martes, 2 de septiembre de 2008

LA MIRADA DEL CHICO DE LOS OJOS VERDES

Esto no le sucedió a Jacqueline. La muchacha a los quince años conoce a Jean-Damien y a Le Tallec. A ella, el primero le parece muy guapo, Y a la edad de quince años, Jacqueline inventa una historia de amor entre ella y Jean-Damien (ella inventa que tiene diecinueve años), para un concurso literario, utilizando su propio nombre, y los de su familia, El cuento íntegro que la muchacha presenta al concurso es éste:
París, mayo de 1908
Querido amigo Joachim:
Recibí una carta tuya ayer, pero me ha ocurrido algo tan interesante durante estas últimas semanas que te estoy escribiendo ahora mismo para contártelo.
Todo comenzó a principios del mes pasado. La tarde de un lunes asistí a las clases de Inglés, pero no me fui para casa directamente. Mi hermano Guillaume me había roto unos zapatos, así que mi padre me pidió que al salir de mis clases, yo fuese a la facultad de Medicina en la que él enseña, para así ir juntos los dos a una zapatería buena que conoce él, a comprar otros nuevos.
Así lo hice. Llegué unos cuantos minutos antes de la hora en la que mi padre iba a salir. No entré en la facultad, sino que me quedé fuera, apoyada en la pared del edificio, de pie. A mi lado pasaron muchos chicos y pocas chicas. Al principio, ninguno me dijo nada, pero eso cambió pronto. De lejos, vi acercarse a dos jóvenes; uno muy alto, delgado (pero a la vez, fuerte) y rubio; y otro, un poco gordo, pequeño y de pelo castaño. El alto sonrió, le dijo algo al otro y se acercaron a mí. Éste, el más atractivo, exhibía una sonrisa. El otro parecía dubitativo.
-Buenas tardes -dijo el alto.
También me saludó el otro, pero sin sonreír. Y yo tampoco lo hice al responder.
-Me pregunto qué hora es, ¿sería usted tan amable de decírmelo, señorita? -habló el alto.
Y me estrechó la mano, mirándome los dedos, pero no me dijo su nombre.
-Las cinco y veinticinco -respondí-. Casi, aún no.
-Ah, bueno, gracias.
-De nada.
El chico alto seguía sonriendo, pero yo no lo imitaba. Me estaba poniendo nerviosa.
-Por cierto, es una hora muy apropiada para que dos caballeros como nosotros...- empezó a decir el alto.
-Habla por ti -lo interrumpió inmediatamente su amigo.
-... para que dos caballeros como nosotros -insistió el alto -la acompañemos a dar un paseo.
-No puedo, tengo que... esperar a mi padre. Saldrá dentro de cinco minutos -expliqué.
Al hablar, miré al chico bajo. No me atrevía a dirigirme al otro. El alto me ponía nerviosa. Era tremendamente atractivo:guapo, alto, delgado, rubio y de ojos verdes.
-¿Su padre? ¿Trabaja aquí, entonces? -preguntó el atractivo joven.
-Sí -respondí sin mirarlo y comenzando a ruborizarme.
<<¿Por qué no se marchan ya?>> -pensé.
-¿De qué trabaja, de profesor? -quiso saber el alto.
-Sí.
-¿Y cómo se llama? ¡A ver si me va a dar clase a mí!
-Jean-Pierre Lebon.
-¡Ah, sí! ¡Lo conozco! -exclamó-. Es el de Anatomía. Él es un profesor excelente, señorita Lebon. Explica muy bien; a mí sus clases me resultaban muy interesantes, lo tuve de profesor hasta el curso pasado. Yo estudio aquí, ¿sabe? Espero acabar la carrera este año.
Yo no dije nada. Me daba vergüenza que el joven estuviese allí hablándome.
-Éste es Marc Le Tallec -dijo el chico alto, de repente, presentándome a su amigo.
Le Tallec me estrechó la mano.
-Y yo soy Jean-Damien Fontaine, a su servicio -se presentó por fin el alto.
Se arrodilló para besarme la mano y me preguntó:
-¿Puedo saber su nombre?
-Jacqueline.
-Jacqueline Lebon -dijo Jean-Damien en voz baja.
-Sí -respondí.
Noté la cara ardiéndome. Me sentía insegura delante de él. <<>> -pensé.
-Tenemos que irnos, Jean-Damien, ¿no te acuerdas? -intervino Le Tallec, como si me estuviese leyendo el pensamiento.
-Tendrás que irte tú -respondió Jean-Damien, bruscamente-. Ya me dirás tú qué hay más importante ahora que permanecer junto a la chica hasta que llegue su padre, ¡tanto vandalismo que hay en estos tiempos...! Y aún si no fuese tan atractiva... bueno, entonces igual a nadie le interesaba secuestrarla, pero es que es tan bella...
-Por mí no se queden -dije.
Yo tenía la vista clavada en el suelo. Jean-Damien era muy amable, pero yo me sentía incómoda delante de él.
-¿Ves, Jean-Damien? "No vayas a molestarla", te dije -intervino Le Tallec-. "Déjala en paz", pero no hay manera, eres un impertinente -y añadió dirigiéndose a mí-: Perdone que la hayamos molestado, nos vamos ahora mismo, sé que lo está deseando y con razón.
-No, no me molestan -declaré.
-Tienes suerte de que sea educada -le dijo entonces Le Tallec a Jean-Damien-. Adiós.
-Adiós -respondimos Jean-Damien y yo.
Yo me puse más nerviosa. Creía que, antes de quedarme sola con Jean-Damien, habría sido mejor que Le Tallec no se hubiese ido.
-¿Qué opina de Marc Le Tallec? -me preguntó Jean-Damien.
-Parece... una buena persona -respondí.
-Sí, lo es. Y a él, a Le Tallec, le gusta la literatura, ¿qué le parece a usted eso?
-Que está bien.
-Bueno, ¿y qué opina usted de mí?
-Nada -declaré rápidamente.
-¿Cómo que nada? Alguna impresión le habré causado. ¿O es que le parezco alguna cosa mala y no quiere decírmela?
-No es eso, lo que pasa es que apenas lo conozco.
Jean-Damien se rió. Tenía una sonrisa preciosa. Levanté la vista un momento, para mirarlo, y luego volví a centrarla en el suelo.
-Mire, Jacqueline Lebon, yo a usted no la había visto nunca hasta este momento -comentó Jean-Damien con dulzura-. Pero estos escasos minutos me han bastado para saber que es usted una muchacha dulce y hermosa como muchas ya quisieran.
Sentí que el corazón me latía rápidamente, y me embargó una emoción que no puedo expresar con palabras. Nos miramos un momento, y a pesar de que fui yo la que no sostuvo la mirada, deseé que ese momento fuera eterno. Me gustaría haberle dicho a Jean-Damien que era muy amable y que yo nunca había visto a un chico más guapo que él. Pero no fui capaz.
-Y a usted, ¿qué le parezco yo? -me interrógó de nuevo.
No fui capaz de decirle nada, un montón de pensamientos pasaron por mi mente, miré a la izquierda, azorada, y vi a mi padre saliendo de la facultad.
-Perdone, señor Fontaine, tengo que irme -acerté a decir.
-Bien, continuaremos la conversación en otro momento, espero.
-Adiós.
-Adiós, hasta luego.
Me acerqué a mi padre.
-¡Hola! ¿Qué tal las clases? ¿Bien? -dijo.
-Sí.
Miré hacia atrás un momento y vi a Jean-Damien, que me observaba.
-¿Vamos? -preguntó mi padre.
-Sí, vamos.
En la zapatería escogí los primeros zapatos de mi número que encontré. No me fijé en cómo eran, mi conversación con Jean-Damien se repetía una y otra vez en mi mente y no me permitía centrarme en los zapatos. <>.
Durante la cena estuve igual, pensando todo el tiempo en el apuesto joven que había conocido. Sólo la patada que me propinó mi hermano pequeño, que se sentaba enfrente de mí en la mesa, me sacó de mi ensimismamiento.
