lunes, 8 de septiembre de 2008

cuento nº4 ANÉCDOTAS DE UN VIAJE A LONDRES

París, marzo de 1904
Querida Wendy:
Espero que hayas llegado a Irlanda sin ningún accidente.
El sábado por la tarde yo fui con mi padre y con Georges a la estación, a recibir a mi madre cuando ella llegó de Londres. Auguste (el mayor de mis hermanos) y Guillaume no fueron con nosotros.
-Jacqueline, dile a mamá que yo estaba ocupado –me pidió Auguste.
Y yo así lo hice, pero le expliqué a mi madre que la ocupación de Auguste consistía en andar con una chica de paseo. Y Guillaume no fue a la estación simplemente porque no le dio la gana. Eso sí, después bien que se lo pasó jugando con el muñeco con forma de guardia que le trajo mi madre.
Ella vino algo cansada de Londres, y con la mano derecha vendada. Mientras veníamos para casa nos contó algunas anécdotas como las que te voy a relatar ahora.
Nos dijo que el clima había sido bastante malo todos los días, con lluvia o niebla. La lluvia siempre fastidia cuando se va de viaje, pero mi madre se quejó especialmente de la niebla.
Ella sabe cómo hacerse respetar por sus alumnos, en general. Sin embargo, al viaje fue un grupo de chicos muy traviesos, y mi madre, al igual que los otros profesores, temía que se escapasen del grupo. Y con la niebla, a los jóvenes les era fácil marcharse, pues cuenta mi madre que la visibilidad era escasa. Pero afortunadamente, nadie huyó del grupo.
Mi madre también nos contó que ella, sus alumnos y los profesores se quedaron sin contemplar el relevo de la guardia en el Palacio de Buckingham. A los profesores y a algunos niños les interesaba, pero mientras esperaban a que se produjese el relevo, esos chavales traviesos de los que te he hablado se aburrieron y empezaron a tirarse piedras unos a otros. Los profesores les riñeron, pero eso no fue suficiente y tuvieron que marcharse todos. Aunque antes de eso, a mi madre le dio tiempo de comprar un muñequito con forma de guardia en una tienda que había por allí, para traérselo a Guillaume.
Ésa no fue la única travesura de los chicos. En la catedral de San Pablo, uno de ellos, Louis, sacó una bolita que llevaba en la mochila y la tiró por el suelo. La pelota fue botando, pero no golpeó a nadie. Así todo, a Louis lo castigaron encerrándolo un día entero en su habitación de hotel. Hicieron bien, ¿no te parece?
Afortunadamente, mi madre y los otros pudieron visitar más lugares de interés sin tantas molestias como anteriormente. Y eso fue porque el profesor de Matemáticas compró unas miniaturas de la torre del Big Ben y prometió sortearlas al final del viaje entre los niños/as que no hiciesen travesuras (por cierto, mi madre me compró una de esas figuras, además del libro Sueño de una noche de verano todo en inglés, para que lo lea). Dos muchachos se tomaron a broma la promesa del profesor de Matemáticas y se quedaron fuera del sorteo. A partir de entonces, todos se portaron algo mejor, aunque no de manera definitiva.
Hay un niño de doce años que se llama Jean-Michel Dubois (es de la edad de mi hermano Guillaume, aproximadamente, por eso me acuerdo de los años que tiene). Jean-Michel saca malas notas porque tiene problemas en la familia, pero él es bueno y cariñoso. Ese muchacho fue todo el tiempo al lado de los profesores durante la excursión, para evitar las burlas de algunos compañeros crueles que de vez en cuando se meten con él. Y a orillas del río, él le preguntó a mi madre:
-¿Éste es el Támesis, mamá?
Ya lo entiendes, ¿no? Se confundió y le llamó “mamá” a mi madre, en vez de llamarle “profesora”, o algo así. Eso demuestra que le tiene cariño, no obstante, adivinarás la reacción de sus compañeros.
En aquel mismo momento soltaron unas carcajadas y nada más, frenados por la presencia de los profesores. Pero esos jóvenes sin escrúpulos planearon meterse con él en el hotel (un hotel bastante bueno y cómodo, por cierto). Por la noche, esos chicos salieron de sus habitaciones, pretendiendo acercarse a la de Jean-Michel y asustarlo. Se taparon la cara para que él no los conociese, y así creyese que eran unos ladrones en vez de sus molestos compañeros. Entonces ellos comenzaron a llamar a la puerta de varias habitaciones, pues desconocían en cuál se encontraba Jean-Michel. Y se dio la casualidad de que los gamberros llamaron a la puerta del cuarto de mi madre. Ella al principio no los conoció, hasta que uno de ellos exclamó:
-¡Anda , que es la de Francés!
Ella los amenazó con suspenderlos si no se destapaban la cara, y los chicos accedieron. Y por supuesto que recibieron un castigo por andar molestando, y cuando mi madre se enteró de que pretendían meterse con Jean-Michel, el castigo fue más duro.
Ahora comprenderás por qué mi madre llegó cansada del viaje. Ya había ido a la fuerza, dado que ningún profesor quería ir con los alumnos, y esa experiencia demuestra por qué.
Sin embargo, aún sucedió algo peor. Fue dos días antes de que abandonasen Londres. Al entrar en el restaurante, Jean-Michel Dubois, el que parecía un niño bueno, se acercó a los profesores y le dijo a mi madre:
-Usted explica muy mal. Yo nunca le entiendo nada, menos mal que me lo explica todo mi hermano mayor, si no, yo estaría perdido. Y... se nota que... usted no tiene cultura. Podía ser que... usted fuese sabia y sin embargo, que no tuviese capacidad de explicar bien, pero no. Se nota que no tiene cultura. No sé cómo ha llegado a profesora, debió de copiar en... todos los exámenes que hizo en su vida, porque... no encuentro otra explicación.
Mi madre le pegó, y los otros profesores también le riñeron mucho a Jean-Michel. Y él se echó a llorar. Mi madre cuenta que sintió mucho oírle decir eso precisamente a Jean-Michel, porque era un alumno que ella tomaba por educado. Pero la historia no acabó así.
El último día que pasaron en Londres sucedieron más acontecimientos. Al entrar en el metro (un transporte que va por debajo de las calles, no sé si tú lo has utilizado alguna vez) Jean-Michel puso una pierna delante mi madre, y ella se cayó. Al caer, ella se apoyó en la mano derecha y se la torció. No fue una herida grave, un médico que había en el metro la atendió y ahora ya no nota molestias, pero todos se quedaron horrorizados ante la acción de Jean-Michel. Y Louis gritó:
-¡Te has pasado! ¡Te pedíamos algo de niño travieso, no de bandido!
-¿Que le pedíais qué ? –preguntó una profesora de Geografía.
-Ah... nada, nada... –dijo Louis.
Jean-Michel estaba llorando.
-¡¡No lo he hecho a propósito!! –aseguraba-. Sólo... moví el pie para pisar una moneda que había en el suelo, ¡lo prometo! ¡Yo no sabía que la profesora Lebon estaba detrás! ¡De verdad!
Los profesores lo amenazaron con la expulsión permanente del instituto, y Jean-Michel repitió una y otra vez que había sido sin querer. Y finalmente le dijo a mi madre:
-Señora Victoire Lebon, desearía hablar con usted un momento, a solas, para explicarle lo ocurrido.
-¡¡¡Fuera de aquí, salvaje!!! –gritó la profesora de Geografía.
-No, que no se vaya, quiero escucharlo –la contradijo mi madre.
La otra profesora se alejó, y Jean-Michel se sentó enfrente de mi madre.
-No lo he hecho a propósito –insistió el muchacho-. Había una moneda en el suelo. Yo la vi, pero Martin también, y él parecía dispuesto a cogerla, así que yo la pisé para que él no la pudiese coger. Y... siento mucho que usted haya tropezado con mi pierna. ¿Le... he hecho mucho daño? ¿Le duele mucho?
-No tanto como si me hubieras lastimado a propósito. Porque me fastidiaría mucho saber que un niño al que siempre he considerado bueno me hiciese algo así queriendo. Pero lo de ayer...
- Ayer mentí –admitió Jean-Michel-. Yo no siento eso, yo... no creo que usted sea inculta, ni que explique mal. De verdad. Pero Louis y Martin me pidieron que le hiciese a usted algo de niño travieso, ¿no acaba de oír a Louis diciéndolo? Por eso yo ayer le dije esas tonterías a usted.
-Sí que he oído a Louis. Pero yo no creía que tú les hicieses tanto caso a esos gamberros.
-¡Se metieron conmigo! Dijeron tonterías, como que a mí me gustaba su hija, señora Lebon. Y... es mentira, yo ni siquiera sabía que usted tenía una hija. Sin embargo, Louis y Martin se burlaron de mí, y lo peor de todo es que me robaron una cartera con dinero. Me prometieron que me la iban a devolver si yo me metía con usted, y... ya lo hice ayer, pero... aún no me la han devuelto.
