillaume, ¿verdad? –dijo-. Porque él jamás te reñiría.
Me alegré de que se lo tomase a broma, y de que me comprendiese.
Ahora estamos a punto de volver a París; desgraciadamente van a terminarse las vacaciones. Te escribiré cuando ya haya comenzado el curso, para contarte qué tal me va todo.
Besos,
Jacqueline.

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