martes, 2 de septiembre de 2008

cuento nº3 EL CUMPLEAÑOS (la malinterpretada frase de la irlandesa)

París, 15 de marzo de 1904
Querida madre:
Los demás me han pedido a mí que te escribiese la carta. Georges y papá ahora andan ocupados, pero los otros... no lo entiendo, ni que fuera un suplicio escribirte. Auguste dice que no tiene tiempo, pero ayer fue de paseo por ahí con una chica. Así todo, no importa, si te escribo yo, te cuento lo que a mí me interesa.
Yo estoy deseando que vuelvas pronto de la excursión. Por lo menos, espero que lo pases bien en Londres, y que tus alumnos se porten como es debido.
Aquí vinieron dos chicas de Limerick (Irlanda), al instituto, para aprender francés. Estuvieron en todas las clases. El primer día, la profe de Arte les dijo que se sentasen en donde quisiesen. Una chica, la de pelo castaño, se sentó a mi lado. Le pasó como a mí el primer día de curso, se intimidó un poco al ver que eran todos chicos, exceptuándome a mí. Por eso acercó a mi pupitre uno libre y se sentó. En cambio, la otra irlandesa, la pelirroja, sonrió al ver que eran todos chicos menos yo, y se sentó con Claude Olivier.
Con él pasó los recreos. Y la de pelo castaño, que se llama Wendy Phelps, los pasó conmigo, con Joachim y con Georges. Y en un momento en el que estábamos nosotras solas, justo al salir del servicio, me dijo:
-Tu amigo Joachim es muy guapo, pero tu hermano Georges no está nada mal. Y es muy amable.
-Ninguno tiene novia -le dije, un poco de broma.
-Sólo... no es que esté interesada -me contestó, sonrojándose, y añadió para cambiar de tema-: ¿Tienes más hermanos?
-Otro mayor, que va a la Universidad; y uno pequeño. A ése no hay quien lo aguante. Si escuchas decir que Guillaume-Thomas ha hecho una travesura, seguro que están hablando de él.
-Ah, bueno. Y Georges también es mayor que tú, ¿verdad, Jacqueline?
-Sí.
Ésta parece una conversación irrelevante, pero no lo es. A mí se me grabó en la mente eso de: "Tu amigo Joachim es muy guapo". Era verdad, a pesar de que yo no me hubiese fijado nunca mucho en el físico del muchacho. Pero al volver a verlo a él, lo observé con atención. Era altísimo y fuerte, y no estaba ni gordo ni muy delgado. Tenía el pelo castaño, ligeramente ondulado, y unos ojos verdes muy bonitos. Hasta entonces, él había sido para mí el amigo que me había salvado la vida cuando me caí al río, y el que jugaba conmigo a los piratas y a los médicos (sí, aún sigo jugando a eso en el recreo, no solamente en casa con Guillaume y con Georges). Pero entonces, vi aparecer una nueva opción ante mí: Joachim y yo podríamos convertirnos en novios.Al principio, eso lo pensé yo y no se lo dije a nadie.
Una tarde nos quedamos viendo jugar a Guillaume después de clase. Él quería participar en la competición de tenis del instituto. Aprovechando que uno de los jugadores habituales se ha dado de baja, Guillaume quería ocupar su puesto. Pero había más chicos en su caso, y les hicieron unas pruebas de selección.
Wendy y la otra irlandesa, la pelirroja Helen Watson, también se quedaron viendo las pruebas, al igual que Joachim. Yo tenía a Georges a un lado y a Wendy al otro. Y pegados a Wendy se hallaban Helen y Joachim, hablando animadamente (Joachim sabe poco inglés, pero Helen, mucho francés). A mí me entraron muchos celos, y no me quedé tranquila hasta que Joachim dijo que tenía que ayudarle a su padre en la taberna, y se marchó.
Guillaume perdió el partido, de hecho, no consiguió ganar ni un punto, así que quedó eliminado. Al final, él se acercó a nosotros y Wendy le dijo:
-Seguro que en el fondo juegas muy bien, pero hoy no has tenido suerte, eso les pasa a los grandes jugadores.
Y Guillaume se puso todo colorado. Es más, en casa, durante la cena, él estuvo todo el tiempo recordándonos lo amable y elegante que era Wendy.
Pero la sensiblería se le pasó toda al día siguiente. Por la tarde, yo fui con Georges al médico (a él le dolía mucho la barriga, y ni papá ni Auguste estaban en casa). Lo de Georges era poca cosa, se le pasó pronto. Pero al llegar a casa nos encontramos con Guillaume y un grupo de amigos suyos en mi habitación, revolviéndome todo. Entre Georges y yo los echamos de casa a los amigos y le pedimos a Guillaume que dejase todo como estaba. Ya te imaginarás lo que me fastidió; cinco niños de doce años revolviendo mis cosas, y mi ropa. Es siempre lo mismo, si le digo a Guillaume que se esté quieto, que tengo cosas de chicas, es cuando más va.
Poco después llegó Auguste. Guillaume seguía ordenando mi habitación, y lo peor fue cuando él entró en el salón con mi diario y dijo delante de Georges y de Auguste:
-¡Mirad qué escribe Jacqueline! "Joachim es altísimo y fuerte, y siempre es amable conmigo. Me gusta mucho, y querría que fuese mi novio. Pero no me atrevo a decírselo, y creo que él se conforma con ser sólo mi amigo".
-No... no es cierto, me lo he inventado todo -dije.
A Georges tenía pensado contárselo, pero que se enterase de esa manera, era una vergüenza.
-Si no es cierto, ¿para qué le mentirías a tu diario? -preguntó Guillaume.
-Vete -le pidió Georges.
Guillaume obedeció, y me devolvió el diario.
-Jacqueline, es normal que te guste -me dijo Georges, que se encontraba mucho mejor-. Te salvó la vida, y... siempre andas con él. Y por eso, porque es un buen amigo tuyo, deberías... hablar con él sobre vuestra relación.
-No puedo -respondí-. No creas que no lo he intentado, pero no me salen las palabras. Y a veces, cuando casi me decido a hacerlo, él me empieza a hablar de jugar a los piratas... y... entonces no me atrevo a decirle nada.
-Tienes que escribirle una nota y dejársela en el pupitre -me sugirió Auguste-. Un papel que huela a colonia de chica.
-¿Crees que funcionará?
-¿Funcionar? Bueno, hermanita, al menos leerá el papel, y... sabrá lo que piensas.
Yo le hice caso a Auguste y escribí la nota (no te preocupes, antes de eso acabé todos los deberes). Al día siguiente entré muy pronto en clase, antes que nadie, y metí el papelito en el pupitre de Joachim. Justo después que yo entraron Wendy y Helen. La primera se acercó a mí, nerviosa, y me preguntó:
-¿Sabes la dirección de Georges? Es para escribirle cartas. Mañana volvemos a Irlanda, y...
-Claro que la sé. Tranquilízate , piensa un poco. Georges es mi hermano, vivimos en la misma casa, ¿cómo no voy a saber su dirección?
-Ya, bueno. Lo que quería preguntarte es si me la das. Si me das la dirección.
-Claro.
Se la anoté en un papel y ella me dijo:
-Sólo... es porque me parece que él será un buen amigo... y... escribirle cartas es un buen método para aprender francés escrito, y él aprenderá inglés. Y... a ti también te escribiré.
-Wendy, a mí no me importa que te hayas enamorado de Georges, ¿vale?
-¡No, que no me he enamorado de él! -aseguró Wendy-. Bueno, no por ahora. Así que no le digas nada.
-Lo de "no por ahora" ha estado muy bien -comenté.
No sé en qué acabará esto, pero no te preocupes, mamá, que Wendy es buena chica, estoy segura.
Ese día Joachim no fue a clase, así que yo no arreglé nada. Antes de salir me despedí de Wendy, porque al día siguiente, ella y Helen irían directamente a la estación y yo no las vería. Georges y Guillaume también se despidieron de ella. Yo vi a Wendy sonrojándose cuando Georges le dio dos besos. Y, ¿sabes qué hizo Guillaume? Le regaló un dibujo y una caja de bombones. Anda medio enamorado de ella, pero ya se le pasará.
El lunes sí que vi a Joachim.
-Estos días a mi padre le dolía la barriga -me dijo.
-¿Ah, sí? Pues hace poco, a Georges también.
-Debe de ser una epidemia, o como se llame. Bueno, el caso es que mi padre se encontraba mal, y mi madre estaba ocupada. Así que él me mandó quedarme a mí trabajando en la taberna. No puede cerrar un día, no. Necesita que le vayan los cuatro borrachos de siempre. Por eso yo no vine a clase.
Asentí con la cabeza y miré para él, nerviosa, a ver si descubría la nota que yo le había dejado en el pupitre. Sin embargo eso no lo hizo hasta después. Durante el recreo estuve con él y con Georges, pero al final fui al baño, y al entrar en clase, Joachim ya estaba allí.
-Mira lo que me han dejado aquí Claude Olivier y esos imbéciles -comentó, mostrándome la nota que yo le había escrito-: Joachim Clerc, me gustas. Ya sé que somos amigos, pero yo desearía probar a que fuésemos algo más que eso. Besos, J.L.
>>No te lo pierdas, Olivier piensa que yo me trago estas tonterías, que creo que esto lo escribió una chica, como una de esas irlandesas. Le voy a escribir yo una a él...
-Joachim, déjalo, no lo escribió él -le dije.
-¿No? Pues es una cursilada, ¡si hasta huele a colonia de chica! Por cierto, ¿como sabes que no fue Olivier?
-Lo escribí yo, ¿no te das cuenta? Es mi letra, y he firmado con mis iniciales: J.L. , Jacqueline Lebon.
Él puso cara de extrañeza y luego sonrió:
-Es... divertido -dijo-. Está bien, como broma. Estás aprendiendo a bromear como tu hermano pequeño, ¿eh?
Negué con la cabeza.
-No es una broma -declaré-. Todo lo que he escrito ahí es cierto.
Él volvió a leer la nota.
-¿Te gusto? -preguntó-. ¿Y quieres que seamos más que amigos? Pero, ¿qué te pasa? Tú para mí eres como una hermana, ¿no me entiendes? Yo no puedo... no soy capaz de aceptarte como novia. Eres... como una hermana. Tú llegaste este curso a este instituto, me has tratado muy bien, y... eso.
-No soy tu hermana.
-¡Ya lo sé! Pero yo te quiero como tal.
Llegó el profesor y nos callamos. Yo estaba muy decepcionada, y harta de que Joachim me viniese siempre con lo mismo. Él debió de notarlo, porque cuando terminó esa clase, me dijo:
-El sábado por la tarde, si quieres, te invito a tomar algo en la taberna de mi padre.
-Sí, con los cuatro borrachos de siempre, ¿no? ¡Seguro que es de esos sitios en los que hay sólo hombres, y si va una chica, se meten con ella! ¡No quiero ir! -le contesté.
-Oye, si vas conmigo no te dirán nada. A mí me conocen, y tengo autoridad para echarlos fuera. Es más, a los muy borrachos y a los malhablados los echamos mi padre y yo.
-Así todo, no sé si quiero ir.
-Ya, claro. A la hija del señor profesor de la facultad de Medicina no le sirve cualquier cosa. ¡¡¡Pues yo sólo te invitaba!!! ¡Por tu bien! ¡No te obligo, si no quieres, no vayas!
-Joachim, no te enfades. Agradezco tu invitación, de verdad, y ya pensaré lo que hago.
Yo estaba alterada y no me di cuenta, pero el sábado siguiente ya era doce de marzo, el día de mi cumpleaños. Y yo pensaba pasar la tarde con Auguste, Georges y Guillaume, no yendo a una taberna. Entonces decidí invitar a Joachim a casa, a que pasase la tarde conmigo y con mis hermanos. Cuando volví a verlo en clase, Joachim se mostró mordaz. Él llegó muy temprano al aula, y nada más sentarme yo a su lado, me preguntó.
-¿Has decidido lo del sábado?
-Verás, aún no he hablado con mi padre, pero he pensado en invitarte yo a ti, a mi casa.
Él se quedó serio y yo le di un papel con la dirección.
-El sábado es mi cumpleaños, van a estar mis hermanos, y la criada va a hacer una tarta... -expliqué.
-¿Qué pasa, no puede hacer la tarta tu madre? ¿O es que tiene miedo de que se le estropeen las manos?
-¡Mi madre está de excursión con sus alumnos!
-Cállate, ¿quieres? No tengo ganas de aguantarte.
Joachim nunca me había tratado así. En la excursión del mes pasado se portó muy bien conmigo, cuando estuvimos perdidos en las montañas, y así siempre. Sin embargo, su comportamiento cambió. En vez de pasar el recreo conmigo y con Georges, se fue por ahí, a no sé dónde. Cuando volví a clase, él ya estaba allí, solo y empapado. Lo saludé y él ni siquiera miró para mí, sino que abrió la ventana y se asomó, dejando pasar la lluvia.
En el aula fueron entrando más compañeros y yo me senté. Pero Joachim seguía manteniendo la ventana abierta, y me entraban el agua y el viento.
-Tengo frío -le dije.
Él cerró la ventana con un fuerte golpe, provocando que todos mirasen hacia atrás (ya sabes que Joachim y yo nos sentamos en la última fila). Él se sentó en mi mesa (yo estaba en mi silla) y me dijo, en voz baja pero amenazante:
-Pues yo también tengo frío, ¿te enteras? Aunque mi padre se gane la vida despachando a borrachos, mi cuerpo tiene sensaciones, igual que el tuyo.
-Yo solamente... -empecé a decir.
-Déjame en paz, anda -me interrumpió.
-¿Qué te pasa? ¿Por qué estás así?
-No, ¿qué te pasa a ti, Jacqueline? ¿Piensas que tú eres la jefa, y los demás, a recibir órdenes? Mira, yo diciendo que te quiero como si fueras mi hermana, y no; tenemos que ser novios porque a ti te apetece. Y encima que te invito a la taberna de mi familia, tú rechazas el lugar y me impones otro que...
-Yo no te impongo nada -respondí-. Costándome mucho trabajo te expliqué lo que siento, a pesar de que me daba mucha vergüenza contártelo. Y...luego te invité a mi cumpleaños. Eso no es imponer nada.
Él se quedó unos minutos en silencio, y se fue calmando.
-Bueno, yo quiero llevarme bien contigo, ¿de acuerdo? Eres... maravillosa -dijo.
Se inclinó, aún sentado en mi mesa, y me besó en la frente. Nuestros compañeros estaban armando jaleo, y aunque en ese momento yo no lo vi, entró un profesor desconocido en el aula.
-¡¿Qué está pasando aquí?! -gritó.
-¡Se están besando! -dijo Claude Olivier, señalándonos.
Joachim se bajó rápidamente de la mesa y de puso de pie.
-¿Pero qué...? -dijo el profesor-. ¡¡En el recinto escolar, eso no se permite!! ¡Venid aquí los dos! ¡Rápido!
Joachim y yo nos acercamos a la mesa del profesor, y mi amigo explicó.
-Sólo ha sido un beso en la frente.
Claude Olivier soltó una carcajada.
-¡Sí, venga! Ha sido un poco más abajo. En los labios -mintió-. Y durante un buen rato.
-¡¡Eso es mentira!! -exclamé.
-Vuestros nombres -pidió el profesor-. Voy a escribirles una carta a vuestros padres.
-Escuche, ese chico está mintiendo... -empezó a decir Joachim.
-Por lo menos admite lo que has hecho -contestó el profesor-. Dime tu nombre. No tengo todo el día.
Joachim se quedó callado.
-Son Joachim Clerc y Jacqueline Lebon -dijo Claude.
-¿Lebon? La hermana de Guillaume-Thomas, seguramente -acertó el profesor.
-Sí, pero... -empecé a decir.
-No me extraña. Así que tú también, ¿eh? Igual que tu hermano, ¡con alumnos así, no se puede!
-Ella se parece más a Georges -intervino Joachim-. En el carácter. No al pequeño Guillaume.
-¿Quién es Georges?
-Otro hermano suyo. ¿No le ha dado clases usted?
-¡No! He empezado a dar clases en este instituto este año...
-¿En serio? Pues que raro, ¿no? -dijo Joachim-. Con lo viejo que es usted, ya podría...
Joachim no terminó la frase porque el profesor le dio un tremendo golpe en la espalda.
-¡Fuera! -me dijo a mí, mientras le seguía pegando a Joachim.
-Usted no puede decir eso -protestó Joachim-. Ahora tenemos clase con el señor Blanc...
-¡El señor Blanc no ha venido! ¡Yo voy a sustituirlo, y no quiero alumnos como vosotros en mi clase! ¡Fuera los dos! ¡Sinvergüenzas!
Cogimos nuestras cosas y nos fuimos. Pero antes, al pasar al lado de Claude, que se sentaba en primera fila, Joachim le dijo:
-Ésta me la pagas.
Y al salir, cerró dando un portazo.
-¿Qué hacemos? -me preguntó.
Negué con la cabeza.
-No lo sé, me da igual -dije.
-Tranquila. Ha sido culpa mía.
-No. De Claude.
-Bueno. Ahora ya no llueve. Yo voy a mi casa, puedes venir conmigo.
-Bueno, vale.
Su casa estaba bastante cerca del instituto. No tardamos más de un cuarto de hora en llegar.
-No debiste haberle llamado viejo al profesor -le reproché.
-Nos castigó sin motivo.
-Ya, pero no vas a solucionar nada con esa actitud.
Él se encogió de hombros y sonrió. A mí me empezaron a sonar las tripas, y él me dijo:
-¿Tienes hambre? Espera.
Abrió su mochila, sacó una manzana y me la ofreció. Me seguía llamando la atención que a veces fuese tan mordaz, y otras, tan amable. Yo aún iba comiendo la manzana cuando llegamos a la casa de Joachim. Era pequeña, pero por fuera estaba bien pintada, de blanco. El chico sacó la llave del bolsillo y abrió. Me dejó pasar, pero yo le dije:
-Espero aquí fuera. Si están tus padres... me da vergüenza.
-Tranquila, ya les he hablado de ti. Ven a sentarte al sofá.
Le hice caso, pero guardé la manzana para no entrar comiendo. Pasé al salón, que era bastante pequeño, y Joachim colgó mi abrigo en un perchero. Luego él se metió en la cocina y empezó a hablar rapidísimo en alemán, con una mujer. Salieron los dos de allí y entraron en el salón.
-Es mi madre -me explicó Joachim.
A mí la señora me dio dos besos. Era alta, aunque menos que su hijo, y tenía el pelo rubio. Parecía bastante joven. Se quedó conmigo mientras Joachim fue a su habitación a cambiar su ropa mojada.
-¿No tenéis clase? -me preguntó.
Tenía acento alemán, al contrario que Joachim. Al chico debió de enseñarle francés su padre, desde que era muy pequeño.
-Hubo un malentendido... y... a Joachim y a mí nos castigaron sin culpa -expliqué-. Nos echaron de clase.
-¿No será que Joachim te ha metido en un lío?
-No. Un compañero nos acusó de algo que no hicimos.
La madre de Joachim entró en la cocina a atender la comida que preparaba, y Joachim volvió pronto. Me fui con él. Por el camino, de vuelta al instituto, él me dijo:
-¿Qué, jugamos a los piratas?
-No. Escucha, tenemos que hablar de... nuestra relación.
Él soltó una carcajada.
-Bueno, ¿qué? ¿Quieres que seamos novios? -me preguntó-. Pues lo somos. A partir de... ahora. A partir de ahora mismo.
Lo miré, no muy convencida, y él añadió:
-¿Jugamos a los piratas?
-No. Esto no funciona así.Tienes que... sentirlo. No vale decir "somos novios" por decir algo. Y, además, los novios no juegan a los piratas, Joachim.
-¡Jacqueline! ¿No quieres jugar conmigo?
-No. Quiero avanzar, hablar de cosas serias.
-Eso es una tontería. Cuando a mí me pasa algo, yo ya te lo digo, bueno, ya hablamos de cosas serias. Pero además, jugamos. No sé qué te pasa, estás creciendo de golpe.
-No. Yo quiero seguir jugando, pero con mis hermanos.
-¿Y yo qué? ¡Yo no tengo hermanos! Eres la única persona lo suficientemente infantil para jugar conmigo. No me hagas esto, anda.
-Bueno, tengo que pensarlo.
-¿Pensar qué?
-Si quiero seguir jugando contigo, o si por el contrario, deseo que hablemos de cosas serias. Mañana a la hora del recreo hablamos, ¿vale?
-Bueno, sí. Yo a las primeras clases no voy a venir, pero al recreo sí. Quedamos en la entrada del vestíbulo.
La carta que enviaron los del instituto llegó enseguida, esa misma tarde. Creo que la mandaron por correo urgente. Guillaume fue el primero en verla. La abrió y corrió a enseñársela a papá, gritando:
-¡Jacqueline se ha portado mal! ¡Hay una carta de los profes! ¡Dicen que su comportamiento ha sido moralmente incorrecto, e incompatible con los valores del instituto!
Entré en el estudio. Guillaume le estaba enseñando la carta a papá.
-Tengo que explicártelo -dije-. No hice lo que ellos creen.
-No tienes nada que explicarle -intervino Guillaume-. La niña buena se está convirtiendo en niña mala. Eso es todo.
-Guillaume, tus deberes no se hacen solos -dijo papá.
-Vale, te dejaré con ella -respondió Guillaume, y se fue.
Papá leyó la carta y yo me quedé de pie, con los brazos apoyados en el respaldo de una silla desocupada.
-¿Qué creen que has hecho? -me preguntó él-. Esto no lo explica muy bien.
-Bueno, a ver, Joachim estaba enfadado. Después se calmó, y... como había sido un poco cruel conmigo, me besó en la frente, como pidiéndome perdón. Entró un profesor, y Claude Olivier le dijo que Joachim y yo nos habíamos estado besando en los labios durante un buen rato. Pero todo lo que dijo Claude es mentira. Sin embargo, el profesor lo creyó, nos echó de clase y escribió esta carta.
-Bueno, no te preocupes. ¿Qué profesor era?
-Uno de Guillaume que fue a sustituir al de Literatura.
-¿Y te ha puesto algún castigo más?
-No.
Papá firmó la carta (yo la tenía que llevar firmada al instituto) y me dijo:
-Voy a hablar con los profesores y con Claude Olivier un día de éstos. Tú tranquila.
Cogí la carta.
-Estoy pensando en invitar a Joachim a mi cumpleaños -dije.
-Está muy bien, él lo merece.
Asentí con la cabeza y me fui leyendo la carta. Decía esto:
Estimados señores Lebon:
Deben saber que el comportamiento de su hija Jacqueline hoy ha sido moralmente incorrecto, e incompatible con los valores del instituto. Realizando la acción a la que me refiero, ella se ha burlado de la educación que con tanto esmero nos esforzamos los profesores en inculcar a nuestros alumnos. Si su hija vuelve a violar las normas del centro, a ustedes los informaremos, por supuesto, y a ella le aplicaremos cada vez castigos más duros.
Atentamente,
J.N. Fiquet.
Por lo menos papá me creyó, pero yo seguía intranquila. No sabía qué me convenía más: seguir teniendo a Joachim como compañero de risas y juegos, o que fuésemos novios, manteniendo, en ese caso, una relación más seria. Pero la verdad era que cada vez me hacía menos ilusión ser la novia de Joachim. Me parecía que no era para tanto. Yo me obligaba a mí misma a buscar motivos para seguir pensando que ser novia de Joachim sería lo mejor, pero no los encontraba. Y temía que por mi culpa se terminase nuestra amistad, porque últimamente discutíamos mucho.
Al día siguiente, a la hora del recreo, fui adonde Joachim me había pedido. Pero él no apareció. Tampoco acudió a las clases de después, y faltó los días siguientes. No me enfadé excesivamente, pues al faltar también a lo otro, supuse que no me había dejado plantada a propósito. Pero por supuesto que me decepcionó.
Yo no volví a verlo hasta el día de mi cumpleaños. Dudé si vendría o no. Yo no contaba con él, así que no lo esperamos para empezar la fiesta. Estábamos Auguste, Georges, Guillaume y yo. Papá dijo que iba a dar un paseo, para dejarnos solos y permitirnos que hablásemos de nuestras cosas, seguramente. Pocos minutos después, alguien llamó a la puerta. La criada me dijo que era Joachim, y yo me acerqué a la entrada. Yo no estaba excesivamente enfadada con el muchacho, pero sí un poco irritada, porque por su culpa, estuve allí sola todo un recreo, con los otros alumnos mirándome con curiosidad, y con Guillaume y sus amigos burlándose.
-Sabes que yo tengo en cuenta tu opinión -le dije a Joachim -. Si no querías que fuésemos novios, podías habérmelo dicho, pero... eres un maleducado ¿sabes? Aquel día estuve todo el recreo esperando por ti, y no apareciste.
-No lo entiendes. Mi padre me mandó ir a la taberna, por eso no pude ir, ni a eso ni a las clases.
-Pues un estudiante no puede andar así. No puedes faltar tanto, eso es un problema, tienes que explicarle a tu padre...
-Explícaselo tú. Y a ver, ¿me dejas pasar o no?
-Sí, venga.
Él colgó la chaqueta en el perchero del vestíbulo, me estrechó la mano, me besó en la mejilla y dijo:
-Felicidades. Quince años no se cumplen todos los días.
Llevaba un paquete grande en la mano derecha.
-Tú no tenías que traerme nada -le dije.
-Oye, uno de los dos regalos me ha salido gratis -comentó-. Espero que te puedas quedar con él.
-¿Me has traído dos regalos?
-Sí, porque regalar una cosa que sale gratis es como no regalar nada. Y yo quería tener un detalle contigo.
-Gracias.
-De nada. Abre el primero, quiero decir, el paquete grande. El otro te lo doy después.
-Pero los regalos los voy a abrir más tarde...
-Éste ábrelo ahora, por favor.
Pasé a la cocina y allí mis hermanos saludaron a Joachim.
-Es estupendo que hayas le hayas dado plantón a mi hermana, pero no te acostumbres a meterte con ella, prefiero reservarme ese derecho para mí solo -dijo Guillaume.
-No lo hice a propósito, ¿vale? -respondió Joachim.
Yo abrí el paquete encima de una silla. Dentro había un gatito muy pequeño, un cachorrito de color canela. Lo cogí y lo acaricié. Él maulló.
-¿Te gusta? -me preguntó Joachim.
-¡Sí, claro! Es muy bonito, me encanta. ¿Es para mí?
-Por supuesto. Siempre que tus padres estén de acuerdo.
-Espero que sí -dije-. Puede andar por el jardín, no estropeará las cosas dentro de casa. Gracias, Joachim, me gusta mucho, de verdad.
Él sonrió.
-Hay una pequeña condición que me gustaría que cumplieses -me dijo.
-¿Cuál?
-Sería divertido, a mí me haría gracia, por lo menos, que le llamases Kaiser.Sería un recuerdo a Alemania, y como yo soy de allí...
-Sí, de acuerdo. Le llamaré Kaiser.
-Es un macho, por cierto. Un hombre de la taberna nos lo dio de regalo. En vez de pagar con dinero, nos regaló el gato. A mi padre no le hizo ninguna gracia, pero como estaba sirviendo yo en la taberna, lo llevé a casa. Mi padre lo habría abandonado. Eso me dijo: "Échalo fuera de aquí, Joachim". Lo mantuve dos días, y...ahora es tuyo.
-Sabes cómo volver locas a las mujeres, ¿eh, Joachim? -dijo Guillaume.
-Lástima que tú no -le contesté-. ¿Qué es de Wendy?
-Ya no me interesa. Quiero decir... nunca me ha gustado.
Se puso rojo como un tomate.
-Mejor, porque ella prefiere a Georges -le dije.
-¡¿Qué?! -exclamó Georges.
-Ahora dice que no está enamorada de ti, pero no descarta estarlo en el futuro.
-¡No! -gritó Guillaume-. Me dijo "adiós hombrecito" cuando se fue, y...¡yo soy especial para ella!
Guillaume se quedó serio unos instantes, pero pronto comenzó a hacer travesuras. Al final, él se sirvió más tarta que nadie. Comió un trozo, y lo que le sobró me lo lanzó a mí. Además de un pedazo de tarta, me echó a perder el vestido. Auguste y Georges le riñeron, y Joachim intentó mantener el buen ambiente, diciendo:
-La niña tendrá que abrir los regalos.