-¡Guillaume, para, esto duele muchísimo! -protesté entonces.
-Te estábamos preguntando si mañana por la tarde ibas a venir con nosotros a ver al hijo de Auguste -me dijo Guillaume-. Pero no nos contestabas.
Es verdad, Joachim, tenía pesado contártelo al principio de la carta, pero no me acordé : ha nacido mi primer sobrino, el hijo de Auguste. Es un niño y se llama Henri.
-Sí, iré -respondí-. Antes estudio, voy a las clases, y luego voy a la casa de Auguste.
-Bueno, pues puedes ir a la facultad de Medicina cuando termines las clases, como hoy. Y ya vamos juntos desde allí -propuso mi padre.
-Sí, de acuerdo.
Era fantástico. Me alegré mucho de volver al día siguiente a la facultad de Medicina, porque tal vez volviese a ver al educado y elegante Jean-Damien.
La tarde siguiente, al dirigirme al mismo sitio de la facultad de Medicina que el día anterior (la pared de fuera del edificio) busqué a Jean-Damien con la mirada, pero con pocas esperanzas de que apareciese. Y sí que apareció, por el mismo lugar que la víspera, y otra vez acompañado por Marc Le Tallec. Vi cómo Jean-Damien me miraba, Le Tallec también; este último le decía algo a su amigo, Jean-Damien asentía con la cabeza, y Le Tallec se iba.
Jean-Damien avanzó hacia mí con decisión. Yo sentía que el corazón me latía más rápido.
-Hola, Lebon, ¿otra vez por aquí? -me dijo.
-Sí.
-Interesante, estudia usted Medicina?
-No, pero mi padre...
-Sí, es un excelente profesor de esta facultad, ya lo sé.
El joven se echó el pelo hacia atrás.
-Además, permítame que se lo diga, su padre, señorita Lebon, es una gran persona. Un día entró un hombre extranjero, un africano, me parece, en una clase. Estaba enfermo, y dijo, con un acento raro, que no sé qué médicos no querían atenderlo porque no tenía dinero. El señor Lebon, bueno, su padre, lo atendió. Yo no estaba en esa aula, le recuerdo que Lebon no me da clase este año. Pero me lo contaron unos estudiantes. Sé que hay quien critica a su padre por eso, pero yo, cuando lo vi por primera vez desde que me enteré de la noticia, le dije: "Señor Lebon, además de un excelente profesor, es usted una excelente persona. Me alegro de que haya sido usted mi profesor durante años. Otro mejor, no lo podría haber tenido". No sé si usted estaba enterada de ese caso. No, de lo que yo le conté a su padre no, sino del suceso.
-Sí, mi padre lo contó en casa -respondí.
-¿Y qué dijo? Que había médicos que sólo atendían a la gente por el dinero, pero que la curación de la persona no les importaba nada, ¿verdad?
-Sí, algo así.
-Espero no convertirme nunca en uno de ésos. Y... bueno, hablando de otra cosa, está usted guapísima, señorita Lebon. Que no le parezca mal que se lo diga, pero es que no reconocerlo sería casi una falta de educación.
Me ruboricé, evité mirar a Jean-Damien, y murmuré:
-Gracias.
Mirando a otro lado vi, a lo lejos, a mi madre y a dos de mis hermanos: Guillaume y Georges. Me alarmé, a mi madre no le gustaría nada verme con un chico.
-Disculpe, tengo que marchar -le dije a Jean-Damien.
Él miró a la puerta de la facultad.
-¿Cómo? ¿No iba a esperar a su padre? Pero el señor Lebon aún no ha salido.
-Mi... madre está cerca -respondí-. Y si me ve con un chico, me... bueno, adiós.
-Ah, comprendo, váyase -dijo Jean-Damien, con una sonrisa-. Hasta luego.
Yo me fui al lado de mi madre y mis hermanos. Mientras no llegaba hasta ellos, miré hacia atrás y vi a Jean-Damien entrando en la facultad.
Nos saludamos (mi familia y yo) y mi madre observó:
-Estás muy colorada, ¿qué pasa?
-Será del calor -intervinó Georges., Están aumentando las temperaturas.
Y poco más tarde llegó mi padre. Fuimos andando todos hasta la casa el mayor de mis hermanos. Estuvimos allí casi hora y media. Cogí a mi sobrino en brazos en tres ocasiones distintas, al igual que Georges. A Guillaume no le dejaron cogerlo. Guillaume va para diecisiete años, ya es un chico, eso sí, muy infantil y muy irresponsable. Por ese último motivo no le dejaron coger al bebé.
A la vuelta, por el camino, volví a pensar en Jean-Damien. Me ilusionaba saber que probablemente estuviese enamorado de mí, puesto que me decía cosas bonitas. A mí él me gustaba mucho.
Al acabar de cenar entré en mi habitación, y Georges detrás de mí.
-¿Puedo pasar? -me dijo.
-Sí, claro.
Él sonrió.
-Bueno, Jacqueline, mi niña, no me digas que tienes novio -susurró.
-¿Eh?
-Estabas con un chico delante de la facultad de papá -me dijo-. Por lo menos, reuníos en otro lado.
-¿Me viste?
-Sí, claro, esta tarde.
-¿Y me vio mamá?
-¡No! Por supuesto que no. Se habría vuelto loca de haberte visto, no se habría quedado tranquila como está. Y Guillaume tampoco te vio. Se habría burlado y se lo contaría a mamá de inmediato.
Georges se sentó en una silla. Yo cerré la puerta y me senté en la cama.
-No es mi novio -expliqué.
-Tranquila, a mí me lo puedes contar, no se lo diré a nadie.
-Ya lo sé, pero es que él y yo no somos novios.
-Lo mirabas... te vi poco tiempo, pero.. bah, mira, a ti él te gusta, ¿verdad? Se te notaba.
-¿Se me notaba? ¿Y lo habrá notado él?
Georges sonrió.
-Sí, claro. Supongo que sí -declaró-. ¿Pero cómo estabas hablando con él?
Le conté lo sucedido ese día y el anterior.
-Si fue a hablarte y a decirte esas cosas, has debido de gustarle -opinó Georges-. Y mamá, tarde o temprano, va a tener que enterarse. Yo no se lo voy a contar si tú no quieres, pero...
-¡No se lo digas!
-No, tranquila. Pero digo que... no sé, a lo mejor no se lo toma tan mal. Hace poco has cumplido diecinueve años, y si tuvieras once, puede que...
-Ella me trata como si tuviera once -apunté.
-Bueno. Digo que en tú caso, yo se lo contaría...
-No es tan sencillo. Tú tienes veintiún años y te trata como a una persona de esa edad. No te compares conmigo, porque eres un chico y mamá no te trata igual que a mí. No puedes comprenderlo.
-Bueno, pues habla con ella si quieres hablar con una mujer.
-¿Con mamá?
-Claro.
-No. Y tú no le digas nada.
-Vale, de acuerdo.
Los días siguientes me las ingenié para volver a la facultad de Medicina. Le dije a mi padre que, ya que me quedaba de camino, esperaría allí fuera a que él saliese, para volver así juntos a casa. Él aceptó, y yo vi a Jean-Damien todos los días que hubo clase durante esa semana. Mis planes parecían ir bien, pero algo lo trastocó todo: el domingo por la tarde, Jean-Damien acudió a mi casa.
Ocultó que su verdadera intención era verme a mí, justificó su visita diciendo que tenía una duda (de Medicina) que le quería preguntar a mi padre. Yo me puse nerviosa. Más de lo que ya solía ponerme al verlo a él. Georges me había dicho que se me notaba que me gustaba Jean-Damien, y yo tenía miedo de que mis padres y Guillaume se diesen cuenta . Mi padre salió un momento, a atender a un vecino enfermo, y me quedé sola en el salón con Jean-Damien. Bueno, no estábamos solos, ya entenderás lo que pasó.
Jean-Damien me estuvo hablando durante unos cuantos minutos, empezó a llamarme por mi nombre de pila en vez de "señorita Lebon"... y al final me comentó que era buena la bebida que le había dejado mi padre para que tomase mientras él atendía al vecino.
-Me alegro de que te guste -le dije.
Y él respondió:
-Tranquila, me gustas más tú.
Oímos unas carcajadas y mi hermano pequeño apareció detrás del sofá. Nos había estado escuchando. Poco más tarde oímos abrirse la puerta de casa y mi hermano pequeño abandonó el salón.
-Y ahora, ¿qué hacemos? -le pregunté a Jean-Damien.
-No te preocupes. Siéntate ahí -me dijo, señalando una cabecera de la mesa-. Y yo me quedaré aquí -añadió, ocupando la otra cabecera, en la que había estado yo hasta que Guillaume reveló su presencia.
Jean-Damien abrió su libro de Medicina y yo cogí uno mío de Francés.
Aparenté que leía, pero no podía concentrarme. Pronto entraron Guillaume y mi padre. Este último le dijo a Jean- Damien que ya podía preguntarle la duda.Yo me levanté. No soportaba ese ambiente tan tenso, con Guillaume mirándome y sonriendo, a punto de contarle a mi padre lo que nos había oído a Jean-Damien y a mí. Si es que no se lo había contado ya antes.
-Tengo que irme -dije-. Adiós.
-Adiós -respondió Jean-Damien, con un deje de desánimo en su voz.
Pasé horas encerrada en mi habitación. Sabía que Guillaume tenía que haberles contado ya a mis padres que Jean-Damien me trataba como si yo fuese su novia. ¡Pero no lo era! Aunque quería serlo, no lo era. Yo no tenía la culpa de que Jean-Damien hubiese venido a mi casa, yo no se lo había pedido. Sin embargo, últimamente yo estaba yendo a la facultad de Medicina sin otro motivo aparente que esperar a mi padre, pero éste pronto descubriría que ese motivo no era el único.
Oí unos golpes en la puerta de la habitación, y la voz de Georges, diciendo:
-Ven.
Abrí la puerta y le pregunté:
-¿Qué pasa?
-Guillaume le contó a papá lo de Jean-Damien nada más entrar papá en casa, cuando vino de atender al vecino. Me lo dijo Guillaume. Mamá aún no lo sabe, ¿tú qué quieres: contárselo tú misma; que se lo cuente papá; o yo? Porque supongo que Guillaume no querrás que lo haga.
-Nada de eso. Ninguno.
-Tiene que ser alguno. Y si no te decides por nadie, se lo contará papá.
-¿Pero qué le va a contar? ¿Que Jean-Damien ha venido hoy para verme a mí?
-Claro. Y lo que te ha dicho Jean-Damien, y lo que le has contestado tú.
-¿Y qué ha dicho papá cuando Guillaume se lo ha contado a él?
-¿No te dijo nada papá antes de que te marchases del salón?
-No.
-Pues entonces, no sé qué piensa él de todo esto.
-¿Y tú qué piensas?- le pregunté a mi hermano .
-Que tarde o temprano tendría que llegar este momento -me dijo, noblemente-. Que algún día, un hombre se quedaría maravillado ante una belleza como la tuya. Porque es una belleza que además de física, que lo es enormemente, no se queda en eso, sino que va más allá y también impregna tu mente y tú corazón.
Lo miré un momento, y sonriendo, le dije:
-Habla tú con mamá.
-De acuerdo, lo haré después de la cena.
Pero eso no sucedió así. La intención de Georges era dejarme cenar tranquila, antes de que mi madre se enterase de lo ocurrido. Sin embargo, a Guillaume debía de sentarle muy bien la comida cuando había jaleo, porque él no mantuvo la boca cerrada.
-Mamá, ha venido un joven a esta casa, por la tarde, cuando tú no estabas -explicó Guillaume-. Papá lo invitó a licor, y el joven, al beber, miró la copa con la bebida como si se tratase de un trofeo que llevaba años deseando. La miró con el ansia de un cazador que al fin consigue su valiosa y deseada presa.
Guillaume se quedó un momento en silencio, esperando que yo lo contradijese y buscando una posible réplica a mis palabras, o una manera de continuar. Yo no dije nada, por lo tanto, Guillaume abrió la boca para seguir contando, de manera bastante fantasiosa, lo ocurrido. Pero antes de que él prosiguiese, nuestra madre preguntó:
-¿Quién era ese joven?
Guillaume iba a contestar, sin embargo, nuestro padre se opuso.
-Era un antiguo alumno mío. Pero ya hablaremos después de eso, Victoire, no corre tanta prisa -le dijo mi padre a mi madre, sin poder evitar mirarme un momento.
-Pues a mí me parece que debemos hablar ahora -lo contradijo Guillaume, con un tono lento y suave-. Mamá querrá enterarse del motivo por el que el joven amante del licor, y amante también de otras cosas -añadió, mirándome- ha venido. Y por cierto, mamá, él es un mentiroso. Dijo que venía a una cosa y ha venido a otra.
-¡¡El mentiroso eres tú, Guillaume-Thomas!! -grité.
-Vamos a ver, calma -dijo Georges-. No pasa nada. Guillaume, escúchame. Dime qué es lo que no entiendes de aquel tema de Matemáticas que...
-Tú eres como tu querida hermana... -empezó a decir Guillaume, señalando a Georges.
-Calla, Guillaume -lo interrumpió Georges-. Hablas de Jacqueline como si ella no fuera también hermana tuya.
-¿Y qué más da? Todos sabemos que sí que lo es. Y tú no sabes qué hacer para ocultar lo de esta tarde, y ella tampoco. Pero nuestra madre tiene derecho a saberlo.
-Hablas de lo de esta tarde como si fuese algo terrible o deshonroso -opinó Georges-. Y no lo es. No es nada.
Guillaume sonrió. Estaba muy entretenido con esta conversación, y sólo paraba de hablar mientras tomaba cucharadas de sopa.
-¿No es nada que venga aquí un chico y observe una copa de licor como si fuese el mayor tesoro del mundo? -preguntó-. ¿Ni que esa elocuente mirada se la dirija también a nuestra hermana?
-No es cierto -intervine, al mismo tiempo que a mi madre se le caía la cuchara, por oír la última frase de Guillaume.
-¿Qué sabrás tú, si te da vergüenza mirarlo a la cara? -me dijo mi hermano pequeño, y añadió-: Georges, ¿tampoco es nada que ese Fontaine haya decidido ocultar sus intenciones? ¿Que haya dicho que venía a preguntarle a papá sobre Medicina, y que en realidad pretendiese cortejar a Jacqueline, bebiendo el licor , diciendo que le gustaba esa bebida, y después confesándole a nuestra hermana :"Me gustas más tú"?
-¡No, Guillaume, vete! -pedí-. ¡Tú no sabes contar las cosas!
-No he acabado. Los demás deben saber por qué estos últimos días tenías tanto interés en acercarte a la facultad de Medicina. Aunque los demás ya lo habrán adivinado. Para ver a Jean-Damien Fontaine, claro.
Yo me levanté. Georges, que estaba a mi lado, me agarró de la chaqueta.
-Guillaume, ven -dije en voz alta-. Ven conmigo. Vamos.
Georges me soltó, Guillaume se levantó, y éste y yo abandonamos la cocina. La expresión que adoptó mi madre al pasar yo a su lado sí que era elocuente, era un gesto que mezclaba la decepción y la rabia.
Agarré a Guillaume de la manga del jersey para llevarlo hasta el salón. En la cocina, los demás estaban hablando, pero yo quería mantener mi propia conversación con Guillaume y no presté atención a lo que se decía al otro lado de la pared.
-Quedamos en que Georges le contaría lo sucedido a mamá -dije-. ¡Georges, no tú!
-¿Y a ti qué más te da quién se lo cuente?
-¡Mucho, porque tú inventas tonterías!
-No. Él miraba con ansias la bebida...
-¡¿Y qué quieres?! ¡¿Que dijese que nuestra bebida era un asco?!
