martes, 2 de septiembre de 2008

CUENTO Nº 1 ENTRE NIÑOS

ENTRE NIÑOS
Querida Wendy:

Estas vacaciones Joachim se va a alojar en tu casa con mis hermanos y contigo, como tú has querido. Te voy a contar algo sobre él para que lo conozcas más, aunque ya lo hayas visto alguna vez.
Yo tenía catorce años y debía comenzar un nuevo curso en el instituto femenino que tanto le gustaba a mi madre, en el que ella daba clases de Francés. Pero no lo hice así, el instituto se cerró antes de que comenzase el año escolar. Resulta que se jubiló el director que teníamos, y nadie se puso de acuerdo para ocupar su puesto. Además, había unos cuantos profesores que también se jubilaron (mi madre no) y no se contrató a otros nuevos. Así, entre una cosa y otra, se cerró el instituto. Igual suerte corrió el instituto masculino, cuyo director era el mismo que el del mío.
Yo al principio no me preocupaba por no volver allí, creía que lo pasaría de manera aceptable en un instituto mixto, porque allí iba Georges (ya sabes que él es uno de mis hermanos, el que me lleva dos años). También iba mi hermano pequeño, Guillaume-Thomas, dos años menor que yo (ya lo conoces, por eso comprenderás por qué yo no me alegraba de que él fuese al mismo instituto que yo, pues se metía mucho conmigo). Mi otro hermano, Auguste (el alto y rubio) me lleva cinco años y ya iba a la universidad.
A partir de entonces, mi madre ha dado clases en un instituto mixto, pero no en el que íbamos nosotros.
El primer día de clase, Georges vino conmigo hasta la puerta de mi clase, porque yo no sabía ir. Mientras yo empujaba la puerta, escuché un murmullo de voces, y me fijé en que una voz de muchacho decía:
-¡Eh, no te sientes! ¡Aquí que se siente la niña cuando venga!
Abrí la puerta. El profesor ya estaba en clase, sin embargo, hasta que yo pasé, los muchachos no se quedaron en silencio. Entonces, sí.
-Siéntese, señorita -me dijo el profesor.
Yo busqué con la mirada a alguna de mis antiguas compañeras del colegio femenino, a alguna con la que me llevaba bien, pero no encontré a ninguna. De hecho, no había ninguna chica, ni conocida ni desconocida. Eran todos chicos. Miré al profesor y él me dijo:
-Siéntese donde quiera.
Los alumnos rompieron el silencio, casi todos me pedían que me sentase con ellos, y sonreían con picardía. No obstante, en la última fila, en el asiento que según mi punto de vista se hallaba más a la derecha, había un muchacho de pelo castaño que emborronaba un cuaderno con dibujos y que no me decía nada, ni me miraba. Los demás debieron de darse cuenta de que yo lo observaba a él , porque uno, el que estaba delante de ese chico, le dio una patada y me señaló. El que dibujaba levantó la vista y dijo:
-Sí, es una chica guapísima que se ha confundido de clase, ¿algún problema?
-¡Que no, que no te enteras de nada, que ésta es de nuestra clase! -le dijeron los demás.
Yo tenía la intención de sentarme con el chico que dibujaba, porque parecía ser el único que me trataba con cierta naturalidad. Yo lo tenía pensado, pero para eso debería cruzar toda el aula, ya que él estaba al fondo. Y los demás no me dejaron. En la primera fila un chico me agarró de la muñeca y me dijo:
-No te sientes con Clerc, es muy raro, y es un inútil. Él que aguante ahí solo, tú quédate aquí.
Clerc era el chico que dibujaba, me enteré más tarde.
-¡No, no, con Olivier tampoco! -me pidió otro-. ¡Eh, rubita, ven aquí!
Olivier era el que me tenía agarrada de la muñeca.
-¡Eh, que se siente con el que le parezca más guapo! -sugirió Olivier.
-¡Bueno, ya está bien, silencio! -gritó el profesor.
Olivier me cogió, sin permiso, la bolsa en la que yo llevaba los libros y la colocó en el pupitre que estaba pegado al suyo.
-A ver, señorita, si no se decide, siéntese ahí mismo, por ejemplo -dijo el profesor, señalando el pupitre en el cual Olivier había colocado mi bolsa-. Pero no pierda toda la mañana con eso.
Yo, descontenta, me senté con Olivier. Él me estrechó la mano.
-¿Cómo te llamas?
-Jacqueline.
-¿Y de apellido?
-Lebon.
-Yo, Claude Olivier -me dijo.
Él era muy guapo. Si yo tengo el pelo claro, rubio dorado, él lo tenía rubio platino, casi blanco. Pero por muy guapo que él fuese, no me estaba gustando.
El profesor pasó lista. Luego me explicó que aunque era mixto, en el instituto se procuraba que la mayoría de los chicos estuviesen en una clase, y la mayoría de las chicas en otra. Pero que esta vez, con el lío de los nuevos alumnos que entraban por el cierre de los antiguos institutos masculino y femenino, había habido un pequeño error adjudicándonos a unas gemelas y a mí la clase que no nos correspondía. Y además, esas gemelas habían ido a vivir a Le Mans, así que se habían borrado del instituto a última hora y yo sería la única chica de la clase. Me explicó también que ahora las listas ya eran oficiales, y no sé qué cosa que no entendí, pero me quedó claro que no me podía cambiar de clase.
A la hora del recreo me reuní con mi hermano Georges y él me preguntó qué tal.
-Somos veintidós chicos y yo -le conté, desanimada.
-¿Y qué pasa?
-No hay ninguna chica.
-¡Ah! Pensaba que era... entre chicos y chicas. Pero, ¿cómo? ¿son todos chicos?
-Sí.
-¿Y tus compañeras del otro colegio?
-Las pocas que vienen aquí están en otra clase.
Yo iba por letras, y los de letras estábamos repartidos en dos clases. En la otra estaban unas antiguas compañeras mías, pero eran unas que ni siquiera eran mis amigas ni me caían bien, eran bastante presumidas y me tenían envidia porque yo sacaba mejores notas que ellas. Yo sólo las conocía a ellas y a mis hermanos, a nadie más.
Casi la mitad de mis compañeros de clase procedían del antiguo colegio masculino, del que se cerró, y no estaban acostumbrados a tratar con chicas. Y a mí la mayoría no me trataba con respeto, como podría parecer, sino que varios se hacían los importantes metiéndose conmigo, como si eso fuera cosa de auténticos hombres.
De esto me di cuenta nada más empezar el curso, en la primera semana de clase. Lo positivo, creía yo, era que Claude Olivier no se metía conmigo, y eso era importante, pues yo estaba a su lado en las clases. Pero esto muy pronto cambió. Mis compañeros eran unos brutos, y cuando un profesor tenía que irse un momento de clase, me pedía a mí que escribiese en el encerado los nombres de los que se portaban mal ,como si se tratase de niños pequeños. Eso a los chicos no les importaba nada, se comportaban como salvajes de todas formas.
Llevábamos menos de quince días de clase cuando se dio ese caso. El profesor de Griego se marchó un momento y me mandó vigilar. Charles, un chico que era de los que peor me trataban, cogió una madera atada a un trapo que usábamos como borrador y se la lanzó a Claude Olivier. Éste a otro, y así sucesivamente. Me parecían unos brutos, pero yo no me preocupaba, porque yo estaba al lado del encerado, lejos de ellos, y era poco probable que el borrador me golpease.
Escribí en el encerado el nombre de los que lanzaban el borrador, que exceptuando a Joachim Clerc, eran casi todos. La mayoría no se preocupaba por eso, pero sí Claude Olivier.
-Eh, guapa, bórrame de la lista, anda -me dijo.
-No lo haría aunque tuviese el borrador -respondí.
Los demás lanzaron una generalizada exclamación de provocación y sorpresa.
Claude Olivier se levantó y se acercó al encerado. Miró hacia atrás, buscando el borrador con la vista, y lo localizó a pocos centímetros de Joachim Clerc, en el suelo.
-Dibujante, trae para aquí -le pidió.
Joachim cogió el borrador y le dijo a Claude:
-¿Vas a borrarte tú mismo? Porque ella no parece dispuesta a hacerlo.
-¡Calla, tú tráemelo!
-Ven a buscarlo -dijo Joachim, levantándose.
Claude se acercó a él, y Joachim, para hacerle rabiar, lanzó el borrador hacia un lugar al que Claude no pudiese llegar. Sé que Joachim no lo hizo a propósito, pero el borrador me golpeó en la barbilla, haciéndome morder el labio inferior, y comencé a sangrar. Me puse de rodillas, me tapé la boca con las manos y le escuché gritar a Claude:
-¡¡¡ Clerc, deja en paz a mi novia !!!
-¡ No soy tu novia ! -dije enseguida, notando la sangre en la boca.
Claude me tocó la barbilla, diciendo:
-Pobrecita, te ha aturdido el golpe, no sabes lo que dices.
-Suéltame -respondí.
Yo no lo vi venir, pero Joachim Clerc también se acercó a mí. Me limpió la sangre de los labios con un pañuelo.
-¡Eh, déjala, seguro que el pañuelo está todo sucio! -intervino Claude-. Vas a contagiarla de la peste.
Joachim no le hizo caso.
-Lebon, no lo he hecho a propósito, no quería lastimarte. ¿Estás bien?-me dijo.
-Sí -respondí.
-Siento muchísimo haberte lastimado, perdóname.
En ese momento entró el profesor.
-¿Qué es esto? -preguntó.
-La señorita Lebon está sangrando, señor -explicó Claude.
-¡Vaya pandilla de salvajes! -gritó el profesor, y añadió dirigiéndose a mí:- ¿Qué te han hecho?
-Se estaban lanzando el borrador y me han dado -dije.
-¿Cuál de ellos te ha dado? Porque ése no se imagina el castigo que va a llevar. Desalmado...
-No... no lo he visto -declaré.
No era cierto. Yo había visto a Joachim lanzando el borrador, yo me había movido y fue entonces cuando me dio, pero me fijé en que al lanzarlo, él no me miraba a mí, sino que apuntaba a otro lado. Él me había lastimado por haberme movido yo, y por alguna falta de puntería suya. Y yo no quería que fuese castigado por eso, ya que ese muchacho era uno de los pocos que nunca se había metido conmigo.
El profesor me dejó ir al baño a enjuagar la boca. Y al volver yo, me contó:
-Fue Clerc el que te golpeó, lo vio Olivier. Tengo pensado... darle unos azotes e intentar que lo expulsen.
-Creo que no lo hizo a propósito -dije.
-¿Crees que no merece ese castigo, entonces?
-No lo merece -declaré.
-Bien. No será expusado, pero los los azotes no se los quita nadie.
Me senté en donde siempre, al lado de Claude. Todos vimos cómo el profesor de Griego golpeaba a Joachim. Joachim gritaba y algunos compañeros se reían. Claude era uno de los que más se burlaban. Al final, Joachim avanzó por el pasillo para sentarse en el sitio de siempre. La clase terminó poco más tarde, dando paso al recreo.
-Eh, Lebon, ven aquí -me dijo Joachim nada más terminar la clase.
Claude se fijó.
-No le hagas caso a ese estúpido -me dijo-. Vente conmigo.
Me cogió de la mano y yo me solté. Anduve hasta el fondo de la clase, que era en donde estaba Joachim, y Claude me miró con rabia. Joachim estaba de pie. Al quedarme a su lado me di cuenta de lo altísimo que era él. Era muy alto y sin embargo tenía cara de niño.
-Gracias por no querer delatarme -me dijo.
-De nada.
Salimos de clase, no nos permitían quedarnos allí durante los recreos.
-¿Por qué no lo has hecho, por qué no le has dicho al profe que te había dado yo?-me preguntó.
-No lo hiciste a propósito -contesté.
-Me alegro de que lo comprendas. ¡Pero ya tuvo que fastidiarlo todo ese Olivier!
-El de Griego no debería haberte pegado -comenté.
-No importa. Estoy acostumbrado, total...
-¿Cómo?
-Déjalo. No tiene importancia. Bueno, me voy con André (uno de otra clase). Adiós.
-Adiós.
Volví a clase después del recreo. Claude y varios compañeros más estaban mirando el cuaderno de los dibujos de Joachim, que aún no había llegado. Claude se lo cogió del pupitre y lo llevó hasta el suyo, pegado al mío.
-Qué asco de dibujos, ¿verdad, Jacqueline? -me dijo, mostrándomelos.
A mí me gustaron . Eran paisajes bonitos, bien dibujados.
-No están tan mal -dije.
Claude arrancó una página y la rompió en pedazos.
-¡Como los dibujó el, ya te gustan ! -gritó-. ¡Él es un inútil, su familia es... de lo peor!
Me agarró de la chaqueta y me dijo:
-¡No vuelvas a hablar con él! ¡Y menos, a defenderlo!
-Suéltame -le pedí-. ¿Y a ti qué más te da si lo defiendo o no?
-Eres mi novia.
-Qué tontería. No soy tu novia, no lo inventes.
-Lo eres porque lo digo yo.
-Yo no estoy de acuerdo. Y para ser novios tendríamos que estar de acuerdo los dos.
Dije esto último mientras entraba el profesor de Historia. Pero yo no miraba a la puerta, así que al principio no me enteré de que entraba, si no me habría callado.
-A sus padres no les haría gracia si la oyesen hablar de esos temas, señorita- me dijo.
-Yo no quería hablar sobre esto, es Olivier el que me ha hablado -respondí, consciente de estar colorada como un tomate.
-Tal vez sería apropiado escribir una carta a ambas familias -comentó el de Historia.
-Señor, yo... no tengo la culpa -dije-. Olivier anda diciendo mentiras...
-Explíquese, señorita, ¿qué tipo de mentiras?
-Dice...
No me atrevía a hablar de eso delante de todos mis compañeros.
-Sí, ¿qué dice? -volvió a preguntarme.
Joachim entró en la clase.
-A ver si llegamos puntuales, señor Clerc -lo reprendió el de Historia.
-Olivier dice que él y yo somos novios, pero es mentira -declaré, mirando a mi pupitre y con la cara ardiéndome.
Algunos chicos se rieron.
-Bien, Olivier, sus padres se enterarán de esto- le dijo el profesor a Claude.
-Tú también te enterarás de quién soy yo -susurró Claude en voz baja, dirigiéndose a mí.
Durante la clase no me hizo ni me dijo nada, pero cuando se marchó el profesor, gritó:
-¡¡¡ A Clerc lo defiendes y a mí me culpas !!!
-Olivier, deja a la niña y dame mi cuaderno, anda -intervino Joachim.
-¡¿Qué sabrás tú si lo tengo yo?! -exclamó Claude.
-Se ve desde aquí, así que dámelo ya.
Claude se lo lanzó por el aire.
- ¡ Está roto! ¡Me lo has roto! -gritó Joachim al recibirlo.
Se levantó y se acercó a Claude por el lado que no estaba yo. Empezaron a pegerse. Me aparté. Los demás los animaban a seguir peleándose. Entró el profesor y echó a Claude y a Joachim del aula. Me alegré de que Claude se hubiese tenido que ir, yo estaba mejor sin él.
Durante los días siguientes, Claude continuó con su mala conducta. El jueves antes del recreo estuve a su lado y no me dijo nada. Sin embargo, al continuar la clase después del descanso, hizo de las suyas. Entré en el aula y entonces Joachim señaló la parte de arriba de la pared de enfrente. Miré y vi mi cuaderno de Latín colgado de allá arriba, cerca del techo.
-Estas son las bromas de Olivier -comentó Joachim-. A mí, desde luego, no me hacen gracia.
Me acerqué al encerado y varios muchachos se rieron.
-No intentes cogerlo -me dijo Joachim-. Para poner ahí el cuaderno, Mathieu se ha subido a una silla, y Olivier se ha subido a los hombros de Mathieu. Casi se matan.
Miré a Claude Olivier. Estaba respaldado en su silla, sonriendo.
-Pues ahora, me lo bajas -le pedí.
-No tengo ninguna obligación -me respondió-. Dile a Clerc que te ayude.
-Bajaría el cuaderno utilizándote a ti como apoyo, Olivier -intervino Joachim -.Pero prefiero que el profe lo vea en lo alto, para que la niña le cuente quién se lo ha subido.
-La niña no me ha visto subirlo -respondió Claude.
-Pero yo sí -dijo Joachim-. Y si tú le contaste al de Griego lo del borrador, yo le contaré al de Latín lo del cuaderno.
Entró el profesor.
-Señor Clément -dijo Joachim inmediatamente-. Olivier y Mathieu le han subido ahí un cuaderno a la señorita.
El profesor miró a la pared.
-Pues que se lo bajen -respondió, enfadado.
Claude y Mathieu se levantaron de mala gana. El primero le dio una patada a mi silla cuando pasó por detrás de mí. Los dos se acercaron al encerado, y al pasar a su lado, el profesor les dio un golpe en la espalda. Mathieu llevaba una silla. Claude se subió a sus hombros, Mathieu a la silla, y Claude cogió mi cuaderno con las manos temblorosas. Luego, Mathieu se bajó de la silla, y Claude, de sus hombros. El profesor les pegó, pero no mucho. Esta vez casi nadie se rió, le tenían cierto respeto a Claude. Sin embargo, Joachim no contuvo la risa. Al terminar, Claude me dio el cuaderno y se sentó a mi lado. Como estábamos en primera fila, si me insultase hablando, aunque fuese en voz baja, el profesor lo oiría. Por eso se pasó todo el tiempo escribiéndome insultos en un papel, y amenazas para que yo no le enseñase ese papel al profesor.
Al final de esa clase tiré el papel a la basura, cogí todo lo que yo tenía en mi pupitre y lo dejé en el que estaba al lado del de Joachim. Joachim seguía sentándose en la última fila, solo. Me miró con extrañeza, al igual que Claude.
-¿Puedo sentarme aquí? -le pregunté a Joachim en voz baja.
Él siguió sorprendido.
-Sí, claro -me dijo-. Ese sitio está libre, ya lo sabes.
-Jacqueline, a tu mamá no le gustará que te sientes al lado de ese - me dijo Claude-. Tú aún no lo has visto hacer las barbaridades que hacía otros años, no hay otra explicación.
-Menos le gustaría que siguiese sentada a tu lado -le respondí.
-Esto no va a quedar así, Jacqueline. Además, ya te cansarás de estar al lado de Clerc. Volverás aquí, lo sé. Pero no estés segura de que seas bien recibida de vuelta.
-Eh, Jacqueline, quédate en primera fila -me pidió Charles-. Si estás en la última, tendremos que darnos la vuelta para mirarte, y el profesor se dará cuenta.
-Tú, ni caso -me dijo Joachim-. Quédate donde quieras, no dejes que te dominen.
Revolvió en sus bolsillos y sacó un cigarro y un mechero. Lo observé con extrañeza mientras los demás se reían.
-¿Qué pasa, quieres fumar tú también? -me preguntó.
-¡No!
Él se encogió de hombros y encendió el cigarrillo. En ese momento entró el profesor de Literatura.
-¡Clerc! ¿Pero qué hace? ¡Fuera ahora mismo! -ordenó.
Joachim se levantó y se fue, sonriendo. El profesor lo miró seriamente y nos dijo que deberíamos escoger a un delegado de clase. Nos preguntó quién se presentaba candidato y Claude Olivier se puso en pie.
-Yo, señor -dijo.
-¿Alguien más? -preguntó el profesor.
Reinó el silencio.
-¿Y la señorita Lebon, por ejemplo? -sugirió el profesor.
Yo iba a decir que no, inmediatamente, sin embargo Claude habló antes, diciendo:
-No es que me importe, pero no creo muy conveniente atribuirle a ella el trabajo de un hombre.
-Señor Olivier, no pretendo llevar a la práctica las teorías políticas de Platón, sin embargo, él creía que valiendo para ello, tanto hombres como mujeres podrían desempeñar trabajos como el de gobernar. ¿Se cree usted más experto en esos temas que dicho filósofo? -preguntó el de Literatura.
Claude habría podido contestar alegando que Aristóteles también era un gran filósofo, y que sin embargo, creía que eran los hombres quienes debían mandar. Pero por lo visto, Claude no estaba al tanto, pues ésta fue su réplica al profesor:
-No creo ser más experto que Platón, pero me parece que Jacqueline no es apta para estos asuntos. Y no porque sea una mujer, o una niña -mintió.