Auguste y Georges se callaron y yo le hice caso a Joachim. Por cierto, gracias por los libros que me has regalado tú, mamá. He empezado a leer el primero y me gusta mucho (ese día los abrí con los demás regalos). Papá me regaló los marcos que yo quería para encuadrar las fotos de la excursión a Suiza e Italia; Auguste, unas raquetas de tenis; Georges, una pluma (de las caras) y unos bombones; y Guillaume, prendas de vestir para reemplazar las que me había roto el otro día.
Finalmente, Joachim sacó una cajita del bolsillo de su pantalón. La abrí, y vi que dentro guardaba un anillo plateado. Pero en vez de sonreír, se me puso cara de decepción. No por el anillo en sí, sino por lo que el objeto podía significar. Yo creía que regalarme el anillo era la manera que Joachim elegía para comunicarme que quería ser mi novio. Pero yo tenía muchas dudas de que aceptarlo fuera la opción correcta. Sí, hacía una semana me habría encantado ser la novia de Joachim, pero luego, al recibir el anillo, yo ya no pensaba de esa manera.
Me imaginé un recreo con Joachim, hablando de cosas de novios, y a él diciéndome lo guapa que estaba, y me sentí como si eso fuese extraño, casi repulsivo, me atrevería a decir. Me vino a la cabeza que la gente, según determinados factores, como su manera de ser, vale para relacionarse con otra persona de cierta forma. Y Joachim y yo valíamos para ayudarnos en lo que pudiésemos, y divertirnos juntos jugando a los piratas . Y cuando fuésemos mayores, para divertirnos de otra forma, pero siempre con nuestra inocente amistad de por medio. Y creí que aunque Wendy me hubiera dicho "tu amigo Joachim es muy guapo, pero tu hermano Georges no está nada mal" no debería pasar nada. Era un simple comentario. Si Joachim era muy guapo, mejor para él, pero a mí no tenía por qué afectarme.
Sin embargo, temía que Joachim no pensase lo mismo. Y yo tenía miedo de herir sus sentimientos. Me puse nerviosa, quería hablar con él y explicarle lo que yo sentía. Cogí al gatito en brazos, para relajarme acariciándolo, y se me cayó un papel que había dentro de la cajita del anillo. Guillaume lo leyó en voz alta:
-Joyería Maurice, sección de anillos de compromiso.
Soltó una carcajada y añadió:
-¿Os vais a casar?
-¡No! -gritó Joachim.
-Quiero hablar un momento contigo -le dije yo a Joachim, seriamente-. Vamos al jardín.
Fuimos. Yo llevé el anillo y la caja; y al gatito en brazos. Me senté a la sombra, en un escalón de la entrada, y Joachim, a mi lado.
-Sólo es un anuncio -me dijo él-. El papelito ese de anillos de compromiso. La verdad es que pedí un anillo para chica, y me enseñaron ése.
-Joachim, yo... no puedo... me han entrado dudas...
-¡Menos mal que no dices eso cuando te pregunto cómo es la traducción de Latín!
Me quedé en silencio, y él añadió:
-A mí puedes decirme lo que quieras, sin miedo. No te pongas, tensa, estás sudando.
-Me siento muy incómoda hablando de esto.
-¿De qué?
-De nuestra relación.
Joachim sonrió.
-¡Siempre a vueltas con eso! -exclamó-. Yo nunca te he dicho que quisiese hablar de nuestra relación, el tema lo sacas tú.
Estuve un rato acariciando al gato, mientras buscaba las palabras apropiadas para expresar lo que sentía.
-Yo... no estoy segura de que tengamos que ser más que amigos -dije-. Me siento a gusto teniéndote como compañero de juegos, y como a la persona que está ahí para ayudarme. Creo que ser tu novia sería para mí como hacer estudios avanzados de Matemáticas: es algo que no va conmigo, para lo que no sirvo. Lo siento.
-¿Por qué lo sientes?
-Porque tengo miedo de que no lo comprendas, de hacerte sufrir, y de que nos enfademos.
-No. Vamos a ver. Eras tú la que quería que fuésemos novios. Yo, en el fondo, siempre he sentido que te quería como a una hermana.
-Pero...
-Oye, yo me esforzaría por sentir otra cosa si tú siguieses con la idea esa de ser novios...
-Pero, ¿y el anillo? -le pregunté.
-¿Qué pasa con él?
-¿Por qué me lo has regalado, entonces?
Él se encogió de hombros.
-Porque es tu cumpleaños.
-Ya, pero el anillo se lo regala el novio a la novia.
-¿Eh? ¡No, no, no! Vamos a ver, ¿entonces tú creías que...?
-Que tú estabas enamorado de mí.
Él se rió.
-¡No! Hay una explicación muy sencilla: mi padre volvió a sentirse mal y yo tuve que estar metido en la taberna, sirviendo -declaró-. Estuve muy ocupado, no tuve tiempo de andar por ahí entrando en tiendas. Así que sólo pude entrar en una de las dos que están en la calle de la taberna. Una es la de las joyas, y la otra, una tienda de lencería. Ahora comprendes por qué te compré el anillo, ¿verdad?
-Comprendo tu elección de tienda, pero en la joyería... bueno, claro, si ando por ahí con cualquier joya que me regales tú, aunque no sea un anillo, la gente ya pensará que somos novios. Y yo no quiero eso.
-Entonces, no valdrá de nada si te cambio el anillo por una pulsera, ¿no?
-No. Regálale el anillo a tu madre; o a tu novia, cuando la tengas.
Él asintió con la cabeza. Me quedé acariciando al gato, y él también.
-No te ofendas, pero habríamos hecho mala pareja -opinó Joachim, sonriendo.
-¿Porque apenas te llego a la altura de los hombros?
-No es por eso. Es porque tú eres elegante, y yo soy un desastre.
-No lo eres. Pero es cierto que habríamos hecho mala pareja, desde que se me ocurrió que quería ser tu novia, no parábamos de discutir.