-¡¡Pues podría haberlo dicho!! ¡¡Podría haberla rechazado diciendo que no bebía!! Tú no lo miraste. Pero estaba ilusionado bebiendo. Y ya sé que era elegante, y todo eso. Que no tenía el mínimo aspecto de borracho y que a lo mejor llevaba meses sin probar una sola gota de alcohol. Pero lo importante, Jacqueline, es que mamá te va a reñir "un poquito" después de oír todo esto. Pero tranquila, yo para este asunto estoy de tu lado, quiero que Jean-Damien venga más veces, porque te pones rojísima delante de él, y a mí me hace gracia que pases tanta vergüenza. Por eso, si las cosas se ponen serias, le diré a mamá que él es elegante, y esas cosas.
-Bueno, pues muchísimas gracias, pero podías habérselo dicho ya ahora.
-Claro, y así ella no te reñiría, ¿no? Estoy harto de ser el único castigado de casa, quiero que por una vez, tú ocupes mi lugar.
-Vete -murmuré.
Él se acercó a la puerta y me preguntó:
-¿No vuelves a cenar?
-No -respondí-. No tengo hambre, y por si te interesa, la culpa es tuya.
Él sonrió y se fue. Luego vino mi madre.
-Ven -me dijo.
-No tengo hambre -contesté.
-¡¡Ven!!
Me levanté y fui. Tardé muchísimo en terminar de cenar, mucho más que los otros. Cuando por fin acabé, me quedé sola con mi padre y él me dijo:
-Fontaine me ha contado que está enamorado de ti. Dice que mañana a las cinco te esperará a la salida de tu facultad. Si decides quedarte un rato con él, o por el contrario, marcharte antes de que él te vea, es cosa tuya. Yo no te voy a obligar a hacer ni una cosa ni la otra.
-Está bien.
Mi padre se marchó, y unos cuantos minutos más tarde, entró mi madre.
-Vamos -me dijo-. No quiero que los otros nos oigan, y dado que me acabo de enterar de que Guillaume es bastante buen espía, será mejor que ahora nos alejemos de él.
Subió las escaleras, y yo detrás de ella. Luego entró en la habitación que era suya y de mi padre. Yo entré detrás.
-Cierra la puerta -dijo mi madre con brusquedad.
Obedecí, y me quedé de pie apoyada en la puerta. Mi madre se sentó.
-¡¿Se puede saber qué estás haciendo?! -me dijo.
-Guillaume no dijo la verdad -respondí.
-¡No mientas tú ahora!
-No miento. Es cierto que vino ese chico -admití, comenzando a sonrojarme-. Pero eso de la bebida... Guillaume exageró muchísimo, mamá.
-Eso no importa tanto. Ya sé que hay hombres que beben un poco de licor un día, y que no tienen nada de borrachos. Sin embargo, yo no estoy totalmente segura de que te puedas fiar de ...Fontaine.
-¡Pues yo sí! -la contradije.
-¡Cállate! Te habló con gracia, supongo. Pero eso no es suficiente. Guillaume dijo que...
-¡Guillaume no sabe nada!
-¡No me interrumpas! Guillaume dijo que Fontaine había mirado la bebida como si se tratase de un trofeo, o de la presa de un cazador. Suponiendo que tuviese sed, que es posible, con el calor que hace a veces, ¿cómo justificas que Fontaine te haya dirigido a ti esa misma mirada? Porque eso es lo peor.
Me sonrojé más y no dije nada.
-¿No sabes? -preguntó mi madre.
Negué con la cabeza.
-Prefiero no seguir hablando de esto -dije-. Ya basta.
-¿Y qué vas a hacer? Volver a ver a ese chico mañana, ¿verdad, Jacqueline?
Me quedé en silencio.
-Contéstame -pidió mi madre.
-¡Sí, voy a volver a verlo mañana! -respondí.
-¡Entonces eres como él! ¡No te importa que te mire con malicia!
-¡Nunca me ha mirado con malicia!
Los ojos se me llenaron de lágrimas y añadí:
-Estoy diciendo la verdad. Si me hubiera mirado con malicia, a mí no me habría gustado.
Mi madre se puso de pie y adoptó un tono de voz más suave que hasta entonces para decir:
-Sé lo que piensas. A ti te gusta Fontaine, y te parece imposible que él haga algo innoble. Y si lo hace, no te das cuenta. Por lo tanto, para esto no me puedo fiar de ti. Pero sí de Guillaume. Y él vio cómo te miraba Fontaine.
-Guillaume... no ha dicho que Jean-Damien me mirase con malicia -dije llorando.
-No directamente -respondió mi madre-. Pero de sus palabras, yo lo deduzco.
-Pues entonces... Guillaume miente.
-Sé que a veces se mete contigo, pero no deberías pensar eso de tu hermano.
-¡Ni tú de Jean-Damien!
Me sequé las lágrimas con la mano y añadí:
-Papá lo conoce.
-Sólo como alumno. Lo conoce de verlo en una clase llena de estudiantes, y de corregirle exámenes. Eso no sirve para este caso.
-Pero... Jean-Damien siempre habla bien de papá -observé.
-¿Y qué crees? ¿Que te va a hablar mal de tu padre si quiere seducirte?
-Jean-Damien es sincero.
-Eso piensas tú. Pero ya sabes que para esto no me puedo fiar de ti, te lo acabo de decir...
-Pues si no te puedes fiar de mí, ¿para qué me tienes aquí, en vez de dejarme descansar?
-Hay otro asunto. No debes darle la dirección de casa al primer chico que...
-Yo no se la he dado -la interrumpí-. Nunca me la ha pedido.
Y volví a preguntarme lo mismo que unas horas atrás, al encontrarme con él en casa: <<¿Cómo sabrá él que yo vivo aquí?>>.
-¿No? -se extrañó mi madre-. Pero entonces...
-No sé cómo la ha averiguado.
-Bueno. Tranquila. Puedes irte.
Me marché y mi madre llamó a Guillaume. Yo no pude resistirme e hice algo muy propio de Guillaume y muy inusual en mí: pegué la oreja al otro lado de la puerta para escuchar.
-Guillaume, tú observaste a Fontaine y a tu hermana cuando ellos pensaban que nadie los veía -dijo mi madre-. Y dime, ¿tan maliciosa era la mirada de Fontaine?
-No. Yo no le llamaría maliciosa a ese tipo de mirada -declaró mi hermano pequeño-. Yo diría... no lo sé explicar muy bien. Era como si Fontaine llevase tiempo buscando a una chica, y se hubiese dado cuenta de que Jacqueline era la apropiada. Igual que con la bebida. Parecía que llevaba tiempo sin tomar algo que le gustase tanto como el licor de papá.
-Ya, bueno. Así todo, será mejor tenerlos controlados. Jacqueline está loca por él, y tu padre dice que Fontaine la estará esperando a las cinco, en su facultad (la de Jacqueline). Entonces... bueno, Guillaume, tienes que hacer el favor de esconderte cerca de ellos y observar qué dicen y qué hacen.
Me enfadé y me entraron ganas de abrir la puerta y hacerles saber que los estaba escuchando. Pero me contuve. Si se enteraban de que yo conocía sus planes, seguro que idearían otros nuevos y más complejos. Pero si creían que yo no estaba enterada, continuarían con los planes que yo sí conocía.
Guillaume se maravilló de lo que le proponía nuestra madre.
-¡Es estupendo! -exclamó-. ¡Claro que lo haré, mamá!
-No es estupendo -lo corrigió nuestra madre-. Es el único método de averiguar si Fontaine es de fiar o no. Me alivia que me hayas dicho que él no miraba a Jacqueline con malicia, pero así todo, prefiero cerciorarme. Es un lío. Habría sido más fácil si Jacqueline se hubiese enamorado del hijo de la floristera y de tu profesor de Química.
La floristera y el profesor de Química de mi hermano son vecinos nuestros, por eso los conocía mi madre. Guillaume se echó a reír y tardó mucho tiempo en parar. Yo negué con la cabeza.
-El hijo del químico y de la floristera es muy educado, Guillaume -explicó mi madre, seriamente-. Es muy buena persona. Pero si Jacqueline no se siente atraída por él, no la vamos a forzar.
-Bueno, bueno, vale -dijo Guillaume-. Mañana a las cinco estaré escondido por los alrededores de la facultad esa de Letras. Y al volver a casa, te contaré todo lo que ha sucedido. Y, madre, me alegra saber que por una vez confías en mí.
-Si no te portases tan mal con tu hermana, confiaría en ti para más asuntos. Pero esta vez, tú eres el apropiado. Georges se negaría a hacer lo que te pido a ti, creería que eso iba a fastidiar a Jacqueline.
-Pero es por el bien de nuestra niña, no para fastidiarla -dijo mi hermano pequeño, anticipándose a nuestra madre.
Al día siguiente por la tarde asistí a las clases, y cuando terminaron, a las cinco, salí de la facultad y me encontré con Jean-Damien en la entrada. Él tenía los brazos detrás de la espalda. Al verme los puso hacia delante, mostrando el ramo de flores que llevaba en la mano izquierda. Cogí el ramo y le di las gracias, sin olvidarme de lo probable que era que Guillaume me estuviese observando.
-Tenemos que irnos -dije en voz baja, para que sólo me escuchase Jean-Damien-. Mi hermano pequeño va a espiarnos.
Jean-Damien sonrió.
-¡Pero por aquí no andará! -exclamó-. Ese niño parece tener edad de ir al instituto, no me digas que viene aquí.
-No a estudiar. Pero mi madre le ha mandado que venga a espiarnos.
-¡No! ¡Lo que faltaba! -sonrió y añadió-: Ahora entiendo por qué tanta gente habla mal de las suegras. Lo digo de broma, ¿eh?
No le hice mucho caso y dije:
-Vámonos de aquí.
-Sí. Pero a un lugar al que tu hermanito no pueda seguirnos. O no, espera un poco- bajó la voz y sugirió-: primero nos quedamos aquí, mientras digo maravillas de tu madre, para que oiga tu hermanito Guillaume-Thomas y se lo cuente a ella.
-No. Vámonos ahora.
-Bueno, de acuerdo, pues vamos a tu casa -sugirió Jean-Damien.
-No, por favor.
-Sí, Jacqueline, escucha: por el camino iremos hablando. Y tu hermano no podrá seguirnos, si viene andando detrás de nosotros, nos daremos cuenta. Quiero conocer a tu madre.
-¿Por qué?
-Para que vea que se puede fiar de mí. Pero si a ti no te parece buena idea...
-Sí, me parece bien.
-Pues vamos.
Anduvimos. Yo miré hacia atrás un montón de veces, pero no vi ni rastro de Guillaume. Estaba a punto de preguntarle a Jean-Damien cómo había averiguado la dirección de mi casa, sin embargo, el joven habló antes que yo y no tuve ocasión de preguntárselo en aquel momento.
-Ayer le conté a tu padre que estoy enamorado de ti -declaró-. Perdóname, quería decírtelo a ti antes, eso es lo que me respondió tu padre al oírme : "No es conmigo con quien tienes que hablar", me dijo. Pero yo supuse que tú ya te habrías dado cuenta, y además, como Guillaume-Thomas le habló a tu padre de nuestra conversación... tenía que explicárselo.
Nos miramos un momento.
-¿Mi compañía te resulta agradable? -me preguntó.
-Sí, claro -respondí-. ¿Cómo lo dudas?
-Ya sé que has venido varios días hasta mi facultad para verme, por eso suponía que sí, que estás a gusto conmigo, pero quería asegurarme. Y ahora que lo sé, veo que esto es lo mejor que me ha pasado en la vida. De todas las chicas que hay en el mundo, fui a dar contigo, con la mejor de todas. Y tú a mí también me quieres.
Se quedó un momento en silencio, posiblemente, para darme tiempo a responder que yo a él no lo quería, cosa que nunca se me ocurriría decir. Y como no lo contradije, añadió:
-No pasará un solo día de mi vida sin que le agradezca a Dios el haberte conocido.
Paramos de andar. Él clavó su mirada en mí, y yo la mía en él. Sus ojos verdes no me observaban en absoluto con la malicia que mi madre le había atribuido al joven. Yo no sé explicar cómo me miraba Jean-Damien, sólo se me ocurre decir que era de una forma sincera, noble y profunda. Observándome, me decía, sin palabras, que él no me quería hacer daño de ningún tipo, sino que me comprendía y me respetaba.
Él dejó su mano sobre la mía, como si yo necesitase ayuda para llevar el ramo de flores que él me había regalado, e inmediatamente después, escuchamos una voz que a mí me sonaba muchísimo. Decía:
-¡Vaya, Fontaine, estás hecho un donjuán!
Miré a la izquierda y vi a Guillaume, sonriendo.
-Pero, ¿qué haces? -le dijo Jean-Damien, enfadándose-. ¡Fuera, vete!
-Tengo órdenes expresas de mi madre de observaron a ti y a Jacqueline -declaró Guillaume.
Yo no sabía de dónde había salido Guillaume, daba la impresión de que había aparecido en esa calle de repente, sin haber venido detrás de nosotros. Por cierto, esa calle estaba muy cerca de nuestra casa.
-¿Pues sabes una cosa, Guillaume-Thomas? -dijo Jean-Damien-. En la vida de tu familia no me voy a meter, pero tu madre no tiene derecho a observarme a mí.
-Bueno. Iré a decírselo -declaró Guillaume-. De tu parte.
Y se echó a correr.
-¡No, espera! -gritó Jean-Damien.
Pero Guillaume no le hizo caso, y Jean-Damien emprendió una carrera para perseguirlo. Yo fui corriendo detrás de ellos. Vi que Jean-Damien acortaba las distancias con Guillaume. Mi hermano abrió el portalón del jardín de nuestra casa, y viendo a Jean-Damien casi a su lado, intentó hacerle la zancadilla para que se cayese y no le diese tiempo de entrar en el jardín. Pero Jean-Damien esquivó la pierna de mi hermano y lo agarró de la cintura.
-No le digas a tu madre que no tiene derecho a observarme -escuché que decía Jean-Damien-. No quiero que se enfade.
-Eh, déjame, a mí me caes bien -respondió Guillaume-. En serio, Jacqueline se pone toda colorada cuando está delante de ti, y a mí me hace gracia. Espero que un día le arda la cara, y no me refiero sólo a que se ponga roja como un tomate, sino que espero que, literalmente, le salga fuego por la piel. Para escucharla gritar de miedo después. Que se fastidie.
-Es deplorable que le desees eso a tu hermana -le dijo Jean-Damien-. Tienes suerte de que ese deseo nunca se vaya a cumplir.
Yo levanté la vista y vi a mi madre mirando por la ventana, nos estaba observando a nosotros. Y eso no era gran cosa, pues parecía que Jean-Damien y Guillaume se estaban peleando. Los miré a ellos, volví a fijarme en la ventana, y ya no vi allí a mi madre. Jean-Damien seguía agarrando a Guillaume. Mi hermano hizo mucha fuerza para soltarse (porque no podía con Jean-Damien) ,cayó al suelo, agarró a Jean-Damien de una pierna, para intentar, sin éxito, que también él se cayese. Y éste agarraba a mi hermano para soltarse de él. Mi madre así los vio cuando abrió la puerta de casa y salió al jardín. Jean-Damien y Guillaume se soltaron de repente, y Guillaume se levantó.
-Mamá, es él -dijo-. Es el novio de Jacqueline.
Jean-Damien se acercó a mi madre, se presentó y le besó la mano. Yo pensé que a lo mejor él entraba en casa, pero no lo hizo, mi madre no debió de invitarlo. Él volvió hacia atrás, le dio unas palmadas en la espalda a Guillaume y se estrecharon la mano. Y luego, observé que mi madre no le quitaba los ojos de encima (a Jean-Damien) mientras él me besaba en la frente.
-Es una lástima que la educación de ese chico sea sólo de apariencia -opinó mi madre, una vez dentro de casa.
-¿Por qué dices eso? -le pregunté.
-Se estaba peleando con Guillaume, bien lo has visto.
-No -intervino Guillaume-. No nos peleábamos.
-Te tenía agarrado, no lo niegues -le dijo mi madre a mi hermano.
-Era porque... él y Jacqueline descubrieron que yo los espiaba.
-Me da igual por lo que fuera. No acepto ese comportamiento.
-No me estaba haciendo nada -insistió Guillaume.
Mi madre nos miró y a mí me dijo:
-Tendrás que poner esas flores en agua, si es que no quieres tirarlas. Yo que tú, ya no las habría aceptado, pero ahora ya es tarde para eso.
La miré seriamente y me quedé en silencio. Y ella le dijo a Guillaume:
-Tú ven conmigo.
Yo esperé un poco, me descalcé para que no escuchasen mis pasos, y fui detrás de ellos. Guillaume había negado que él y Jean-Damien se hubiesen peleado, y yo se lo agradecía mucho, pero quería escuchar qué más cosas le diría a mi madre. Así que hice como el día anterior, pegué la oreja a la puerta.
-Yo... no sé, mamá, escuché algo que decían cuando Jacqueline salía de la facultad -relataba Guillaume-. Jacqueline le decía al novio: "Vámonos de aquí". Y él le sugirió venir a nuestra casa. Y yo no pude ir detrás de ellos. Lo siento, no cumplí mi palabra, pero es que si hubiese ido detrás de ellos por el camino, se darían cuenta. Así que di un rodeo, corriendo para llegar antes que ellos, por otro camino, y al llegar cerca de la panadería, los vi. Fontaine le iba diciendo a Jacqueline que no podría haber encontrado a una chica mejor que ella, o no sé qué. Bueno, no era con estas palabras, pero el significado era el mismo. Yo estaba escondido detrás de un árbol. Ellos no dijeron nada más, se quedaron parados y yo grité para que me mirasen.
-¡No! No deberías haber revelado tu presencia -dijo mi madre.
La puerta se abrió inesperadamente y me encontré cara a cara con Guillaume, que me sorprendió escuchando.
-¡Eh, Jacqueline nos está escuchando! -gritó.
Mi madre se acercó y me tiró del brazo para que yo entrase.
-¿Qué pasa? -me dijo-. ¿Que vas a rechazar toda la educación que has recibido de nosotros, para adoptar la sinvergüencería de Fontaine?
Yo me enfadé. Por lo que acababa de decir acerca de Jean-Damien, y porque ella a mí quería espiarme; pero que la espiasen a ella, no le gustaba.
-No. Jean-Damien Fontaine no es un sinvergüenza, pero, ¿sabes una cosa, mamá? Que tú te considerarás toda una señora, pero tus modales, para mí han quedado en entredicho. No ha sido de muy buena educación por tu parte mandarle a Guillaume que me espiase -contesté-. Así que si alguien tiene modales sólo de apariencia, los tendrás tú.
Y a mi madre en ese momento no le importó que yo a ella la hubiese alcanzado en estatura física, ni haberse pasado años diciéndole a Guillaume :"Si te portases como tu hermana y tus hermanos, y si estudiases como ellos..." para propinarme, ahora, una bofetada en cada mejilla delante del propio Guillaume. Y él se echó a reír, diciendo:
-Ya sé que el noventa y nueve por ciento de los golpes son para mí, ¡pero ahí está ese uno por ciento de los otros! ¡Y eso que tú eras la buena!
-Cállate si no quieres recibir lo mismo que tu hermana -le dijo mi madre, antes de irse.
Yo no lloré, sin embargo, me quedé un poco aturdida. Era la primera vez que mi madre me pegaba, aunque debo admitir que yo nunca le había contestado tan mal como en esa ocasión.
-Guillaume, yo te agradezco que le hayas dejado claro a mamá que Jean-Damien y tú no os peleabais -declaré.
-Bueno, aunque tú seas la persona más insoportable que conozco, Fontaine parece simpático, así que quiero hacer todo lo posible para que algún día se convierta en mi cuñado.
A medida que pasaban los días, las discusiones entre mi madre y yo se iban convirtiendo, a mi pesar, en algo muy habitual. Yo sufría, pues deseaba mantener la buenísima relación que había existido entre ella y yo hasta hacía poco, pero no lo conseguía. Yo quería que ella aceptase a Jean-Damien, sin embargo, ella no me escuchaba cuando yo le hablaba de las virtudes del joven.
La tarde de un domingo, Georges llamó a la puerta de mi dormitorio.
-Jean-Damien está en el salón -me dijo-. Está esperando por ti.
Yo fui a reunirme con Jean-Damien. Él estaba sentado en un sofá, jugando a la baraja y hablando animadamente con Guillaume, que se encontraba a su lado. Mi madre se hallaba en una silla, corrigiendo en silencio unos exámenes (ya sabes que es profesora de Francés). Ella levantó la vista cuando yo entré. Jean-Damien me saludó y se levantó.
-Yo tenía pensado ir de paseo... -comenzó a decir él.
-Muy bien, pues vete -respondió mi madre.
-... con Jacqueline -añadió Jean-Damien.
-La conducta de Jacqueline últimamente es desastrosa -declaró mi madre-.Así que se quedará en casa, castigada.
-¡No, por favor! -pedí-. Discúlpame por lo ocurrido, no volverá a pasar.
-No te comportaste con tanta educación cuando me llamaste a mí maleducada.
-Señora Lebon, ella está nerviosa -intervino Jean-Damien -. Yo la considero a usted una persona sumamente educada, y estoy seguro de que Jacqueline piensa lo mismo, pero a ella la están traicionando los nervios.
-Pues que aprenda a calmarse... -empezó a decir mi madre.
Pero se calló al escuchar que alguien llamaba a la puerta.
-Vete a abrir -me pidió a mí-, ya que estás ahí de pie.
Obedecí. El que llamaba a la puerta era mi hermano Auguste. Al contrario que yo, él parecía contento y relajado.
-Sigo conservando las llaves de casa, no vayas a pensar -dijo, sonriendo-. Pero esta vez no me he acordado de traerlas.
Entró conmigo en el salón, y antes que a Guillaume o a nuestra madre, vio a Jean-Damien, pues éste se hallaba de pie, cerca de la puerta. Vi la sorpresa reflejada en al rostro del mayor de mis hermanos.
-¡Auguste, hola! -exclamó Guillaume al verlo -. ¡Éste es el novio de Jacqueline!
Auguste miró a Guillaume con incertidumbre, seguramente pensando: <<¿Es cierto eso o se trata de una de tus bromas?>>. Luego Auguste miró a Jean-Damien. Eran prácticamente de la misma altura, los dos superaban el metro ochenta, aunque Jean-Damien era incluso un poco más alto que mi hermano. Ése no era el único parecido entre ellos; ambos eran rubios, sólo que el pelo de Auguste era más claro que el de Jean-Damien.
-Soy Jean-Damien Fontaine.
-Yo, Auguste Lebon.
Se estrecharon la mano.
-Me suenas un poco -dijo Jean-Damien-. Tú estudiaste Medicina, ¿no?
-Así es -respondió mi hermano.
-Yo espero aprobar este año las asignaturas que me quedan -declaró Jean-Damien-. Bueno, te vi varias veces por los pasillos, pero no sabía que fueses el hijo del profesor Lebon. Aunque ahora que te veo, me doy cuenta de que tú te pareces más a Jacqueline que los demás hermanos, sobre todo en el pelo. Los otros, aunque claro, lo tienen castaño.
-¡Eh, Fontaine, sigue enseñándome trucos con la baraja, venga! -pidió Guillaume; y Auguste fue a hablar con nuestra madre.
-Creo que he venido en mal momento -dijo Jean-Damien -. No quisiera meterme en el medio de una reunión familiar.
-No te vayas -dijimos Guillaume y yo a la vez.
-Una cosa, Fontaine, ¿tú cómo has averiguado la dirección de esta casa? -preguntó mi madre.
