miércoles, 28 de enero de 2009

LA HIJA DE LA PROFESORA III

París, noviembre de 1904

Querida Wendy:
Desde que vi al rizoso Jean-Paul Girardet con una chica en el Café Clerc, evité a toda costa cruzarme con él. Tal vez fuese porque yo no quería retomar nuestra relación, y si él me lo pedía, me daría vergüenza decirle que no.
Durante unos días tuve suerte, no lo vi por los pasillos. Sin embargo, tuvo que llegar el ineludible momento de cruzarme con él. Mi amigo Joachim Clerc me acompañaba a la salida. Jean-Paul se hallaba sentado solo, en los escalones que dan paso desde el patio al vestíbulo.
-Jacqueline, ven un momento –me dijo.
Me acerqué a él y Joachim se vino conmigo.
-Clerc, vete –ordenó Jean-Paul sin ningún tipo de reparo.
-Tú a mí no me das órdenes –le plantó cara Joachim.
-Te haces el chulo porque alguien interesante, como Jacqueline, se digna a ser tu amiga. Pero ella es mi novia. Y eso es más.
-¿Tu novia? ¿Una de cuantas? –preguntó Joachim-. Porque el miércoles ya estabas con otra en mi cafetería.
Jean-Paul puso mala cara, apretó los labios, pero contuvo su enfado y me dijo:
-De eso te quería hablar, a ver si podemos a otra hora. Cuando Clerc no nos estorbe.
-Si quieres decirme algo, estoy aquí. Dímelo delante de Joachim u olvídate.
Jean-Paul mantuvo su expresión de enfado y declaró:
-Siento lo del otro día. Creí que sería divertido andar con varias chicas, pero... no me he divertido nada. Porque solo hay una que me importa y eres tú. Quiero que volvamos a quedar. Por ejemplo, el sábado por la tarde.
-No va a poder ser, le coincide con una cita que tiene conmigo. Es que voy a retratarla en un cuadro y... claro, va a ir a mi casa a posar –intervino Joachim.
Se lo acababa de inventar, no habíamos quedado en eso.
-¿Sí? ¿Y cuánto le pagas por ese favor, por ir a perder el tiempo allí parada para ti? –preguntó Jean-Paul.
-Somos amigos, no nos cobramos los favores. Hay gente que... hace cosas aunque no le supongan una ganancia económica. Pero esto es nuevo para ti, ¿verdad, Girardet?
Jean-Paul le propinó un puñetazo a Joachim, a pesar de que este último pasaba del metro ochenta. Las palabras de disculpa del primero habían sonado muy bonitas, pero acababa de demostrar que su actitud no se encontraba en concordancia con ellas.
-¿Qué me dices, Jacqueline? ¿Vendrás otro día, entonces? –insistió Jean-Paul.
Negué con la cabeza al mismo tiempo que Joachim lo agarraba a él del cuello de la camisa.
-Para, Joachim, déjalo –intervine-. Es un maleducado, no te equipares a él.
Joachim me obedeció.
-Así que soy un maleducado, ¿eh? –dijo Jean-Paul-. Pues verás de qué soy capaz. Mejor te será no tenerme de enemigo, nena. Procura no ponerme enfadado. Después no llores si no te gustan las consecuencias.
-Da asco que amenaces a una señorita –respondió Joachim-. Vámonos, Jacqueline.
Entonces yo lo obedecí a él.
Durante los días siguientes seguí escapando de Jean-Paul, y ahora me era más fácil porque, aparentemente, él también huía de mí. Joachim y yo pasábamos bastante tiempo juntos. Yo notaba que él se preocupaba por mí más que de costumbre. Estaba siendo muy amable.
Un día al llegar a casa encontré un papelito dentro del bolsillo de mi abrigo. Tenía escrito lo siguiente:
<NO TE COMENTÉ NADA EN CLASE PORQUE ESTABAS ATENDIENDO Y NO QUERÍA INTERRUMPIRTE.
NOS VEMOS EN LA TABERNA DE MAURICE (ESPERO).
BESOS, JOACHIM>>.