Yo tampoco creía ser apta para esos asuntos, no por ser una niña, sino porque no me gustaba representar a la clase ante los profesores, ni nada de eso, pero para llevarle la contraria a Claude, le dije al profesor:
-Señor Blanc, a mí me gustaría presentarme candidata.
-Bien, entonces -contestó él-. No hay ningún problema. Por ahora no habrá que votar, los demás tendrán tiempo para decidir, unas dos semanas.
Y continuó dando clase.
Yo estaba enfadada con Claude Olivier, y decepcionada por el comportamiento de Joachim. Además, yo quería proclamarme delegada para ganarle a Claude, pero por otro lado no me gustaría serlo. No obstante, pronto deseé con toda mi alma obtener el puesto. Y fue por algo que sucedió ese mismo día.
Si yo estaba enfadada con Claude, él conmigo más. A la salida me dirigió una mirada llena de rabia y me dijo:
-Espera un momento.
Ya estábamos en el pasillo. Yo vi a mis hermanos acercándose, a lo lejos. Joachim también estaba, más cerca, y comenzó a observarnos a Claude y a mí.
-A ver, Jacqueline, que te quede clara una cosa -dijo Claude-. Si quieres ostentar el cargo de un varón, yo te trataré, a veces, cuando me convenga, como si fueras un varón. Así que si no quieres atenerte a las consecuencias, compórtate como lo que eres y renuncia a tu candidatura.
-¿Tanto miedo tienes a perder? No sabes qué inventar para que me retire, pero yo no voy a renunciar ahora , eso sería hacerte a ti delegado. Hay que esperar a los votos -contesté.
-Bueno, pues por esto, y por acusarme el otro día ante el profe de Historia, y por huir de mi lado para sentarte con Clerc, ¡pelea como un hombre!
Me empujó y yo me apoyé, de espaldas, en la pared.
-Déjame, no me hagas daño -le pedí.
-Tú lo has querido.
Y me dio un puñetazo en la mejilla. Yo me tapé la cara, llorando. Por suerte, mis hermanos ya estaban más cerca y habían visto lo que Claude acababa de hacerme. Estaba claro que él no sabía que eran mis hermanos, pues no me habría pegado delante de ellos.
Guillaume, mi hermano pequeño, que siempre solía meterse conmigo, esta vez no aceptó que Claude me pegase. Se abalanzó sobre él. Georges, el otro de mis hermanos que estaban allí, me pasó un brazo por los hombros mientras le decía a Guillaume:
-Ésa no es la solución. Déjalo, no le pegues.
Guillaume no le hizo caso y Georges fue a separarlos. Mientras tanto, Joachim se acercó a mí.
-¿Te encuentras bien? -me dijo.
-Sí -murmuré.
-Tranquila, por Olivier no te preocupes. No sé si durante un mes, o durante quince días, pero lo expulsarán de aquí.
-Es igual, yo no quiero volver aquí nunca -dije, llorando.
-No te preocupes, esto se va a solucionar.
Joachim me miró sin saber muy bien qué hacer. Se encogió de hombros ,me besó la mano (cosa que me sorprendió de él) y se fue.
-... a mi hermana no te atrevas a tocarla nunca más -le estaba diciendo Georges a Claude-. ¡Nunca! Como lo hagas, te llevaré a la gendarmería y acabarás entre rejas.
Guillaume se acercó a mí. Estaba sangrando un poco por la nariz. Y Claude se fue.
-¿Cómo se llama ese chico, Jacqueline? -me preguntó Georges.
-Claude Olivier -le dije.
-De acuerdo. Ahora nos vamos, pero mañana a primera hora, me encargaré de que todos los profesores sepan lo que te ha hecho.
Nos marchamos. Al llegar a casa, mis padres y mi hermano Auguste se enteraron de todo. Mi madre, que ya estaba disgustada porque en mi clase yo estaba sola con veintidós chicos, dijo que me tenía que cambiar inmediatamente de instituto, que aunque el curso ya estuviese empezado, por casos como éste estaba permitido cambiarse. Mi padre también estaba preocupado, pero no se puso tan nervioso como ella.
-En otro instituto podría haberle pasado igual -apuntó Auguste-. Y en éste, por lo menos, están Georges y Guillaume para defenderla.
Guillaume se rió, porque no estaba dispuesto a defenderme a pesar de que aquel mismo día lo había hecho (a su manera). Nuestro padre se quedó con él, se quedaron los dos solos, y desde el salón escuché que le decía:
-Jacqueline lo está pasando mal, le está costando adaptarse al instituto porque es muy diferente del que iba antes. Necesita que la trates bien, en casa y en el instituto.
-Pero...
-Es tu hermana. Hazlo.
Guillaume no le hizo demasiado caso, pero por lo menos, Georges se portaba muy bien conmigo. Al día siguiente volví al instituto con ellos. Georges tenía muy mal aspecto, estaba enfermo. Sin embargo fue igual, para contarles a los profesores lo que Claude me había hecho y para estar conmigo a la hora del recreo.
Lo pasé mal cuando volví a ver a Claude, en clase. Me miró con atención y yo pasé a su lado sin decirle nada. Me senté al lado de Joachim.
-¿Vas a sentarte aquí?-me preguntó este último-. ¿Definitivamente?
-Sí -murmuré.
-Eh, Olivier, ¿quién es ahora el que se tiene que aguantar solo? -dijo Joachim en voz alta-. Muy buena compañía antes, pero ahora, ¿qué?
-La compañía de antes era pésima, a ver si te enteras. Y tú, Clerc, ¿a que no te atreves a escribir en el encerado: "El profe de Literatura es el peor que he tenido en mi vida"? -dijo Claude.
Joachim se levantó.
-No lo hagas -le dije.
Joachim se acercó al encerado y escribió: "Claude Olivier dice que el profe de Literatura es el peor que ha tenido en su vida".
-¡No! ¡Eso no vale, bórralo ahora! -gritó Claude.
Entró el profesor de Literatura.
-Clerc, siéntese, y Olivier, fuera inmediatamente -dijo.
-No, señor profesor, escuche -respondió Claude Olivier-: yo no he dicho eso de que usted era mal profesor, son invenciones de Clerc.
-Olivier, su opinión sobre mí no me interesa. Sin embargo, su comportamiento sí que es el peor que ha tenido un alumno mío. Ya sabe de qué le hablo, Olivier. Así que márchese con todas sus posesiones.
Claude se fue y el profesor lo siguió. El de Literatura ya sabía que Claude me había pegado, seguramente Georges acababa de contárselo. Claude y el profesor estuvieron hablando fuera. El primero no volvió a entrar.
-Olivier estará expulsado dos semanas -declaró el profesor al entrar-. Es la segunda vez en este curso que utiliza la violencia, según me han contado, y no voy a narrar aquí todo lo que hizo Olivier, sólo que Lebon se vio afectada.
>>Casualmente ellos dos se habían presentado candidatos a ocupar el puesto de delegado. Yo daría por ganadora a Lebon, al hacerle a Olivier renunciar a su candidatura. Sin embargo, prefiero escuchar la opinión de la señorita.
-A mí no me importa que Olivier continúe siendo candidato -dije.
Yo quería ganarle a Claude, pero quería hacerlo con mérito, no porque él se retirase.
-Entonces Olivier continuará siendo candidato -anunció el profesor -. Y no debería decir esto, pero personalmente, espero que él pierda.
-Lebon, ¿qué pasa, quieres ser delegada? -susurró Joachim.
-Sí, pero sólo para ganarle a Claude, ya que él habló en mi contra -le dije.
-Lo harás bien. Tienes mi voto.
-Gracias.
-De nada.
A la hora siguiente tuvimos el primer examen del curso, que por cierto, era de Latín.
-Lebon, ¿sabes qué voy a escribir yo en el examen? -me dijo Joachim antes de que llegase el profesor.
-No.
-Pondré: "No sé nada de nada, señor profesor. Recuerdos de su alumno, firmado, Joachim Clerc".
-Algo sabrás -comenté.
-Sí, traducir dos cosas -respondió -. Y mal, por cierto.
-¿Y lo de Julio César?
-¿Pero entraba Julio César?
-Sí.
-Es igual, le pondré dos tonterías, para que se ría.
Entró el profesor y repartió los exámenes. A mí las preguntas me parecieron fáciles. Durante un instante, en medio del examen, miré de reojo a Joachim. Él sonreía y escribía algo con letras grandísimas. Eso fue lo único que escribió, y debajo, en el espacio que le sobraba, hizo el dibujo de una espada. Fue el primero en entregar el examen. El profesor miró el papel con extrañeza, diciendo:
-¿Pero esto qué es?
-No sabía más -respondió Joachim.
-Esto es una tomadura de pelo.
Joachim sonrió. El profesor movió el examen de Joachim, de manera que quedó visible para mí. Y aunque yo estaba en última fila, el profesor estaba por el medio de la clase, y ya me pareció ver escrito lo que el propio Joachim me había dicho que pondría, además de contestar a no sé qué pregunta.
Bastantes minutos más tarde terminé el examen.
-Le puse lo que te dije -me comentó Joachim al final-, además, escribí que el Latín era muy divertido. ¡Ah, y traduje algún trozo del texto! Bueno, y le hice un dibujo.
-Lo del texto vale, pero lo otro, ¿para qué lo haces? -le dije.
-Para hacer gracia, para que vea que aunque no sepa nada, tengo algo que escribir. Así, parezco importante.
Georges se presentó en mi clase al comenzar el recreo.
-Me voy a marchar. Lo siento mucho, pero no puedo más, tengo fiebre -me dijo-. Tú estate con alguien de tu clase que sea educado, porque con Guillaume no te va a gustar, tiene unos amigos traviesísimos.
-Sí, no te preocupes.
Georges se fue. Yo me quedé en el vano de la puerta de mi clase y vi a Joachim, solo, dentro.
-Lebon, ven un momento -me dijo -. Tengo ganas de hablar contigo.
-Ven tú aquí, no podemos quedar en el aula -contesté.
Se encogió de hombros y llevando su cuaderno de dibujos en la mano, salió al pasillo. Bajamos las escaleras y salimos al patio.
-Jacqueline, eres ... no sé, es que nadie me ha tratado nunca tan bien como tú. Te tengo aprecio, y quiero que lo sepas -me dijo-. Pero no creas que ... por decirte esto estoy enamorado de ti, ni nada. No sé lo que es tener una hermana, pero creo que te aprecio como si lo fueras. Quiero que me entiendas, la mayoría de los chicos de clase sabe parte de mi vida y se burla de mí. Y tú no la sabes, pero creo que no te burlarías si te la contase. Yo no tengo a quien contarle mis problemas. Tal vez tú me quieras escuchar.
-Sí. No me voy a burlar, de verdad.
Joachim se quitó la chaqueta y se remangó la camisa. En el brazo derecho tenía una herida que le llegaba del codo hasta el hombro.
-Esto me lo ha hecho mi padre -me contó-. Tiene una taberna, él quiere que trabaje allí con él, pero mi madre quiere que yo estudie. Ya estoy viniendo al instituto, sin embargo, mi padre me pide que al salir vaya a servir a la taberna, y no pretende pagarme. Me he negado y... -se tocó la herida- me ha hecho esto.
-Lo siento.
-No te preocupes. Así todo, esto era peor antes. Cuando yo era pequeño, él, mi padre, estuvo en la cárcel. Sirvió no sé qué productos en mal estado, a sabiendas, para ahorrar, es muy tacaño. La gente se enteró y lo prendieron. Pero eso ya pasó.
Me extrañé, me quedé impresionada, ahora comprendía un poco mejor por qué Joachim a veces se comportaba como un rebelde. Y en ese momento desapareció la opinión que yo tenía de él, comenzando a inspirarme algo de temor y desconfianza.
Él se vistió tranquilamente la chaqueta y me dijo:
-¿Y tu padre qué hace?
-Da clases -respondí lacónicamente.
-¿En dónde y de qué?
-De Anatomía, en una facultad de Medicina.
-¿A los que quieren ser médicos?
-Sí.
Me miró, poniendo cara de "qué buena profesión" y me preguntó:
-Cuando quisiste cambiarte de sitio en clase, alejarte de Olivier, ¿por qué te viniste a sentar conmigo?
-El primer día de clase fuiste el único que no me miró con malicia -le dije.
Vi a mi hermano Guillaume acercándose. Uno de sus amigos dijo algo, se rieron todos, y Guillaume se acercó más a mí, mientras que los otros se quedaron atrás.
-¡Eh, pero éste es el hijo del ex presidiario! -exclamó - ¡Vaya novio que tienes, Jacqueline!
-¡No es mi novio! -grité.
-Aunque no lo sea. Se lo voy a decir a mamá. Le voy a decir que andas con el raro ese, y de quién es hijo, y todo.
Joachim agarró a Guillaume del cuello de la camisa. El primero era muchísimo más alto que mi hermano.
-¡Suéltalo! -le pedí.
Joachim me hizo caso y Guillaume se marchó.
-Discúlpame, Joachim, tengo que ir al baño -dije, y me fui.
Era cierto, pero yo también quería alejarme de él.
Al salir del servicio vi a Guillaume con sus amigos.
-Ven, Guillaume -le dije.
Él se acercó.
-Joachim no es mi novio, de verdad. Estoy pasando el recreo con él porque Georges no está -le expliqué-. Sólo conozco a unas niñas de la otra clase, son todas amigas y a mí me tienen envidia, no son buenas conmigo, así que no voy a andar con ellas. En mi clase son todos niños, entonces, si me hago amiga de alguien, tiene que ser de uno de ellos.
-Precisamente de ése -comentó Guillaume-. Del hijo del ex presidiario.
-Yo antes no sabía que lo era. Y los demás son maliciosos.
-¿Y él no?
-Hasta ahora, y por lo menos conmigo, no.
-Vale, vale. Explícaselo a mamá.
Me costó muchísimo explicárselo a mi madre. Guillaume se lo contó nada más llegar a casa. Mi madre no me dijo nada al principio, pero sí al terminar de comer. Yo estaba en mi habitación y ella entró.
-Te vas a cambiar de instituto ahora mismo -declaró.
-¿Por qué?
-Eres jovencísima y no quiero que andes con novios, y muchísimo menos con el hijo de un preso. Si supiéramos que en ese instituto admitían a gente así, tú y tus hermanos no habríais ido allí nunca.
-Ese chico no es mi novio. Además, fue su padre el que estuvo preso, no él.
-¡¿Y eso qué importa?!
-Mucho, mamá. Él me parecía buen chico, nunca me había tratado mal. Éramos amigos. Hasta que hoy me ha contado lo de su padre. Por lo visto, Guillaume ya lo sabía de antes.
-¿El hijo del preso y tú erais amigos?
-Un poco. Ni siquiera mucho, hoy es la primera vez que he pasado el recreo con él, y porque Georges no estaba.
-Pues si no está Georges, estate con Guillaume, que para algo es tu hermano.
-Sus amigos son unos gamberros.
-Entonces estate sola con Guillaume.
-Él no quiere.
-Mira, Jacqueline, para acabar con tantas dificultades, vete a otro colegio, al mío, y déjate de historias.
-Está más lejos de casa, y los niños van a decir que saco buenas notas sólo porque tú eres mi madre, como decían en el otro colegio, ¡y es mentira!
-Entonces vete a otro colegio femenino -me dijo.
-Están lejos de casa. Y ahora es mejor que no me cambie de instituto, en el mío está Georges, y no voy a estar cambiando siempre.
-Haz lo que quieras, pero por lo menos, no andes con el hijo de un preso.
-Ya, pero, ¿con quién, entonces? -le pregunté.
-Con tus hermanos.
-¿Y en clase?
-Con uno que no sea...
-Ya, pero Joachim es el que mejor me trata -le interrumpí, adivinando lo que iba a decir.
-¿Quién es Joachim?
-El hijo del ex presidiario.
Noté que mi madre se enfadaba.
-¿Tú no entiendes que ahora es amable para que confíes en él, y así luego poder engañarte? -me dijo.
-Es una explicación muy rebuscada.
-¡Ya lo sé, pero algunos chicos lo hacen!
-¿Y cómo sabes que él es uno de ellos?
-¿Qué se va a esperar del hijo de una familia así, que no tiene formalidad...?
-No lo sé -dije-. Pero él parece distinto, yo no creía que su padre...
Me callé. Unas lágrimas brotaron de mis ojos. No lloraba por Joachim, sino porque no sabía qué hacer. No sabía qué pensar de Joachim, repito que mi opinión sobre él estaba cambiando. Yo antes lo consideraba ser el chico amable que me había defendido de Olivier, aunque con defectos, como haberse peleado con él, y haber fumado en clase. Y ahora, Joachim era para mí el hijo de un ex presidiario. Y dudaba si sería mejor cambiarme de instituto, seguir en el mismo pero alejada de Joachim, o dejar que todo continuase como hasta ahora.
-Jacqueline, seguro que has hablado con ese niño alguna vez, ¿y qué te ha dicho?-me preguntó mi madre.
-¿Cómo?
-¿De qué hablasteis?
Me sequé las lágrimas y le conté lo que Joachim me había dicho a la hora del recreo.
-... y ya sé que es lo que es, pero me ha dicho que me tenía aprecio porque nunca nadie lo había tratado tan bien como yo -terminé contando-. Que me quería como a una hermana, y que creía que yo escucharía sus problemas sin reírme.Yo... lo consideraba un buen chico, pero cuando fumó, y cuando supe lo de su padre, me decepcionó mucho.
Ahora mi madre no parecía tan enfadada, sino más bien preocupada por mí.
-¿Y tú a él lo quieres como a un hermano? -me preguntó.
-No.
Lo que le respondí a mi madre, en aquel momento era cierto, porque yo no tenía confianza con Joachim, por aquel entonces no me fiaba de él. Pero al decirle que no lo quería como un hermano, me parece que ella creyó que yo estaba enamorada de Joachim, que lo quería como a un novio. Le expliqué que no. Le dije que si quería tener un amigo en clase, él tendría que ser un varón, y que por eso no pensase que yo estaba enamorada de él. Y añadí:
- Tengo que estar siempre con hombres, o, bueno, con chicos, en casa, exceptuándote a ti; y en el instituto. Y allí ellos (los del instituto) me tratan como si yo fuese diferente. Excepto Joachim.
Me preguntó si sabía por qué su padre había estado en la cárcel y se lo conté.
-Yo, así todo, no me fiaría mucho de él, del hijo -declaró mi madre-. Siéntate lejos de él en las clases, eso es importante que lo hagas.
-Bueno. Lo haré -respondí.
Joachim faltó a clase unos cuantos días, así que por eso no hubo problema. Lo malo fue que mi hermano Georges, con gripe, también faltó. A la hora del recreo anduve sola con Guillaume. Él protestó muchísimo y lloró cuando nuestros padres se lo pidieron; no quería renunciar a andar con sus amigos. Sin embargo, tuvo que hacerlo.
A pesar de habérselo prometido a nuestros padres, Guillaume quiso librarse de andar conmigo. A la hora del recreo lo vi con sus amigos y lo llamé. Le dije que si no estaba conmigo, yo se lo contaría a nuestros padres. Él no me hizo caso y yo no tuve más remedio que quedarme con él y con sus amigos. Todos eran unos brutos, y creo que también los más traviesos del colegio. Se metieron conmigo, incluido Guillaume.
Se lo conté todo a mis padres y ellos castigaron a Guillaume. Los días consecuentes anduve con él, con mi hermano pequeño, pero estuvimos los dos solos, sin sus amigos. Yo lo pasaba mal, porque él se subía a sitios altos y yo tenía miedo de que le pasase algo. Y me hacía rabiar mucho.
Uno de esos días fue al instituto el padre de Claude Olivier. Él sabía que su hijo me había pegado y venía a disculparse. Estuve con él a la hora del recreo, entonces, no tuve que aguantar a Guillaume. El padre de Claude Olivier y yo entramos en un aula vacía, con autorización de unos profesores. Él era joven y amable.
-Te pido disculpas por lo que te hizo Claude, estoy muy avergonzado de su conducta -dijo.
Y me dio una caja de bombones.
-No hacía falta que me trajese nada -murmuré-. Gracias.
-De nada. Una cosa, Jacqueline, ¿Claude te andaba molestando mucho?
-Últimamente sí.
-Porque no quiere que seas delegada.
-Sí, por eso.
-Y porque anda diciendo... esas tonterías de que sois novios y a ti no te gusta.
-También.