Por una vez en la vida, noté a Jean-Damien incómodo. Sonrió con nerviosismo y respondió:
-El rector sabe las direcciones de los profesores, incluida la de... bueno, la de su marido, señora Lebon.
-Entonces, ¿has ido a preguntarle al rector? -insistió mi madre.
Las mejillas sonrosadas de Jean-Damien adquirieron un tono rojo claro.
-Algo parecido -respondió, y se apresuró en cambiar de tema, diciendo-: Dentro de una semana, mi prima pequeña va a celebrar su cumpleaños, y me ha dicho que yo podía invitar a una persona, así que yo había pensado en Jacqueline.
-No, por supuesto que no irá -intervino mi madre-. Si has venido a eso, ya puedes marcharte.
Jean-Damien parecía decepcionado, pero no protestó, sino que dijo:
-Sí, me iré.
Guillaume se levantó y agarró a Jean-Damien de una manga de la chaqueta, y yo lo agarré de la otra. Él se soltó y colocó las manos sobre los hombros de Guillaume.
-Ya te enseñaré más trucos de cartas otro día -le dijo, amablemente-. Mientras tanto, practica con el que te acabo de enseñar.
Le revolvió el pelo de la cabeza, cariñosamente, y Guillaume se sentó, un poco más contento, en el sofá. Yo me quedé de pie al lado de Jean-Damien.
-No te preocupes por el cumpleaños, si no vas tú, tampoco iré yo -me dijo en voz baja.
Sonrió de repente y añadió en un tono en el que sólo yo lo podía oír:
-Un compañero mío se ocupó de entretener al rector mientras yo buscaba la dirección de esta casa. La copié en un papel y dejé todo como estaba. El rector no se ha enterado.
-Podías habérmela pedido a mí -declaré.
-Ya , pero a tu madre no le habría hecho gracia, y lo estarías pasando peor que ahora- supuso, y añadió en voz alta, esta vez para que todos lo escuchásemos-: Hasta luego.
Durante los días siguientes le pedí a mi madre que me dejase ir al cumpleaños de la prima de Jean-Damien. El muchacho me había dicho que no me preocupase, pero yo tenía miedo de que no le pareciese bien del todo que yo no asistiese. Y mi madre se negó a dejarme ir.
Yo lo pasaba mal; los quería a los dos, a mi madre y a Jean-Damien. Y me sentía presionada, como si debiese elegir sólo a uno y olvidarme del otro. Yo no quería aceptar eso, por supuesto que no deseaba renunciar a ninguno de ellos.
Esa situación me hacía perder el apetito. Guillaume lo notaba, y a las horas de las comidas, sacaba unas conversaciones repulsivas que a mí me dejaban el estómago más revuelto de lo que ya lo tenía. A los demás tampoco les gustaban nada dichas conversaciones de Guillaume. Uno de esos días, mi hermano pequeño dijo algo tan desagradable (te haré el favor de no reproducir sus palabras) que todos excepto yo le gritaron que se callase. Yo me estaba tapando la boca con las manos. Guillaume no les hizo caso, y mi padre le dio dos bofetadas como las que mi madre me había propinado a mí el otro día.
Mi madre no necesitó volver a pegarme. Sin embargo, volvimos a discutir. Yo siempre he estudiado unas cuantas horas, pronto, para más tarde descansar. Y mi madre nunca me reprochaba nada por hacerlo así. Pero Jean-Damien vino algún día a la hora en que yo ya no estudiaba, y mi madre, prácticamente lo echó de casa, pues le dijo que yo tenía que estudiar. Y ella sabía de sobra que aunque Jean-Damien no hubiese venido, yo a esa hora iba a descansar, pues ya había trabajado antes.
-Sólo estaré diez minutos, entonces -dijo uno de esos días Jean-Damien, al oír las objeciones de mi madre.
Ella terminó aceptando y nos dejó solos en el salón.
-¿Qué te pasa? -me preguntó Jean-Damien.
Yo le conté que los quería a los dos, a él y a mi madre, y que estaba haciendo todo lo posible por llevarme bien con ambos, pero que me resultaba muy difícil.
-Yo tendría que permitirle a tu madre que me espiase -sugirió Jean-Damien-, para que se diese cuenta de que soy de fiar.
-No, ella no tiene derecho -le dije.
Mi madre entró en el salón pasados los diez minutos exactos. Jean-Damien sonrió y se despidió educadamente. Yo admiro que, a pesar de que él sabía muy bien lo que pasaba, no le dirigía miradas severas a mi madre. La trataba igual de bien que si mi madre lo considerase un chico excelente.
A mí me resultaba muy difícil hacer lo mismo que Jean-Damien. Ese día, nada más marcharse él, sé que mi madre iba a decir algo, pero yo se lo impedí, comentando con burla:
-Muy bien, nos dejas diez minutos sin ningún espía, por lo menos, que yo sepa. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Me vas a permitir el lujo de dar un paseo de cinco minutos con él? ¿O eso ya no, y le vas a pedir a Guillaume que venga detrás, como si fuera tu esclavo? Porque así es cómo tratas a tus hijos, como si fuéramos tus esclavos.
-Estaba a punto de decirte que tras haberlo observado unas semanas, por el trato que nos está dando a los miembros de esta familia; y por los testimonios de Guillaume, el comportamiento de Fontaine me parece bastante bueno, y te iba a permitir ir con él al cumpleaños ese -respondió ella -. Pero ya que tú vienes con esa prepotencia y esas burlas, no vas y se acabó. Y si él viene a esta casa, por pasarte de lista, no le abriremos. Estaremos al menos una semana sin abrirle. Luego, si no se cansa, y si tú te portas mejor, le dejaremos pasar. A ver si aprendes a hablarme como es debido, porque otro comentario como éste por tu parte (que ya no es el primero), supondrá que no vuelvas a ver a Fontaine nunca más, de esto puedes estar segura.
Me eché a llorar. Cuando aparentemente estaba todo hecho, una vez que mi madre comenzaba a fiarse de Jean-Damien, yo no me había podido contener y le había hablado sin educación. Yo misma lo había fastidiado todo, Jean-Damien se enfadaría conmigo si se enterase; el cuidado que había tenido él de comportarse siempre con amabilidad, yo lo había convertido en un trabajo inútil, al hacer lo contrario.
Y temía no volver a ver a Jean-Damien, porque sabía que mi madre no amenazaba con cosas como ésa cuando estaba enfadada para luego echarse atrás ; lo que decía lo cumplía, Guillaume estaba bien enterado.
Yo abandoné el salón, tapándome la cara ,llena de lágrimas, con las manos. Camino de la habitación, por las escaleras, vi a Georges y a mi padre. A ellos, mi madre les contó lo que yo le había dicho a ella, y el castigo que me había puesto, pero no comentó que ahora ella calificaba el comportamiento de Jean-Damien de "bastante bueno". Georges quiso hablar conmigo, y que yo le explicase lo que había pasado, pero le pedí que me dejase sola.
Más tarde, a la hora de la cena, vi que Georges observaba con preocupación cómo yo jugueteaba con las patatas minutos y minutos antes de comérmelas.
-Jacqueline, escúchame, yo voy a hacer algo para que todo se solucione, pero para eso, Jean-Damien tendría que venir a casa...-susurró.
-... y no va a venir - atajé.
-Vendrá dentro de una semana. Comprendo que estés nerviosa, a mí me pasaría lo mismo en tu caso, pero tienes que controlarte para que dentro de una semana, mamá le deje pasar a Jean-Damien. Y él vendrá las veces que haga falta hasta que le abramos. Si te quiere de verdad, no le importará esperar una semana de nada. Y ahora, tú come tranquila.
Después de cenar, desde otra habitación, escuché la voz de Georges.
-... nosotros no nos damos cuenta porque la vemos todos los días, pero Jacqueline, que ya está delgada, últimamente debe de estar adelgazando...
Alguien, creo que mi padre, le respondió en voz baja, así que no escuché la contestación, sólo a Georges, añadiendo:
-...claro, y además está muy nerviosa.