-¿Te robaron dinero? Pero tenías que haberlo dicho antes, a mí, o a otro profesor. ¡Podíamos haberte expulsado por haberme dicho lo de ayer, no les puedes hacer caso a esos sinvergüenzas!
-¡Me amenazaron! Louis y Martin me dijeron que me darían una paliza si se lo contaba a alguien, y que no me devolverían la cartera. Fui un cobarde, y ya sé que usted ahora no me va a creer, pero lo pasé muy mal diciéndole eso a usted ayer. Y si pudiera volver al pasado, yo no habría actuado como lo hice. No sólo porque me van a expulsar...
-No. Esta vez no. Si los demás profesores están de acuerdo, vamos a expulsar a Louis y a Martin durante un tiempo, pero a ti no. Eso sí, tú tienes que aprender a no hacerles caso a chicos como ellos, ya ves que lo que hacen es meterte en problemas.
Los demás profesores se enteraron también de la verdadera versión de los hechos, y hasta Louis y Martin la admitieron, y le devolvieron la cartera a Jean-Michel (¿qué otro remedio les quedaba?).
Éstas fueron las anécdotas del viaje a Londres que nos contó mi madre mientras íbamos para casa. Y una vez allí, ella me dijo que tenía que hablar conmigo. Eso era porque yo le expliqué en una carta cómo estuve a punto de convertirme en novia de Joachim (porque tú me dijiste una vez que él era muy guapo), y cómo él y yo decidimos que era mejor seguir siendo amigos en vez de novios.
-Joachim es buen chico, ya lo sé, pero no me ha parecido correcto que quisieras ser su novia –me dijo.
-Ahora eso ya pasó, ya te lo expliqué –respondí-. No puedo ser su novia, no me sale de dentro.
-Eso ya lo entiendo. Lo que quiero decir es que si te apeteciese, seríais novios, ¿verdad?
-Tendría que apetecerle a él también.
-Ya, claro. Pero en ese caso seríais novios. Sin consultarlo con una persona mayor, sin...
Eso me irritó.
-Sería cosa nuestra, mamá –declaré, mordazmente-. No tendríamos por qué consultarlo.
-No estoy de acuerdo. Yo soy responsable de ti.
-Bueno, ¿y qué? No me pasaría nada, hablas como si se tratase de un riesgo.
-Porque lo sería. Joachim es de fiar, pero mira, él te llevaría a esa taberna de borrachos que tiene su padre, y eso no me gustaría nada. Y a tu edad, a los quince años, no te hace falta ninguna tener novios.
-Si es que ya no los tengo –respondí.
Seguimos dándole vueltas siempre a lo mismo, y ella enumeró los inconvenientes de andar con chicos. Pues ella anduvo. Ya se lo dije y ella se enfadó. Dijo que ella era mayor que yo cuando conoció a mi padre, y que eran otros tiempos. Y me reprochó el poco interés que yo tenía por escuchar sus consejos.
-¡Yo los habría agradecido! –me dijo-. Yo no tuve quién me los diese, mis padres no me hablaban de ese tipo de cosas, y no tuve más remedio que descubrirlo todo por mí misma.
-Pero... tus hermanos...
- Mi hermana es menor que yo, ¿qué me iba a decir?
-Sobre esto nada, claro. Pero tu hermano es mayor.
-Tampoco me hablaba sobre esto.
Me quedé algo descontenta porque mi madre a veces me trata como a una niña pequeña, y ya sé que lo hace por bien, pero en el futuro, si alguna vez tengo novio, me parece que no se lo voy a contar al principio. Mira que Joachim me salvó la vida, y ni siquiera es mi novio, pero mi madre ya se volvió loca cuando le dije que estuvo a punto de serlo. Yo a ella le cuento las cosas, y voy a seguir haciéndolo, pero de estos temas prefiero no hablarle mucho a partir de ahora. Para que se ponga mal de los nervios... Y no estoy enfadada con mi madre ni muchísimo menos. Me trata tan bien que me sería imposible estarlo.
Eso es lo que yo pienso, pero tú, si quieres, puedes contarle a tu madre que te gusta un poco mi hermano Georges, a mí eso no me importa. Y ahora tengo que dejar de escribir, que Guillaume se acerca con la figurita del guardia, seguramente para jugar conmigo. Y si no acepto, me va a desordenar los dibujos que me dejó Joachim, y a ver cómo se lo explico yo a Joachim después, que dice que lleva desde noviembre trabajando en eso.
Besos,
Jacqueline.

1 comentario:

sirena dijo...

Wendy ya tienes una lectora de tus cuentos aunque no los publiques en un libro.