-Él no está acostumbrado a tratar con niñas, por eso hace cosas de ese tipo. Pero no te preocupes, no volverá a hacerlo.
Al salir yo del aula, Guillaume, que estaba esperando, me vio los bombones.
-¡A ver, a ver! -dijo.
Y comió diez, no pude impedírselo.
Mientras íbamos para casa, él fue comiendo (aún más) bombones por el camino. Pasó la tarde gritando que le dolía mucho la barriga, y al día siguiente no fue a clase. Entonces, no me quedó más remedio que pasar el recreo con las niñas que iban en mi clase el año pasado. Al final, ellas me miraron con desprecio y yo a ellas, con seriedad desafiante.
Joachim volvió. Yo no estaba enfadada con él, pero le tenía desconfianza y aparté mi mesa de la suya. Él me miró con incertidumbre y yo evité mirarlo a él. Llevé mi mesa hasta el otro extremo del fondo de la clase, es decir, seguí en la última fila, pero muy lejos de Joachim. Él se acercó a mí.
-¿Qué estás haciendo? -me preguntó.
-Debo estar lejos de la ventana, si no, tengo frío -mentí.
-De acuerdo.
Y él también cambió su mesa de sitio, pegándola a la mía. Yo no sabía cómo alejarlo de mí y le dije la verdad:
-Mi madre no me deja estar contigo.
-¡Jacqueline! -gritó-. ¿Qué está pasando?
-No puedes sentarte aquí. Lo siento. Mi madre no quiere que te sientes conmigo.
-¿Por qué?
-Porque mi hermano le contó que tu padre había estado en la cárcel.
-¿Y qué? No fue por matar a nadie, Jacqueline... -intentó convencerme.
-¡Sus comidas en mal estado sí que podrían haber matado a alguien!
-Pero él no lo hizo con esa intención, escúchame. Y yo no te haré daño, yo no soy como mi padre.
-Siéntate lejos, por favor, Joachim.
Se echó a llorar, provocando las carcajadas de los otros compañeros, pero no las mías.
-Pensaba... que eras mi amiga -dijo, sollozando.
Entró en el aula el profesor de Historia. Joachim empujó el pupitre hacia donde lo tenía antes y me miró con los ojos llenos de lágrimas.
-¿Qué pasa, Clerc? -le preguntó el profesor.
-Jacqueline "niña bien" Lebon no me considera apropiado para su compañía -dijo Joachim, secándose las lágrimas-. Y veo que a los demás tampoco, debe de estar esperando a que venga un aristócrata para sentarse con él.
-Señorita, ¿algún problema? -me preguntó el de Historia.
Fui hasta su mesa para que mis compañeros no supiesen lo que le decía, y declaré:
-Mi madre no quiere que me siente con él.
-¿Por qué?
-Porque el padre de Joachim Clerc... antes vendía comidas en mal estado. Por eso mi madre no se fía de la gente de esa familia.
-No sabía yo eso. Joachim Clerc no venía a este instituto el año pasado, iba a uno masculino. Pero yo conocía a profesores del otro, del masculino, y todos coincidían en que Clerc era un chico muy bueno. Sus notas no, no sé cómo fue aprobando, sin embargo, él es muy comprensivo y sincero. Aquí, en esta clase, hay unos niños bastante retorcidos, ya te habrás dado cuenta. Pero Clerc no lo es. Yo no quiero meterme en tu vida, pero comprendo que no sepas en quién confiar, eres nueva aquí, y la única niña. Haz lo que quieras, yo sólo te aconsejo, pero sé que de Clerc puedes fiarte.
Yo iba a sentarme. No me decidía sobre si hacerlo en la esquina lejos de Joachim, o cerca de él. Y como la mesa estaba lejos del muchacho, para no andar moviéndola, me quedé allí, lejos de él.
Después tocaba el recreo. Guillaume seguía con la indigestión, y Georges con la gripe. Así que decidí quedarme con Joachim. Al principio nos quedamos los dos solos en la clase, mirándonos de vez en cuando, pero sin decir nada.
-¿Qué haces aquí? -me preguntó él, un poco más tarde.
-No sé adónde ir.
-¿Y tus hermanos?
-Están enfermos.
Joachim salió del aula y yo fui detrás. Él bajó las escaleras y yo hice lo propio. Finalmente, en el patio, me miró y dijo:
-¿Se puede saber qué haces?
-¿Puedo estar contigo?
-¡No! Así que ahora quieres, ¿eh? Vete y arréglate como puedas.
-¡Joachim, por favor! ¡No me hagas esto!
-¿Y tú a mí qué me has hecho? ¿Piensas que soy tonto, niña?
-No. Yo no quería, me lo pidió mi madre, porque ella no te conoce. No te enfades, Joachim, ella se asustó, impresiona saber que... alguien estuvo en la cárcel.
-Vete y déjame en paz. ¡Fuera!
Esta vez fui yo la que lloró.
-Eh,ven. Tranquila -me dijo él entonces, mucho más suavemente.
Me pasó un brazo por los hombros y un pañuelo por la cara.
-No es culpa tuya, es verdad, es cosa de tu madre -añadió.
A mi madre le conté lo que me había dicho el profesor de Historia, que me podía fiar de Joachim. Ella quedó algo más convencida, pero me parece que no del todo. Al menos, no me prohibió sentarme al lado de dicho muchacho.
Guillaume, Georges y Claude volvieron a las clases. Se aplazó la elección de delegado por petición de Claude, y yo no me negué. A partir de entonces él comenzó a meterse conmigo diciéndome que él sería delegado, y cosas de ese tipo. Yo no le hacía caso, pero interiormente, me daba cuenta de que me resultaría muy difícil ganarle. Me daba la impresión de que muchos de los alumnos votarían por él.
-¡Voy a convencer a los profesores de que pongan los exámenes cuando nos convengan a nosotros! -gritaba Claude durante los recreos.
Últimamente, en los recreos se reunían Claude y bastantes niños de mi clase, y él intentaba convencerlos de que lo votasen.
-Hazle competencia, promételes cosas -me sugirió Georges.
Y vino conmigo hasta donde se encontraba Claude.
-Yo sí que convenceré a los profesores, porque me tienen más aprecio que a ti- le dije a Claude.
-Sí, bueno -respondió él con ironía -, ¿y qué más vas a hacer?
-Ahora no se me ocurre, pero cuando vayan surgiendo asuntos, podréis contármelos y haré lo que pueda para satisfacer a la clase. Esto ya es el resumen de todo.
-¿Y si te invitamos a una fiesta y te pedimos que vayas para satisfacción de la clase? -dijo Mathieu.
-Déjame en paz -respondí.
Y me marché con mi hermano.
A la hora siguiente, el profesor de Latín nos dio las notas del examen que habíamos hecho. Saqué un notable alto.
-Bien, bien, la niña, además de guapísima es lista, votad por ella -dijo Joachim, que al estar a mi lado me había visto el examen con la nota puesta.
Él había suspendido. Cogió mi examen y lo levantó para que todos lo viesen. Claude me miró con rabia.
-¿Qué has sacado tú, Olivier? -le preguntó Joachim.
-Más que tú, seguro -respondió Claude.
-Pero menos que la niña -supuso Joachim.
Y se levantó a mirarle el examen a Claude.
-Notable bajo, tú lo superas -me dijo.
Claude quedó resentido.
-Claude Olivier está "fastidiadito" -me contó Joachim unas horas más tarde-. En el baño de los chicos estaba con Charles, Mathieu, Villeneuve y Ferdinand; y les decía que él no soportaba ser superado por una niña, que entre ellos tenían que hacer algo para vencerte. Estaban ideando un plan, o no sé qué tontería, pero tranquila, no conseguirán nada.
Precisamente Claude y sus amigos entraron en clase en aquel momento.
-¡No, no, eso no vale! -protestaba Claude-. Los profesores se darían cuenta. Es mejor dejarnos de planes. Total, ella es una niña, ¿quién de esta clase va a votar por ella? Clerc y ella misma, ¿no?
El enfado de Claude aumentó al día siguiente. El director quería informarnos de algo a los alumnos, y pidió que un representante de cada clase fuese a escucharlo a la hora del recreo.
-Lebon, vas tú a la reunión del director, si no te importa -me dijo el profesor que estaba dando clase-. Así practicas por si eres elegida delegada.
Así lo hice. Al volver a entrar en el aula, después del recreo, escuché a mis compañeros haciendo ruido. Se callaron al entrar yo.
-El viernes por la mañana podemos ir a una exposición de cuadros góticos y barrocos -los informé-. No es obligatorio, y los que vayan tendrán que pagar la entrada, me han dicho que es bastante barata. Los demás tienen que quedarse en clase estudiando, pero los profesores no explicarán nada nuevo.
Georges, Guillaume y yo fuimos. A Georges y a mí nos venía muy bien porque estudiábamos Arte. Además, a Georges, que quería ser arquitecto, el arte le gustaba mucho. Nuestros padres quisieron que Guillaume viniese con nosotros aunque la exposición no le fuese de tanto interés. El motivo era que unos amigos de Guillaume tenían previsto faltar para pasar la mañana divirtiéndose (sin ir ni a la exposición ni al instituto). Mis padres se enteraron y me pidieron a mí que lo llevase conmigo y lo vigilase. Los del curso de Guillaume y los del mío íbamos en un grupo, y los de Georges en otro, por eso no se lo pidieron a él.
Lo de ir en grupos quiere decir que a unos, a los que íbamos juntos, nos vigilaban los mismos profesores; y a los del otro grupo, otros. Pero salíamos y volvíamos todos a la misma hora.
Al salir camino de la exposición cogí a Guillaume de la mano. Era una de las pocas maneras de que no escapase. Más me gustaría poder soltarlo, él tenía las manos sudorosas, pero yo debía cuidar de él. Joachim fue andando con nosotros (al lado de mi hermano y de mí). Guillaume iba de mala gana a la exposición, estaba loco por soltarse de mí y escaparse por la ciudad.
-Mejor os dejo solos a tu novio y a ti -me dijo.
-Joachim no es mi novio -declaré.
-Dímelo en inglés -me pidió.
-¿Para qué?
-Tú dímelo. Es divertido.
-Joachim is not my boyfriend- dije.
Mi hermano sonrió.
-¿Ves Joachim? -le dijo al muchacho-. Mi hermana sabe mucho inglés. Es divertido, el inglés, a mí me hace gracia.