-Jacqueline, ahora ya piensas distinto, pero cuando querías que fuésemos novios, ¿qué viste en mí? ¿por qué te entró esa idea?
-Wendy me dijo que eras muy guapo.
-¿En serio?
-Sí, pero a ella le gusta más Georges.
Joachim se puso de pie y me dijo:
-Bueno, yo me tengo que ir.
-¿Tan pronto?
-Sí. Estoy castigado. Ya sabes, por la carta esa que nos mandaron a casa los del instituto. Tú y yo no hicimos nada, pero mi padre cree que sí. Bueno, adiós, hasta el lunes.
-Espera.
Él se dio la vuelta y yo le entregué el anillo.
-¿Estás segura de que no lo quieres... y...de lo que sientes? -preguntó.
-Sí. Escúchame, al oír lo que dijo Wendy, me precipité, no reflexioné, no me di cuenta...
-No te preocupes. Mejor que esto te haya pasado conmigo y no con otro, ¿eh? Yo te comprendo, y lo que quiero es llevarme bien contigo.
Cogió el anillo y se fue. Yo seguía allí fuera, casi media hora más tarde, acariciando al gato y pensando en lo que yo había hecho. Creí que me sería muy incómodo encontrarme con Joachim el lunes. No sabía si él volvería a confiar en mí de la misma manera que anteriormente, o si por el contrario, me iba a tratar con desconfianza, por miedo a que mí se me ocurriese otra tontería que pusiese en peligro nuestra amistad.
Georges salió al jardín con las raquetas que me acababa de regalar Auguste.
-¿Y Joachim , se ha ido? -me preguntó.
Asentí con la cabeza.
-¿Qué pasa, te ha dejado aquí sola, os habéis enfadado? -se interesó.
-No. Él tenía que irse.
-Y... ¿has arreglado las cosas con él?
-Sí, pero no sé cómo me va a tratar a partir de ahora.
-Joachim es buen chico. Mira, puede que te distraigas jugando al tenis. Venga, un partido, tú y yo contra Guillaume y Auguste.
Accedí. Jugamos en el jardín casi una hora, hasta que llegó papá. Entonces, Guillaume dejó su raqueta en el suelo y corrió a buscar al gatito.
-¿Podemos quedarnos con él? -le preguntó a papá-. Ya le hemos puesto nombre, se llama Kaiser, lo discurrió el alemán ese, el amigo de Jacqueline. Ha sido él el que nos lo ha regalado.
-Sí, está bien. Si es que alguna vez entran ratones, acabará con ellos.
Mamá, espero que tú estés de acuerdo.
El lunes volví a clase y le entregué al profesor de Literatura la carta que tuvo que firmar papá. La llevé ese día, porque hasta entonces, ese profesor no fue, y tenía que entregársela a él.
-¿Qué ha pasado? -me preguntó el profesor.
-Ella y Clerc se estaban besando cuando llegó su sustituto, señor Blanc -respondió Claude Olivier.
-¡Es mentira, nos acusaste de lo que no hicimos, pero el sustituto te creyó y escribió la carta! -dije.
El señor Blanc se quedó dubitativo, y Joachim también le entregó la carta firmada. Durante la clase no volvimos a hablar de eso, pero al terminar, yo le dije a Claude Olivier:
-Mi padre va a venir dentro de un poco, a la hora del recreo, a hablar con el de Literatura y con el sustituto. Y contigo también, por cierto.
Claude Olivier no pudo disimular su inquietud. Lo que yo le dije era cierto, papá si que se presentó allí a hablar con los profesores. Y ellos llamaron a Claude Olivier, para que explicase su versión de los hechos. El jovencito salió colorado y sudoroso de la reunión. Se encontró conmigo y me dijo:
-Vi... mal. Ahora... ahora me estoy dando cuenta, Clerc te besó en la frente, durante un segundo. Sólo pasó eso.
-Por lo menos pídele perdón -le dijo Georges, que estaba conmigo.
-Está bien. Jacqueline, perdóname. Yo no quería meterme contigo, ya se lo acabo de decir a tu padre. Pero Joachim sacó más nota que yo en Arte, y quería fastidiarlo. Eso es lo que pasó, yo quería fastidiarlo a él, no a ti.
-Eso no dice mucho a tu favor.
-Ya, pero... perdóname.
Me estrechó la mano, y yo a él también. Los profesores llegaron inmediatamente, y papá se marchó.
-Mis disculpas, Lebon, te castigué sin motivo -dijo el sustituto.
En ese instante llegó Joachim, con un montón de papeles bajo el brazo.
-Mis disculpas, Clerc... -empezó a decirle el sustituto.
-Sí, a buenas horas -respondió mi amigo.
Le dio los papeles a Georges, y se quitó la chaqueta y la camisa. Tenía la espalda llena de heridas.
-¡¿Pero qué haces?! -exclamó el sustituto-. ¡Está prohibido quitarse la camisa en el recinto escolar! Bueno, exceptuando los lavabos.
Joachim se dio la vuelta, mostrándole las heridas de la espalda.
-¿Quién te ha hecho eso? -le preguntó el de Literatura.
-Mi padre -contestó Joachim, vistiéndose la camisa-. Creyó que yo me había metido con ella -dijo, señalándome -, por culpa de la carta que ustedes enviaron a mi casa. Por eso me pegó.
-Pues... bueno, le enviaremos otra explicando que todo ha sido un error -prometió el sustituto.
Los profesores se fueron, y nos quedamos Georges, Joachim y yo. Georges echó un vistazo a los papeles que le estaba sujetando a Joachim, y me pasó uno.
-¡Eh, mira esto! -me dijo.
Yo lo leí.
"HOMENAJE" A MI HERMANA
Jacqueline Lebon nació el doce de marzo de hace quince años, en el instituto de Santa María -narraba el papel- , cuando su madre, que también es la mía, fue allí a buscar trabajo. Por cierto, sí que lo consiguió. Después del jaleo que debió de armar, sólo faltaba que no se lo hubiesen dado. Ah, y mi hermana es una empollona, como os habréis imaginado.