Jean-Damien volvió al día siguiente por la tarde. Al oír llamar a la puerta, mi padre fue a ver quién era. Estuvo hablando un poco y luego cerró la puerta sin que entrase en casa el que había llamado. Yo corrí a asomarme al balcón de mi dormitorio y vi a Jean-Damien alejándose.
-¡Espera! -grité-. ¡Espera, Jean-Damien! ¡Fontaine!
Él se dio la vuelta, y yo escuché la puerta de mi habitación cerrándose después de que mi madre entrase.
-No te he levantado el castigo -me dijo ella.
-Sólo déjame que le explique lo que pasa -le pedí-. Por favor, sólo eso.
-Ya se lo ha explicado tu padre. Venga, apártate de ahí.
Vi a Jean-Damien enviándome un beso con la mano. Yo, simplemente me despedí de él agitando la mano, pues mi madre me estaba observando. Luego ella (mi madre) me apartó del balcón y cerró la ventana.
Pasó el cumpleaños de la prima de Jean-Damien, y yo ni fui ni volví a ver al joven hasta la semana siguiente. Yo venía de fuera, de dar una vuelta con Georges, y vi a Jean-Damien, con una copa en la mano, en el salón de mi casa. También estaban mis padres y Guillaume. Mi madre se levantó y entró conmigo en otro cuarto.
-Ahora ya está, ya puedes estar con él -me dijo-. Ya ves que he cumplido mi palabra y le he dejado pasar. Y... es un buen chico, Jacqueline, tenías razón. Lo dice su mirada, expresa sinceridad, y muestra que sus buenos modales no son sólo de apariencia.
Me abrazó, y por fin volví a sentir una alegría que no notaba desde hacía semanas. Y eso no fue lo único que me dijo sobre Jean-Damien, a partir de entonces ella y yo hemos hablado bastante sobre él.
Georges estaba de pie , delante de la puerta del salón cuando yo volví.
-Id al jardín vosotros dos, si queréis -nos dijo a Jean-Damien y a mí-. Hace un tiempo excelente.
Le hicimos caso, sin embargo, yo noté un deje de nerviosismo en la voz de Georges que me resultó extraño.
Estuve con Jean-Damien en el jardín casi una hora. Yo seguía poniéndome nerviosa (o emocionada) al verlo a él, pero así todo, esa vez fue la que más relajada estuve hasta entonces, desde que lo conocía. Él me ayudaba a no sentirme tan incómoda; Jean-Damien es, como tú y como Georges, una persona que te trata con naturalidad. Por eso a Guillaume también le cae bien, porque sabe que a Jean-Damien le faltan unas pocas de asignaturas para terminar la carrera de Medicina, y que sin embargo, se digna a enseñarle a él, a un jovencito travieso, nuevos trucos de cartas, en vez de insinuarle: "Déjame en paz hasta que llegue tu hermana, yo soy demasiado importante para jugar contigo".
En definitiva, las cosas se estaban arreglando, aunque momentáneamente, algo enturbió mi nueva felicidad. Miré un momento a la ventana y no había nadie, pero poco después, vi a mi madre asomada. No nos miraba a nosotros, observaba, con cara de extrañeza, algo que supuestamente estaría detrás de un nutrido grupo de plantas. Debió de contárselo a mi padre (la vi mover los labios, pero no oí lo que decía) y él también se asomó a la ventana.
-Creo que hay algo ahí detrás -le dije yo a Jean-Damien, señalando las plantas.
-Sí, antes vi algo moviéndose ahí. Pero no tengas miedo, iré yo a ver qué es-respondió él-. Si se trata de una serpiente, tú corre a buscar...
Vio mi cara de susto y rectificó:
-No, aquí no habrá serpientes. A lo mejor es... no sé, un gatito.
Y fue a comprobarlo. Al acercarse a la parte de atrás de las plantas, él gritó:
-¡No, esto no! ¡Estoy harto!
Se dio la vuelta ,y con un gesto, me invitó a acercarme. Yo le hice caso y vi a mi hermano Georges poniéndose de pie.
-¡Más espías no! -gritó Jean-Damien.
-Tenéis que entenderlo -empezó a decir Georges.
Y yo, más que enfado, sentí una profunda pena. De Georges, desde que tengo memoria, yo siempre he recibido una protección equiparable a la de un padre, y una complicidad igual que la de un buen amigo. Sin embargo, allí estaba él ahora, fastidiándome. Las lágrimas brotaron de mis ojos, y ni siquiera Jean-Damien, abrazándome y acariciándome en la cara, fue capaz de consolarme.
-Perdonadme -dijo Georges-. Comprendo perfectamente que os lo toméis así, pero esto lo estoy haciendo por vuestro bien. Tenéis que escucharme.
Yo me tapé la cara con las manos y di unos pasos para entrar en casa.
-Jacqueline, escúchame -me pidió mi hermano-. Ven aquí.
-No -respondí con decisión.
Y entré en casa. A punto estuve de chocar con mis padres y con Guillaume cuando me dirigí corriendo a mi cuarto. Me quedé allí unos minutos, hasta que también mi hermano Georges entró en mi dormitorio, sin llamar a la puerta.
-Nunca habías entrado sin permiso -le reproché.
-Como estás realizando una actividad tan comprometida... -se burló, pero enseguida añadió-: Ven, tengo que explicaros lo que ha pasado. A ti y a Jean-Damien.
Georges me cogió de la mano, me abrazó y me besó en la mejilla.
-Yo quería que mamá se diese cuenta de que Jean-Damien es una gran persona ...-me empezó a explicar, mientras bajábamos las escaleras.
-Ya se ha dado cuenta, me lo ha dicho a mí -lo interrumpí.
-¿En serio?
-Sí.
-Pero entonces... mira, yo salí al jardín por la puerta de atrás de casa, para escucharos y contarle a mamá lo que decíais, porque ella se fía más de mí que de Guillaume. Lo hice para que ella confiase en Jean-Damien... pero ya veo que no hacía falta.
Yo no dije nada, y mi hermano añadió:
-A mí Jean-Damien siempre me ha parecido de fiar. Es educado y tiene una mirada...
-¿Qué mirada tengo? -preguntó el propio Jean-Damien, que estaba en el vestíbulo, con Guillaume y con mis padres, y por lo visto había escuchado la última frase de Georges.
-Anda, que eso no lo sé ni yo -añadió Jean-Damien, divertido-. Tengo una mirada...
-... que expresa sinceridad -respondimos Georges, mi madre y yo a la vez, mientras que mi padre opinaba:
>>... que muestra que lo que dices es cierto.
Y Guillaume:
>>... de alguien que no dice mentiras.
-Hombre, si hay tanta unanimidad, será cierto -comentó Jean-Damien.
Estuvimos hablando un poco, y luego Jean-Damien se marchó. Entonces, Georges entró conmigo en una habitación y me dijo:
-Perdóname de todas formas. Mi intención era buena cuando decidí escuchar vuestras conversaciones en el jardín. Aunque a pesar de eso, me costó mucho trabajo meterme en tu vida, yo lo hice para que todo saliese bien... y ni siquiera habría sido necesario que yo actuase así, las cosas ya se habían solucionado antes. Estarás molesta, si no te espía Guillaume, te espío yo. Pero no volverá a pasar. Y quiero que además de mi hermanita, sigas siendo mi mejor amiga.
-Sí, claro, hace años que creo que Joachim y tú sois mis mejores amigos. Joachim porque me salvó la vida; y tú, porque me apoyas pase lo que pase. Y esto de hoy, que además, has hecho con buena intención, no lo va a cambiar.
La sonrisa que exhibió Georges resume el comienzo de unos tiempos felices que espero que tú, Joachim, también estés disfrutando. Escríbeme pronto para ponerme al corriente.
Un abrazo,
Jacqueline Lebon.

2 comentarios:

sirena dijo...

Me ha gustado.Es la tipica historia que le pasa a muchas niñas con sus madres nunca ven bien a su novio ,porque aun la ven como una niña.

sirena dijo...

espero que continues con tus cuentos.me entretienen bastante.