-Bueno, yo sé alemán casi perfectamente -respondió Joachim-. Es verdad, Jacqueline, nunca te lo había contado. Yo nací en Alemania, en Bremen. Mi madre es de allí.
Y añadió en voz baja para que sólo yo lo escuchase:
-Mi padre, cuando estuvo en la cárcel, estuvo en una de Alemania. Él es francés. Vinimos para aquí más tarde, por eso aquí, en Francia, aún hay alguna gente que no sabe que estuvo en la cárcel. Él tenía una taberna en Alemania, y ahora tiene una aquí.
A nuestro lado pasaron las niñas que habían estado en mi clase el año pasado. Observaron que Guillaume (ellas no sabían que era mi hermano) y yo íbamos cogidos de la mano y una dijo:
-Vaya, Jacqueline, ¿no te quieren los chicos mayores?
-Ya, mira que tener a este niñito como novio... -corroboró otra.
Recuerdo que Guillaume tenía doce años y yo catorce, así que no nos llevábamos tanto, pero él no estaba desarrollado y parecía menor de lo que era. La gente también solía pensar que yo tenía menos de catorce años, pero se notaba que yo era mayor que mi hermano, pues era alrededor de once centímetros más alta que él.
-Es mi hermano, y ya querríais vosotras que fuese vuestro novio -respondí -.Porque otro mejor no lo vais a tener, por poco que os guste este.
Ellas se fueron, mirándome con desprecio. Fueron andando delante de nosotros y yo le escuché decir a una:
-Pues el niño ese, el hermano de Jacqueline, aunque tiene esas pecas es bastante guapo.
-¡Al contrario que vosotras! -gritó mi hermano-. ¡Y esas pecas son una parte de mi atractivo!
Era cierto, Guillaume tenía la frente, la nariz y los pómulos llenos de pecas. Dice mi familia que lo heredó de nuestro padre, que él también tenía esas pecas de jovencito. Ni Auguste ni yo heredamos eso, ya te habrás dado cuenta. Georges lo heredó, pero en menor medida que Guillaume.
-Guillaume, no les digas nada a esas -le pedí-. Ya sé que nos fastidiaron, pero déjalas.
Continuamos el trayecto y más adelante Guillaume me dijo:
-Jackie, quiero hacer "pipí".
-Llámame por mi nombre completo. No me gusta que me llames "Jackie", ni tú ni nadie. No me gusta esa abreviatura. Si me llamas así, yo te llamaré " Willy-Tommy".
-Vale, Jacqueline Lebon, quiero hacer "pipí".
-No hace falta que me llames por nombre y apellido, y a ver si aprendes a hablar como un chico mayor, ¿no sabes decir "quiero ir al baño"?
-¡Pero así no hace gracia! -respondió-. Bueno, a ver, vete conmigo hasta la puerta de un baño.
-¿No puedes esperar un poco?
-¡No!
-Ven.
Nos acercamos a la profesora de Arte y yo le dije:
-Mi hermano quiere ir al baño.
Ella le dejó a Guillaume que fuese a los servicios de una cafetería. Yo entré en la cafetería con Guillaume, para que no se escapase corriendo al salir. Me quedé de pie cerca de la puerta del local.
-Puedes sentarte -me dijo el camarero.
Era muy joven, creo que me llevaría tres años como mucho. Su pícara mirada me recordó a la que me habían dirigido mis compañeros el primer día de clase.
-Ya voy a marchar ahora -respondí.
Cuando Guillaume salió del baño, yo pensé que sería bueno comprar algo antes de marchar, no salir sin haber adquirido nada, por educación. Guillaume también lo pensó. No sé si por educación o porque tenía hambre (me parece que más bien por lo último), pero le dijo al camarero:
-¿Hay chocolate?
-¿Lo quieres caliente, para beber? -le preguntó el camarero.
-No, no tenemos tiempo -intervine, y añadí en voz baja, dirigiéndome a mi hermano-: ¿pero no te llegaron los bombones del otro día? Será mejor comer algo más sano.
-Pero no hay otra cosa que se tome rápido -observó él.
-Bueno, vale, entonces compramos una tableta de chocolate, para llevar.
Así lo hicimos. Al salir de la cafetería vi a Georges y le di la tableta para que me la guardase.
Pronto llegamos a la exposición. Era interesante para mí, al menos, pues cosas parecidas me entrarían en el siguiente examen de Arte. Guillaume se portó muy mal, siempre hablando y molestando, tuve que agarrarlo con fuerza para que no abandonase nuestro grupo.
Sin embargo, mi esfuerzo no fue suficiente. A la salida se soltó y escapó corriendo. Yo corrí detrás de él y conseguí alcanzarlo. Luego volvimos a reunirnos con los del grupo. Le pedí que me hiciese caso. Él fue oyéndome durante unos cuantos minutos, y al no gustarle que lo hubiese reprendido, se volvió a escapar. Yo volví a correr detrás de él. Los profesores nos vieron y nos siguieron, al igual que los alumnos. Esta vez Guillaume corrió a una velocidad elevadísima. Yo me detuve (con el abrigo en la mano, lo había sacado para correr), y al lado del río, muy de lejos, vi a un jovencito de pelo castaño claro, subido a la barandilla que impedía que la gente se cayese al agua.
El jovencito, además de castaño, tenía el pelo cortado en redondo, así que acertadamente, creí que debía de ser Guillaume. Él se hallaba sobre la barandilla, con una pierna a cada lado, como si fuese montado a caballo. Me acerqué.
-¡Guillaume, espera, dame la mano! -le dije.
-No, tranquila,no me voy a caer -respondió.
Yo le agarré el brazo, y él, para escaparse de mí, saltó y se quedó agarrado a la barandilla, pero del lado más cercano al río, en el escaso espacio que había para mantenerse de pie.
-Esto es peligroso,¿qué estás haciendo? -le pregunté.
- Juego a una cosa muy bonita. Soy un aventurero, o un soldado -dijo-. He montado a caballo -refiriéndose a su acción anterior - y ahora tengo que explorar caminos difíciles. Tengo que esconderme de los enemigos. Pero soy muy valiente.
-Ven aquí -le dije.
Él agitó un brazo y al hacerlo me golpeó en el costado derecho. Me quejé. Y él pasó por encima de la barandilla al lado seguro. Pero muy rápidamente volvió al lado peligroso. Yo lo agarré, pero como él no me ayudaba, yo no podía traerlo de vuelta al lado seguro. Así que dejé mi abrigo en el suelo y pasé por encima de la barandilla. La distancia de allí al río no era muy grande. Yo tenía miedo y no quería ni imaginar que mi hermano o yo nos cayésemos. Me agarré a la barandilla, de espaldas a ella, temblando. Luego solté mi brazo izquierdo y agarré a Guillaume. Él sacudió su brazo derecho, empujándome sin querer, haciéndome soltar totalmente la barandilla (además, me sudaban las manos), perder el equilibrio y caer al río.
El agua estaba muy fría. Yo grité, no por eso, sino de miedo y para pedir ayuda. Intenté poner en práctica las enseñanzas de natación que yo había recibido de mi hermano Auguste. Pero me costaba mucho trabajo. Tragué agua, y no recuerdo qué pasó inmediatamente después. Sólo que abrí los ojos, ya fuera del río. Me encontraba de espaldas al suelo. Expulsé por la boca el agua que había tragado y Georges me acarició la cara.
Él y un hombre (luego Georges me dijo que se trataba del profesor que le daba Historia a Guillaume) me agarraron y me ayudaron a sentarme. Miré alrededor, había mucha gente. Enfrente de mí estaban Guillaume y Joachim. Este último se encontraba empapado.
-¿Cómo estás? -me preguntaron Georges, Joachim y dos profesores a la vez; y Georges añadió-: ¿Tienes frío?
-Tengo frío -murmuré.
Estaba temblando. La profesora de Arte me pasó mi abrigo y me lo puso por los hombros, sobre el vestido mojado, empapado, que se me pegaba a la piel.
-Tienes que cambiarte de ropa, pero esto se encuentra muy lejos de casa y tardaremos en llegar -me dijo Georges-. Vamos ahora a una tienda, tú y yo, a comprarte ropa seca. ¿Puedes...? -empezó a preguntar-. ¿Y tus zapatos?
Era verdad, estaba descalza.
-Se los he quitado yo -intervino Joachim-. En el río, los zapatos tiraban hacia abajo, ¿sabes, Lebon? Ahora estarán en el fondo del Sena, pero lo importante es que tu hermana no.
-Tú también tienes que cambiarte -observó Georges-, estás como ella. No te preocupes, el dinero para la ropa te lo doy yo. Es lo mínimo que puedo darte, además de mi eterno agradecimiento.
-Tengo dinero, Lebon, no hace falta que me pagues nada -respondió Joachim-. En todo caso, debería pagarle yo los zapatos a tu hermana.
-Ni hablar-le dijo mi hermano.
Joachim se fue.
-¿Qué ha pasado? -le pregunté a Georges.
-Joachim se tiró al río para salvarte -me explicó-. Es... un héroe. Se merece un monumento.
Yo pensaba lo mismo. Georges me llevó en brazos hasta una tienda de ropa cercana (yo podía andar, pero él dijo que sin zapatos me haría daño) y me compró ropa seca. Al salir, nos acercamos a los compañeros de instituto y a los profesores.
-Me voy con Jacqueline -dijo Georges-. Y nuestro hermano, Guillaume, que venga también, ¿dónde está?
Nadie lo sabía. Lo llamaron, pasaron lista... pero no lo encontraron.
-Yo lo siento, pero me tengo que ir -declaró Georges-. Mi hermana está cogiendo frío, y ahora lo primero es atenderla a ella. Volveré por el instituto cuando pueda, si alguien encuentra a Guillaume, por favor, que le pida que se quede allí hasta que yo llegue.
Georges y yo nos marchamos. El profesor que le daba Historia a Guillaume vino con nosotros, pues tenía su coche aparcado cerca y se ofreció a llevarnos a casa para que yo no fuese andando. Al profesor se lo agradecimos mucho, porque además, Georges me contó que él (el profesor de Historia de Guillaume) me había atendido nada más sacarme Joachim del río.
-¿Cómo te caíste? -me preguntó Georges, ya dentro del coche-. Yo estaba lejos, no me enteré de lo que pasaba hasta que Joachim se tiró a salvarte.
-Guillaume estaba haciendo tonterías -le conté-. Me acerqué para que no se cayese al río, me dio con el brazo para soltarse de mí, y ya sé que fue sin querer, pero me tiró.
-Será... y ahora se he escapado, ¡será cobarde! -dijo Georges.
Al llegar a casa estuvimos los dos, Georges y yo, con la criada. Mi hermano me dijo que me vendría bien bañarme en agua caliente. Le hice caso. Al terminar, tomé el chocolate caliente procedente de la tableta que habíamos comprado Guillaume y yo aquella misma mañana. Algo más tarde llegaron nuestros padres. Georges les explicó lo que había pasado, y ellos al principio se asustaron. Mi padre corrió a buscar su maletín de médico y me atendió, a pesar de que le dije que me encontraba bien. Él explicó que yo estaba cogiendo catarro, no sólo por haber caído al río sino porque ya lo tenía de antes, pero que al fin y al cabo, no era una enfermedad grave.
Mi madre no me soltó en un buen rato, me tuvo todo el tiempo con su brazo sobre mis hombros, y además de otras cosas, dijo :
-Joachim es un héroe, yo me había equivocado entorno a él. Vamos a hacerle un regalo que le guste, aunque sea incomparable a lo que él ha hecho.
Y más tarde preguntó:
-¿Y dónde está Guillaume?
-Ha huido, claro -contestó Georges, mordazmente-.Como tiró a Jacqueline al río...
-¡No, no puede ser! -exclamó mi madre.
-No lo hizo a propósito, mamá -le dije-. Lo de tirarme; lo de huir supongo que sí.
-Bueno, tengo que ir al instituto, a ver si Guillaume ha vuelto, he quedado en eso- comentó Georges.
-Ya voy yo -dijo mi padre.
Al cabo de un rato se abrió la puerta de casa. Yo creía que llegaría Guillaume, con nuestro padre, pero estaba equivocada. Fue Auguste el que entró. Mi madre le contó lo que ocurría. Auguste, que estaba estudiando Medicina, quiso atenderme, pero le contamos que ya lo había hecho papá (que, por cierto, sabía mucha más medicina que él, pero para una urgencia, Auguste también habría valido).
-Guillaume ya volverá, estoy seguro -comentó Auguste, más adelante-. Lo importante es que Jacqueline se encuentre bien.
Pasado algún tiempo regresó mi padre, pero no mi hermano pequeño.
-En el instituto no está, y allí nadie sabe por dónde puede andar -nos informó mi padre.
Comimos, y más tarde, esperamos durante unas cuantas horas a que llegase Guillaume. Mis padres estaban muy preocupados.
-No le pasa nada, lo que ocurre es que ha sido responsable de la caída de Jacqueline al río, y tiene miedo de que lo castiguemos por ello -intentó tranquilizarlos Georges.
-Pero... es un imprudente -dijo Auguste, serio y mucho menos optimista que antes-. Se sube a cualquier lado, y cruza las calles sin apenas mirar. Creo que es mejor ir a buscarlo, e ir a la gendarmería, todo será poco.
Mis padres dijeron que irían a la gendarmería. Pero no lo hicieron, no les hizo falta. En ese momento entró Guillaume.
-¡Hola! -dijo con gracia y naturalidad.
-Guillaume, hijo mío, ¿dónde has estado? -le preguntó mi madre.
-Con Daniel -respondió Guillaume, otra vez con naturalidad-.Estuvimos jugando al balón, he comido en su casa, y he comprado unas golosinas.
Vi que masticaba algo. Alguna de esas golosinas, seguramente. Por cierto, Daniel era un amigo suyo.
-¿Y por qué no has venido a comer aquí? -le preguntó Auguste.
-Cosas de la vida. Después tenía que ir a jugar a la pelota. Venir aquí y volver sería mucho trayecto -contestó mi hermano pequeño, terminando la frase con una sonrisa en los labios.
El buen humor poco le duró. Mi padre fue a hablar con él. Yo no sé qué le dijo, pero debió de reñirle por el accidente del río. Algo más tarde, mi hermano pequeño llamó a la puerta de mi habitación. Le abrí y lo vi con la cara mojada de lágrimas, y cayéndole los mocos.
-Perdóname por haberme portado tan mal contigo -dijo, esta vez sin ninguna naturalidad.
Se le notaba que alguien (nuestro padre) le había obligado a decirlo.
-Sé que no lo hiciste a propósito -respondí con el mismo tono que él, y añadí-: ¿No tienes pañuelos?
Él revolvió en los bolsillos del pantalón y sacó tres caramelos, pero ningún pañuelo.
-No -dijo.
Él se iba a marchar, pero yo lo agarré del jersey y le pregunté:
-¿Me das un caramelo?
Guillaume se encogió de hombros y me lo dio.
-¡Guillaume! -lo llamó Georges-. ¡Ven!
Y tiró de él hasta llevarlo a su habitación (a la de Georges). Primero debió de hablarle en voz baja, porque no se oía qué decían, ni Georges ni Guillaume. Pero luego Guillaume comenzó a gritar y a llorar. Yo abrí la puerta de mi habitación para ir a buscar un libro a otro lado, y vi a Guillaume saliendo de la habitación de Georges. Sin embargo, Georges seguro que quería que Guillaume se quedase más tiempo escuchando las riñas, porque le dijo:
-¡Ven aquí, no te marches, no tienes permiso!
Bajé las escaleras para buscar el libro, y al volver a subir, escuché a Guillaume protestándole a Georges; y a este último diciéndole:
-... porque además de mi hermana, Jacqueline es mi mejor amiga. ¡Y tú eres un cobarde, Guillaume! Ya que te es imposible dejar de hacer tonterías, y tonterías de ese tipo, ¡por lo menos preocúpate por ella después! ¡Es nuestra hermana, Guillaume! Si Joachim no lo hubiera hecho antes, yo me habría lanzado a salvarla. Y no te exijo que tú pienses como yo, pero hay un término medio entre eso y tirarla al río y escaparse luego. ¡Y tú hiciste lo último! Pudiste haberla matado.
-¡No fue así! -gritó Guillaume, llorando.
Ahora ellos estaban en el pasillo. Los vi una vez que hube subido las escaleras, al ir a mi habitación. Guillaume se alejó de Georges.
-Ven, que no he acabado -dijo este último.
Guillaume no le hizo caso y se fue acercando a mí. Georges fue detrás de él y le tiró del brazo. No lo hizo con mucha fuerza, por lo que yo vi, pero Guillaume gritó.
-¡Déjame, no lo he hecho a propósito! -aseguró.
-Déjalo -le pedí a Georges-. Ya habéis gritado bastante.
Me dolía la cabeza.
Georges lo soltó y yo entré en mi habitación. Guillaume vino detrás de mí. Me senté y él se quedó de pie, mirándome y sin decir nada. Yo a él tampoco le dije nada. Cogí mi libreta de Literatura y comencé a redactar una cosa que nos había pedido el profesor.
-No lo hice a propósito -me dijo entonces Guillaume, ahora con naturalidad-. Ya sé que siempre me meto contigo, pero nunca quise llegar a tanto. Nunca he deseado que te cayeses al río. De verdad. Yo sólo gasto bromas, y te revuelvo el armario de tu habitación, y te hago rabiar, pero nunca pongo en peligro tu vida. Nunca a propósito, y jamás lo haré.
-Ya lo sé -le contesté, y añadí-:¿Cuándo te escapaste? Nada más atenderme tu profe de Historia, tú estabas presente. Pero cuando Georges y yo volvimos de la tienda, ya te habías ido.
-Mientras Georges te cogía en brazos, todo el mundo estaba pendiente de ti. Yo vi que te encontrabas bien, eso quería saberlo, y luego, para que Georges no me riñese, me marché. Nadie se fijó en mí, repito que la gente estaba pendiente de ti.
-¿Pero por qué tardaste tanto en volver? -le pregunté.
-Tenía miedo de que los demás me castigasen.
Guillaume no ha dejado de meterse conmigo definitivamente, sino que sigue haciéndolo. Pero con la conversación que mantuvo conmigo ese día me ha demostrado que en el fondo me quiere.
Finalmente, mi hermano pequeño se sonó los mocos (ahora sí que tenía pañuelo) y me dijo:
-Ya veo que estás estudiando. Entonces me voy. Adiós.
-Espera -le pedí.
Dejé la pluma sobre el cuaderno y me tumbé boca arriba en la cama.
-Guillaume, no me encuentro bien, me duele la cabeza y estoy muy cansada -le dije.
Guillaume anduvo hasta la puerta y gritó:
-¡¡¡Mamá, papá, Jacqueline se encuentra mal!!!
-Vete... a la habitación en la que están. No grites, me molestas mucho.
No hizo falta. Auguste entró rápidamente con un maletín de médico en la mano. Me tapó con el edredón y abrió el maletín. Muy poco después entraron mis padres y Georges. Mi padre cogió el maletín de las manos de Auguste.
-No, padre, ya la atiendo yo -dijo Auguste-. No me vendrá mal practicar.
Me tocó la frente con la mano.
-Deja que me ocupe yo -respondió mi padre-. Esto puede ser grave, ya sabes que se ha caído al río esta mañana. Parecía no haberle afectado, pero nunca se sabe, la miraré otra vez. Y por mis estudios y experiencia, por mucha capacidad que tengas tú, es mejor que lo haga yo. Primero es la niña, y después, tus prácticas.
-Sí -admitió el mayor de mis hermanos-. Vale, de acuerdo.
-¡Te vas a quedar sin practicar! -gritó Guillaume.
Yo me quejé, Guillaume me estaba molestando.
-Auguste, tú puedes quedarte a ver lo que hago, si tienes interés -dijo mi padre-.Ya practicarás en otras circunstancias. Y Guillaume, tú vete a estudiar, no quiero que te quedes aquí armando jaleo.
Auguste se quedó y Guillaume protestó. Mamá lo llevó fuera y ella volvió a entrar. Georges no se apartó de mi lado.
Mi padre me miró durante casi media hora, exhaustivamente.
-¿Está grave? -le preguntó mi madre después de un rato.
-No -respondió mi padre.
Continuó mirándome y al final explicó:
-Es sólo catarro, pero por eso está cansada. Ya se le pasará.