Me pareció raro que Joachim no me hubiese hablado de eso durante el recreo. Y otra cosa extraña era que toda la nota se encontrase escrita con letras mayúsculas. Pero decidí no darles importancia a esos detalles e ir a la cafetería a ayudar a mi amigo. Mi hermano Georges me acompañó hasta allí y luego se marchó. Fue una lástima que no se hubiese quedado.
Entré en la taberna y vi al camarero, a tres hombres en la barra y a un chico en una mesa. El chico era Jean-Paul. Evité mirar a este último, me senté lejos de él.
-Si tu madre te ve aquí, se desmaya –me dijo el muchacho-. ¿Se puede saber a qué has venido?
-He quedado con Joachim –respondí.
-Qué raro. ¿Por qué no en su cafetería?
-Allí hay obras.
En aquel momento no entendí por qué, pero Jean-Paul se rió. Los hombres de la taberna me miraban y eso me hacía sentir incómoda.
-Venga, te invito –me dijo Jean-Paul al cabo de unos minutos-. ¿Qué quieres?
La barra y las mesas estaban llenas de polvo. El local no me pareció limpio y decidí no tomar nada.
-Gracias, Jean-Paul, pero ahora no me apetece nada –declaré.
En aquel momento entró alguien más en la taberna y yo miré a la derecha para averiguar si era o no Joachim. Y no era. Se trataba de un muchachote de pelo negro. Saludó a Jean-Paul y se sentó en la misma mesa que yo. Entonces Jean-Paul se cambió de sitio y se vino a sentar con nosotros. Los dos chicos estuvieron hablando y riéndose durante un buen rato. Yo no les decía nada, por eso uno de los hombres de la barra se dirigió a mí.
-Eh, chavalita, ¿esos no te distraen? –me preguntó-. ¿Quieres ir a dar una vuelta conmigo, a ver si así te diviertes?
No respondí. Me había dicho eso con la única intención de meterse conmigo.
-Vamos, ¿por qué no? –insistió.
-Estoy esperando a una persona –contesté.
Jean-Paul y el chico que se hallaba en nuestra mesa se rieron.
-Y si no viene, ¿qué vas a hacer? –insistió el hombre de la barra.
-Vendrá.
Jean-Paul y su amigo volvieron a reírse.
-No –dijo Jean-Paul-. No vendrá. Tú te crees que ese muchachito te es leal, pero por detrás, se desentiende de ti. No le importas nada.
-¡Es mentira!
-Bueno, Jacqueline, piensa lo que quieras, pero ya verás cómo no viene.
Miré el reloj. Eran las cinco menos cuarto y Joachim me había escrito que llegaría a las cuatro.
-Espera un momento, ¿qué tienes en la cara? –dijo Jean-Paul-. Estás manchada, ¿no será tinta?
Me toqué el rostro.
-En la mejilla derecha –insistió Jean-Paul-. Es una mancha enorme, ahora que me fijo. Anda, vete a limpiarte al baño.
Obedecí, pero cuando me miré al espejo no me encontré manchada en absoluto. Volví a la mesa y descubrí que los chicos habían pedido una bebida para mí.
-Vaya, ya estás limpia –comentó el amigo de Jean-Paul.
-No estaba sucia –le dije.
Él se encogió de hombros y me ofreció una bebida.
-Es limonada –me dijo Jean-Paul.
La bebí y me supo bastante mal. Incluso noté que me mareaba, ¿pero cómo, si no llevaba alcohol? Entonces sí que llegó Joachim.
-¿Qué haces aquí? –me preguntó.
-¿Cómo que qué hago? He venido por lo de Historia.
-¿Qué?
-Por lo de Historia, por lo que me has escrito en la nota.
-¿Qué nota? No te he escrito ninguna.
Me sentí confusa, por las respuestas de Joachim y por la bebida, que me estaba mareando cada vez más. Por eso no dije nada, sino que le mostré el papelito que me había aparecido en el abrigo.
-¡Eh, Jean-Paul, te has olvidado de poner “te quiero”, o algo así en la nota!–susurró el amigo de Jean-Paul.