Pero lo importante es que como mi hermana estuvo hace poco de cumpleaños, os doy permiso para que os metáis con ella. Sólo hoy, los otros días no quiero que la molestéis, ese derecho me pertenece a mí solamente, que para eso soy su hermano. Ella suele estar cerca de la entrada del vestíbulo a la hora del recreo, acompañada por dos chicos. A quien esté interesado/a en meterse con ella, le proporcionaré huevos podridos que he encontrado en la basura, para que se los tire a Jacqueline.
Interesados, acudid al aula de dibujo.
Nota bene: Cuando os pregunte la contraseña, responded: "Huevos podridos para Jackie".
-Tu hermanito dejó un papel de éstos en todas las clases menos en la nuestra y en de Georges -me explicó Joachim-. Yo he entrado en todas para recogerlos y tirarlos.
-Vamos al aula de dibujo a hablar con Guillaume -sugirió Georges.
Le hicimos caso. El aula estaba cerrada y eso nos sorprendió. Georges llamó a la puerta, y Guillaume, al otro lado, preguntó:
-¿Contraseña?
-Huevos podridos para Jackie -dijo Joachim.
-Tu voz me suena bastante, eres Joachim Clerc. Si no vienes a buscar material para lanzarle a mi hermana, vete.
-¿Quién te dice a ti que no vengo a eso?
-Bueno, eres su amigo del alma.
-A ver, chaval, ella rechazó uno de mis regalos. Quiero fastidiarla un poco.
Me miró, y me dijo al oído:
-Es una trampa para que abra.
Y Guillaume abrió.
-¡Eh! Pero... Jacqueline, Georges, ¿qué...?
Entramos en el aula. A Guillaume lo acompañaban sus amigos; Claude Olivier; y las chicas que iban en mi clase el año pasado, las que me tienen envidia.
-Bueno, aquí la tenéis, ¡al ataque! -gritó Guillaume.
Me escondí detrás de un lienzo mientras los otros lanzaban los huevos podridos. Menos mal que ninguno me dio.
-¡A ver, coged más huevos de la caja! -ordenó Guillaume.
-No. Esto es un asco, está oliendo fatal, vámonos de aquí -dijo una de las chicas.
Vi a Joachim agarrando un bote de pintura. Le quitó la tapa y lanzó el contenido, manchando de verde a Claude Olivier.
-Tú no aprendes, ¿verdad? -dijo Joachim-. Pues ahora mira cómo estás, por querer fastidiar a mi amiga.
Georges se acercó rápidamente a la caja de los huevos, y la tiró por la ventana (antes miró que no hubiese nadie debajo). Guillaume cogió otro bote de pintura y puso perdida a una de las chicas, de amarillo. Ella gritó como si la estuviesen amenazando con una pistola.
-¡¡¡Mi vestido nuevo!!! -dijo-. ¡Mira cómo lo has puesto! ¡Pero a ver, niñito, ¿tú qué haces?! ¡Que nosotros estamos del mismo lado! ¡Ay, mi vestido nuevo!
-Perdona, quería darle a Joachim, pero esto pesa mucho y se me fue la mano -se disculpó Guillaume.
Y finalmente, Joachim cogió la pintura roja y se la echó a Guillaume sobre la cabeza, diciendo:
-Willy, piénsatelo mejor antes de querer meterte con tu hermana, mi niño. ¿No ves que el que acaba todo sucio eres tú, y no ella?
Y de paso, Joachim le cogió a Guillaume las llaves del aula, que tenía en la mano.
-¿Cómo las conseguiste? -le preguntó.
-Se las cogí al profe de Dibujo. Fue fácil, él las dejó sobre la mesa -respondió Guillaume.
Georges me cogió de la mano y me dijo:
-Vámonos de aquí.
Joachim salió del aula con nosotros, y una vez fuera, cerró con llave. Se acercó el profesor de Dibujo, alterado, preguntando por sus llaves. Y Joachim se las dio.
-Dentro están todos los que querían tirarle huevos podridos a esta chica -explicó-. Por cierto, señor, le han dejado el lienzo hecho un asco.
Nosotros nos alejamos, pero de todas formas, escuchamos al profesor gritando el nombre de Guillaume-Thomas, enfadadísimo. Bajamos al patio, y Georges nos preguntó a Joachim y a mí si queríamos quedarnos solos.
-Sólo un momento -le dije.
Georges se fue, y Joachim me miró.
-¿Has cambiado de opinión? -quiso saber.
-No. Quiero que seamos amigos, pero... como antes. No quiero que empieces a desconfiar de mí, ni que tengas miedo de que se me vuelva a ocurrir alguna tontería. Cuando a mí se me ocurrió eso, no fue un capricho, ni lo hice para fastidiarte. Confundí mis sentimientos, es muy difícil de explicar.
-Pues no lo expliques. ¿Quieres decirme algo más?
-No.
Él sonrió.
-Pues todo volverá a ser como antes. Le diremos a Georges que venga -respondió-. Tenemos que jugar a los piratas.
Era un alivio que Joachim no se complicase. Ciertamente, creo que ahora lo quiero como a un hermano. No sabría decir por qué, pero no importa, hay cosas que no se pueden explicar.
Deseo que vuelvas de una vez de la excursión, se me hace raro ser la única mujer de casa. Y espero que no te olvides de traernos recuerdos de Londres.
Besos,
Jacqueline.

1 comentario:

Caminante dijo...

Mmmm... Londres no es una ciudad que me guste especialmente, la recuerdo con un cielo pesado, gris, plomizo, sin embargo yo también espero que vuelva de Londres y nos traiga cosas interesantes que, quien sabe, igual nos vuelven a traer a estos personajes.