Falté a clase durante varios días. Cuando mejoré, mi padre fue conmigo a una librería y le preguntó al vendedor cuál era el mejor estuche de dibujo que tenían (yo le había contado que a Joachim le gustaba dibujar). El vendedor nos mostró un estuche, que según él, era el que utilizaban los dibujantes expertos y profesionales. Se lo compramos y yo lo llevé a clase el primer día que volví.
Me encontré con Joachim a primera hora, entrando en clase. Daba la casualidad de que Guillaume iba conmigo, y Joachim no lo había visto desde el día del accidente en el río. Joachim agarró a mi hermano pequeño del cuello de la camisa, como había hecho semanas antes.
-¡Suéltalo, te agradezco muchísimo que me hayas salvado, pero a él déjalo, le llevas treinta centímetros! -le dije.
Joachim lo soltó.
-¿Y tú a él?-quiso saber.
- Sobre once -contesté.
-Ah, bueno. Pues tú a él le llevas once, y te empujó al río. Pero, ¿tú crees que le llevo treinta centímetros a tu hermano; y a ti... espera ... diecinueve?
-No sé. Puede que cuarenta a él; y a mí, veintinueve.
-¿Tanto?
-Eres muy alto.
-Y tu hermano, pequeño y malvado.
-¡No lo hice a propósito! -gritó Guillaume-. Y mamá dice que voy a crecer.
-Es cierto -intervine-. Déjalo, Joachim. No quiero que os llevéis mal.
-Está bien, vamos. Adiós, Guillaume-Thomas -dijo Joachim.
Y lo acarició en la cabeza.
-Adiós -dijo mi hermano.
Joachim y yo entramos en el aula. Exceptuándonos a nosotros, estaba vacía.
-Gracias por haberte tirado al río por mí -le dije al muchacho-. Muchísimas gracias.
Él negó con la cabeza, con un gesto en el rostro con el que quería decir: "No es para tanto".
-Siento no haberme querido sentar contigo aquel día -añadí.
- No importa.
-Ahora mi madre dice que eres un héroe.
Él sonrió, quitándose importancia. Yo tenía el estuche de dibujo envuelto en papel de regalo, en la mano derecha. Extendí el brazo para dárselo.
-Toma -dije.
Él lo cogió.
-¿Y esto? -quiso saber.
-Es para ti. No es mucha cosa, pero a mí me ha parecido que te gustaría más que cualquier otra.
-Gracias.
-De nada.
Desenvolvió el papel de regalo y abrió el estuche. Sonrió. Manoseó unos pinceles y unas pinturas y dijo:
-Es magnífico. Es muy completo, esto debe de ser para un profesional, ¿verdad, Jacqueline?
-Sí.
-Debe de ser estupendo tener un padre profesor en la facultad de Medicina- comentó -. Aunque, bueno, el mío también gana dinero, pero lo gasta en ... basura.
Se quedó observando algunos objetos del estuche.
-Gracias -repitió.
Y me besó en la mejilla.
-De nada -dije.
Entraron algunos compañeros más en el aula, entre ellos, Claude Olivier.
-Ah, Jacqueline, ya estás bien -observó éste-. Estabas muy guapa el día que te caíste al río. Después de caerte, digo. Con la melena mojada, y...
-Pues podías tirarte tú, para ver si te ponías guapo -le dijo Joachim.
-No, porque en ti no ha surtido efecto -respondió Claude-. Eso sólo vale para las chicas que ya son guapas. Y, por cierto, Jacqueline -me dijo a mí- tú, como Cenicienta, guapa y perdiendo los zapatos. Sólo que tú no los pierdes en el baile, sino en el río, y porque te los quita y te los tira Joachim Clerc. Menos mal que estaba tu hermano mayor mirando, para que los zapatos fuesen lo único que te quitase nuestro compañero.
-No le quitaría nada más aunque no hubiese nadie mirando, por supuesto-respondió Joachim-. Y los zapatos, por necesidad. Yo la respeto, al contrario que otros.
Claude lo miró con seriedad, y a mí me dijo:
-¿Qué tal el agua del Sena? ¿Te sentó bien?
No le contesté.
-¿No quieres hablar? -me dijo-. Pues hablarán los votos. He decidido aplazar la elección del delegado hasta el día que tu vinieses, para que vieses por ti misma tu derrota. Y así será.
-Eso ya lo veremos -contesté.
Claude iba a decir algo, pero se calló al ver entrar al profesor. Era el de Literatura. Se interesó por mi estado de salud y más tarde votamos (Claude y yo también, cada uno por sí mismo). El de Literatura entregó un trozo de papel a cada uno para escribir el nombre por quien se votaba. Los doblamos y se los entregamos. Luego, él fue desdoblándolos y le pidió a un alumno, a Albert, que escribiese una línea al lado del nombre de Claude o del mío, según el que recibiese el voto. Estábamos todos en clase, no faltaba nadie, así que si ninguno entregaba el papel en blanco, como éramos impares, no podría haber empate.
Los primeros siete votos fueron todos para Claude. Él, sentado en primera fila, miró hacia atrás y me dijo:
-Deberías haberte rendido antes, en vez de quedar tan mal ahora, sin ningún voto.
-Esto no está acabado -declaró Joachim.
Los tres votos siguientes fueron para mí. Después llegaron dos más para Claude; cuatro para mí;uno para Claude; otros cuatro para mí; y otro para Claude. En otras palabras: a falta de un voto, estábamos empatados a once.
-Esto está muy igualado -comentó el profesor-. Ahora voy a desdoblar el papel del voto decisivo.
Así lo hizo, y leyó:
-Jacqueline.
Joachim me estrechó la mano y me felicitó mientras Claude gritaba: <<¡No!>>, y pataleaba.
-Venga, Lebon, debe firmar un papel -me dijo el profesor.
Para ir hasta la mesa del profesor, yo tenía que pasar al lado de Claude. Pasé, y él me hizo la zancadilla, caí al suelo y el profesor me ayudó a levantarme. Y a Claude le dijo:
-¡Fuera! ¡Me alegro de que haya perdido usted, Olivier!
Más tarde vino el director a nuestra clase, a darle a Joachim una medalla que reconocía su honor, por haberme ayudado a salir del río de la manera que lo hizo. Todos aplaudimos a Joachim, incluidos el director, el profe y también Claude, que ya había entrado en clase.
Precisamente Claude se quedó mirando para mí a la hora de salir al recreo. Yo lo miré a él y seguí guardando los libros.
-Eh, Jacqueline, ven -dijo.
Yo no fui a su lado por miedo a que me pegase o me hiciese la zancadilla. Fue él el que se acercó a mí.
-No me hagas daño -le dije-. Han sido los demás los que han votado por mí. La mayoría.
-Ya. Ésos no saben lo que... mira, anduve preguntando uno por uno, y salvo Joachim Clerc, los demás me dijeron que votarían por mí. ¡Mentirosos! Pero, bueno, yo sólo quería decirte que... enhorabuena.
Me dio la mano.
-Gracias -le dije.
-Y... bueno, cuando te caíste al río, yo me fijé en lo guapa que estabas al salir, pero no sólo eso. También estaba preocupado por cómo te encontrabas de salud.
Lo miré sin decirle nada y nos fuimos los dos, cada uno por su lado. Volví a verlo al entrar en el aula, justo al terminar el recreo.
-... es que ella es encantadora, Claude, lo siento, he votado por ella -le decía Albert.
-¿Y tú Charles? -le preguntó Claude a uno de sus mejores amigos.
-Yo... por ella, también. Oye, Claude, no te enfades. Mira, ella está en la última fila, y si es delegada, tendrá que andar paseando para oír lo que le dicen en privado los profesores, o algo así. Y mientras va allí, podemos mirarla sin tener que disimular.
-Que yo también quiero mirarla- contestó Claude-.Pero no por eso le dejo ganar.
En ese momento pensé que para eso no merecía la pena ser delegada. Al contrario, era mejor no serlo. Se lo comenté a Joachim.
-¿Que crees que muchos te votaron por eso? -me dijo-. Vale, pero el motivo de sus votos ahora no importa. Tú vas a ser mucho mejor delegada que Olivier, tú no discutirás con los profesores; harás lo que consideres correcto, nos informarás bien, con sinceridad... y... yo quiero que la delegada seas tú, ¿de acuerdo?
-Sí.
Y así comenzaron las primeras semanas del curso. Hasta que se acabó, tuve que aguantar ciertas actitudes por parte de mis compañeros, pero por lo menos, Joachim fue siempre bueno conmigo. Por eso me entristecí al oír lo que me dijo él dos semanas antes de que se acabase el curso.
-El año que viene no voy a estar -declaró-. Voy a volver a Alemania con mis padres.
Puse mala cara.
-No te preocupes -añadió-. Tienes a tus hermanos, y el año que viene cambiarás de clase, y seguro que hay alguna chica que te caiga bien en tu nueva clase, para que no tengas que andar siempre con chicos, ya verás.
Me despedí de él el día que nos dieron las notas. Y como Joachim me había salvado la vida, también se despidieron de él mis padres y todos mis hermanos, incluido Auguste, que nunca antes lo había visto. Auguste le recordó, para agradecérselo, lo de mi accidente en el río. Y Joachim contestó:
-Jacqueline también ha hecho cosas muy importantes por mí. Ahora no se me ocurrirá jamás ponerme a fumar en clase, ni fuera, de hecho, he dejado el tabaco. No volveré a hacer cosas de ese tipo, y gracias a ella, también he aprobado el curso en junio, porque al ver que ella estudiaba, yo también lo hice.
Y a mí, Joachim me dijo:
-No te preocupes. Una vez te dije que te quería como si fueses mi hermana, y es cierto. Y yo, viviendo en Alemania, si tuviera una hermana en Francia le escribiría cartas, y es lo que voy a hacer contigo. Será divertido, ya verás. En las cartas, lo que se cuenta parece una aventura, es muy interesante. Y te mandaré dibujos, el estuche que me regalaste da para mucho -declaró.
Nos abrazamos y me besó en las mejillas. Me dio su dirección de Alemania y a partir de entonces nos estamos escribiendo cartas.
Así que este es Joachim. Él me salvó la vida y siempre ha sido muy bueno conmigo, así que seguro que contigo también se porta estupendamente.
Hasta pronto,
Jacqueline Lebon.

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