Yo me encontraba mal, sin embargo, fui capaz de razonar quién era el verdadero autor del mensaje. Era Jean-Paul, para reunirse conmigo. Me puse de pie y me caí.
Abrí los ojos en una habitación en la que nunca había estado anteriormente. Me dolía mucho la cabeza.
-Mamá –llamé.
Al cabo de unos segundos apareció Joachim. Estaba empapado.
-¿Estás mejor? –se interesó.
-Un poco.
-Jean-Paul quería emborracharte, por eso te escribió esa tontería de nota –me explicó Joachim-. En mayúsculas, para que no reconocieses su letra. Ah, por cierto, el alcohol se te subió a la cabeza, pero no hiciste ninguna tontería. Te desmayaste. Te he traído a mi casa en brazos, desde la taberna.
-Llovía mucho, ¿verdad? –supuse.
-Bastante. He intentado taparte con mi abrigo. No quería que tú te mojases.
-Gracias –le dije-. Eres muy amable.
Me sentí extraña, como si siempre hubiese estado enamorada de él. Me pareció que ser amigos era demasiado poco.
-No es para tanto. Menos mal que llegué a tiempo. Vi a tu hermano Georges por el camino y me contó dónde estabas. Yo quería verte, porque...
Se interrumpió al darse cuenta de que yo observaba su habitación con interés. Es que era muy bonita, con fotos suyas, mías, de mis hermanos; cuadros pintados por él, una bandera de su patria alemana... Ahora Joachim era muy guapo, y al parecer, siempre lo había sido. Me di cuenta al observar una foto suya de cuando era pequeño. Estaba sonriendo, montado a caballo.
-¿Por qué querías verme? –le pregunté.
-No importa. Tenía un regalo para ti. Te lo daré cuando te encuentres mejor.
Y así lo hizo. Esa tarde, mi hermano Guillaume celebraba su decimotercer cumpleaños con nuestra familia, y yo le pedí a Joachim que se acercase a mi casa para probar la tarta. Al final nos quedamos solos en el jardín, se notaba que el muchacho tenía ganas de estar solo conmigo. Se sacó una cajita del bolsillo y me la entregó. Yo la abrí y vi que dentro se encontraba el anillo que él había querido regalarme meses antes, cuando cumplí quince años.
-Antes me lo rechazaste –dijo-. Me pediste que se lo diese a alguien especial, pero esa eres tú. Quiero... desde finales de agosto he querido darte esto, y hablar contigo en serio, pero no he podido...
-¿Por qué?
-Porque al dártelo, quería ser sincero, completamente sincero contigo. Y tú andabas con otros. Siempre había otros, y... yo no quería meterme. Era tu vida. Verás, antes, en tu cumpleaños, el anillo significaba amistad. Pero he cambiado. No sé cómo, ni qué me ha pasado, pero no importa. Yo... antes siempre decía que te quería como a una hermana, sin embargo... ahora siento algo totalmente diferente. ¿Sabes lo que quiero decir?
Me metí el anillo en el dedo y murmuré:
-Creo que sí.
Y él me besó.
-Ahora ya lo sabes –dijo-. Y estoy contento de haberte contado lo que siento. Aunque me pidas que me aparte de ti.
-¡Claro que no lo haré! –respondí-. ¡Te preocupas de mí, me haces regalos...! ¡No soy tan cruel! Y además... estoy de acuerdo contigo. Joachim, ahora no hay otros, y me alegro. Solo estás tú.
Desde entonces somos novios. Al día siguiente recibí el primer premio en el concurso literario, gracias a aquel relato mío que ahora me parecía tan lejano, La mirada del chico de los ojos verdes. Cuando escribí aquello, Jean-Damien Fontaine había sido la base de mi inspiración. Pero ahora, fue la mirada de otro chico de ojos verdes la que se clavó en mí cuando fui a recoger el premio. La de Joachim Clerc. Todo el amor que había sentido yo por Jean-Damien lo sentía ahora por Joachim, y esta vez sí que era correspondido.

No hay comentarios: